El jueves de la semana pasada Hugo Robles, mi
amigo, secretario y documentalista, me dice: Ha fallecido mi tía. En efecto, tuvo
que trasladarse a Isla de Maipo, el viernes, para asistir a su entierro.
El jueves de Semana Santa de este año, esperando
a nuestra amiga Paula del Sol en el aeropuerto de Pudahuel para dirigirnos a
Llau-Llao (Castro, Chiloé) a entrevistar a Eduardo Vilches, Hugo Robles me hizo
un comentario sobre el texto que yo había escrito sobre la obra de Gonzalo
Díaz, Lonquén 10 años, para el
boletín número tres del CEdA. En una conversación anterior, yo le había hecho
el relato de cuán eficaz podía ser una fórmula de intervención en un coloquio,
cuando uno comenzaba diciendo, por ejemplo, “y quien iba a pensar que en tal
fecha (antigua) yo iba a estar aquí, hoy, en este mismo lugar, para referirme a
estos mismos hechos, etc.” Lo cual es el tipo de imbecilidades eficaces con que se
suele copar un espacio vacío. De modo que, haciendo la parodia de este tipo de
intervenciones, mientras yo fumaba un cigarrillo en las afueras de aeropuerto,
Hugo Robles comenzó: “¿Y quién iba a pensar que algún día yo te iba a mencionar
que estaba biográficamente comprometido en esta obra de Gonzalo Díaz, a quien
conocí en 1982 siendo mi profesor del taller de pintura?”. Luego, en 1987, Hugo
Robles se encargaría de la edición compleja del ya histórico ejemplar de Video
porque TV (Catálogo Festival Downey).
¿De qué me estás hablando? –le pregunté. Y
claro, me dice, uno de los asesinados que aparece mencionado en la lista de los
quince ejecutados en Lonquén es mi primo. Gonzalo Díaz llega a pronunciar su
nombre en la performance de cierre de
la exposición en galería Ojo de Buey
en 1989. Pero te lo vengo a decir hoy
día, en mayo del 2018, cuando estamos a punto de volar hacia Chiloé; solo
porque has escrito un nuevo texto para el boletín del CEdA.
El primo de Hugo Robles había nacido el 5 de
octubre de 1956. Vivía en Isla de Maipo
y era conocido por fumar algunos pitos, tomar más de la cuenta e insultar a la
fuerza pública. Era lo que hacía con más frecuencia y por eso terminaba a
menudo en un calabozo. A veces, lo
metían solo, y en otras ocasiones, junto a unos amigos de correrías. Tenían
todos entre 18 y 20 años. En esos días de octubre, se les anduvo pasando la
mano y agarraron a garabatos a los pacos. Terminan cuatro en el calabozo
habitual del fondo. Estaban allí, cuando llegaron los once campesinos de la
lista final; fueron introducidos a los otros calabozos de la comisaría, donde
comenzaron a ser torturados. Al final de esta “sesión” los campesinos fueron
sacados del recinto y conducidos a un camión. Entonces, en ese momento, el jefe
de la comisaría se acordó que tenía a los cuatro detenidos en el calabozo del
fondo y que habían escuchado todo. Los mandó a buscar y los subió a todos en el
mismo camión. Desde ese día, los quince nombres quedaron inscritos en el
registro de la infamia.
Su madre lo buscó por todas partes. El relato de
su calvario ha sido suficientemente documentado. Esto tuvo lugar en octubre de
1973. Diez años más tarde, Hugo Robles fue alumno de Gonzalo Díaz, que lo
invitó a exponer en Los hijos de la dicha,
en Galería Sur, en 1985. En esta muestra Hugo Robles exhibió un diagrama de la
hacienda chilena como soporte de socialidad fundante. Pero fue en 1988 que
Gonzalo Díaz leyó el libro que en 1980 había escrito Máximo Pacheco (Lonquén,
Editorial Aconcagua). El objeto de éste
fue describir el crimen de unos campesinos que se habían rebelado contra el
modelo de la hacienda. Fueron asesinados por carabineros rurales, demasiado
cercanos. Habían jugado a la pelota, todos juntos. Pero unos desafiaron al
patrón. Hugo Robles pensó en el “patrón” edificatorio de la hacienda para
habilitar el carácter de un diagrama. En mayo de este año, después de habernos
encontrado en el funeral de Francesca Lombardo, Hugo Robles me acompañó para
grabar una entrevista a Eduardo Vilches, que su a vez, ya había dibujado e
impreso en su retina, el diagrama de una obra que colocaba la cuestión de la filiación y de
la residencia en el horizonte de nuestra espera.
El viernes pasado, Hugo Robles tomó el autobús a
Isla de Maipo para asistir al entierro de su tía.
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