LA NOCIÓN DE CASA
No es Matta lo que ocupa mi interés, sino la
noción de regreso a casa. La conferencia de Talca ya tuvo lugar, en cierto
sentido. Lo que importa es cómo se conecta este aparente interés en sus
ediciones de grabado con mi propio trabajo de conjunto, relativo a la
construcción de la casa del arte. Cuando
me refiero a esto lo hago en relación a la “casa del arte chileno”, entendiendo
por casa, su institución, que va más
allá de las restricciones de la musealidad, si bien ese es el lugar en que toman
forma reproductible los dos aspectos cruciales de la filiación y la residencia.
En una escena en la que se ha vuelto una
costumbre la omisión de mi trabajo, no me queda otra que señalar el modo cómo
rehago el camino de mis propias deudas con quienes han abierto los surcos. Nada
más que hacer mención a la nota preparatoria de un curso que debía dar
Levi-Strauss en 1976 sobre clan, linaje y familia y que aparece en Paroles données (1984), en el momento en
que debo pasar del trato con Matta y sus ensoñaciones universales, al trabajo
de curatoría de Eduardo Vilches, para una exhibición que tendrá lugar dentro de
un mes en el Centro Cultural El Tranque (Lo Barnechea).
Eduardo
Vilches y Alicia Vega construyeron la casa encima de una generosa explanada,
sobre un terreno cercano a Llau-Llao, a kilómetros de Castro. Habían adquirido
un predio con laderas ocupadas por un laberíntico bosque de árboles nativos que
se terminaba en una quebrada fangosa. De este modo quedaba establecida una
separación entre un mundo de arriba que acogía la edificación de lo hogareño, y
un mundo de abajo que definía las condiciones de una extrañeza simbólica, en
cuya disposición se resume y concentra la actitud formal que proporciona el
carácter a su trabajo. La separación entre la cultura y la naturaleza viene a
ser aquí el lugar de una excusa antropológica, en cuya articulación se verifica
el diagrama de trabajo sobre el que se sostiene la obra. Siempre habrá un
dibujo de origen que trazará las líneas de demandas efectivas que programan su
imaginario.
Existe
una cierta leyenda acerca de la semejanza estructural entre los galpones y las
embarcaciones. Esto dice relación con dos cosas; primero, con el peso de la
arquitectura vernacular en la arquitectura contemporánea de Chiloé; y segundo,
en la función simbólica que distingue entre las cosas que se asientan y se
edifican, por un lado, y por otro, con las cosas que flotan y navegan, de
acuerdo a las reglas de la carpintería de ribera. Eduardo Vilches y Alicia Vega
edifican y producen condiciones de habitabilidad, al tiempo que se desplazan
entre Santiago y Llau-Llao transfiriendo sus imaginarios materiales. La
consistencia de la hipótesis instala un hogar, porque la casa es una
embarcación invertida que deja a la vista las condiciones de su consistencia,
como si fueran las costillas de una ballena dispuestas en la playa, para
proteger la disposición de los cuerpos que allí se cobijan.
Una
vereda de tablones sobre la tierra húmeda permite la marcha hacia los descansos,
en medio del bosque, ya sea a ras de tierra o a media altura, porque entre los
árboles debe existir una huella domesticada. La plataforma unifica lo que es
imposible de unificar y se instala como una construcción que desafía toda la
topografía, allanando el acceso hacia lugares interiores cada vez más alejados,
entre los cuáles Eduardo Vilches descubre unos claros en el bosque, donde
planta unas flores exóticas para introducir el color en algunas extensiones y
modificar las relaciones entre lo pleno y lo vacío, en el bosque. Las pasarelas
permiten acceder al “otro jardín” que determina las ensoñaciones creativas de
Eduardo Vilches, y que corresponde a la persistencia de la disposición del
cementerio. Esta es una estructura que se imprime desde su infancia. Es un
regreso al lugar de origen. A la infancia.
Los
descansos aparecen en el camino como unas construcciones de intermediación,
destinadas a detenerse y poder apreciar el follaje y los troncos a media
altura, separándose un par de metros del suelo. De alguna forma, son una
plataforma para percibir la dimensión retraída de la intervención en el
paisaje.
El
escritor norteamericano Ralph Waldo Emerson nos dice que debe haber huellas del
hombre en los árboles. De hecho, nos ofrece una alegoría de los árboles como
hombres en duelo. El árbol deviene signo de una nueva idea de cementerio.
Sabemos cual es el poder simbólico que ejerce el cementerio como configuración
de la cultura, como para entender que este bosque es el monumento que levanta
Eduardo Vilches siguiendo las pautas de constructividad de su propia obra. En
tanto figura de la genealogía y del parentesco, el árbol es también una imagen
del archivo. En su libro “La imagen en ruinas”, Eduardo Cadava señala con
justeza: “Como la fotografía, los árboles existen en relación al juego de luces
y sombras: la luz del cielo que les permite sintetizar el alimento que reciben
de las profundidades de la tierra, y la oscuridad de tales profundidades. Los
árboles establecen una especie de comunicación entre el cielo y la tierra
convirtiéndose en figuras de la fotografía misma”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario