jueves, 18 de octubre de 2018

LA NOCIÓN DE CASA (3).




Algunas personalidades bien pensantes me han objetado la distinción que expuse en la columna anterior. Les resulta insoportable que categorías de clases intoxiquen la historia del arte. Sin embargo, solo me remito a los documentos en que los artistas expresan directamente sus opiniones y al análisis de sus obras de acuerdo a los cánones que la disciplina establece. No me acostumbré a hacer carrera comentando diapositivas en clases. El tema es un poco más exigente. Por lo demás, la distinción  plebeyización /oligarquización apenas es un pálido reflejo de la configuración de un campo determinado.

La re/oligarquización de la sociedad chilena promovió el proceso por el cual el campo cultural  se convirtió en un lugar compensatorio que prolongó la existencia simbólica de la Unidad Popular en el seno del Estado concertacionista. 

Sin embargo, para mantener dicho enclave residual operativo, debía excluir a los comunistas. Solo que en 1990 estos se habían restado del “reparto de lo material”, conformándose con un reparto de capitales inteligibles (Risas). Para la alianza concertacionista era fundamental impedir el reposicionamiento de los comunistas en la cultura, como ellos estimaban que había ocurrido en la democracia anterior.

Los comunistas de 1990 no eran los mismos de 1964, que ejercía la hegemonía en el campo cultural, favorecido por el discurso omnicomprensivo de la Promoción Popular,  como estrategia de des/marginalización generalizada. Los de 1990 habían perdido la tal hegemonía, en parte, por el avance del discurso vicarial, pero –además-  porque se habían convertido en una cultura minoritaria de la insurrección armada.

Razón por la cual, los demócrata-cristianos que ahora formaban parte del bloque concertacionista, leyeron la posible designación de Carmen Waugh en la dirección del MNBA como un “gol de media cancha” de la cultura comunista insurreccional. Y todo porque la mencionada galerista, se hizo fotografiar por El Mercurio, abrazada al comandante Ortega, que asistía a la transmisión del mando del presidente Aylwin.

La paradoja es que una persona que ni siquiera había votado por Allende en 1970, que se había “radicalizado” durante el exilio y que había llegado a sostener un proyecto de nuevo museo en Nicaragua, a imagen y semejanza del Museo Allende, terminaba como la carta más emblemática de un proyecto que no representaba tampoco a los comunistas. De regreso a Chile, logra asegurar una posición (supuestamente) sólida para ser designada en el MNBA. Sin embargo, los demócrata-cristianos “leyeron” ese gesto como un síntoma del regreso del comunismo al campo cultural.  De ahí que pusieron de inmediato una alternativa: Nemesio Antúnez. Este era el nombre que aseguraba la continuidad con el período anterior a 1973, pero sin que los comunistas tuvieran poder alguno en la administración.

La hipótesis a la que hago referencia era exitosa, porque lograba que la democracia-cristiana se legitimara culturalmente como prolongación del régimen democrático que ella misma había contribuido a defenestrar, esperando que las riendas del nuevo gobierno (militar) les fueran remitidas en un plazo relativamente corto. De hecho, fue la hipótesis que mucho personal de rango medio-alto de la administración pública veía como verosímil, prolongando su estadía a la cabeza de instituciones, a lo menos transcurridos dos meses de haberse instalado el régimen militar. Sin embargo, ya en noviembre de 1973 dicha hipótesis se había disipado.

En cambio, en 1990, en el seno de un Estado concertacionista naciente se instaló una ideología culturalista que debía des/upelizar la “teoría del desarrollo”, para recomponer la filiación con el neo-antropologismo jesuítico que sostenía el Proyecto de la Promoción Popular.

Este es un punto crucial, porque en este marco se entiende que el Antúnez de 1968 cumple a cabalidad con los presupuestos de dicho proyecto, al estigmatizar el museo como un mausoleo y declarar su conexión con las artes populares, de la que la exposición de la Tejedoras de Isla Negra  fue su expresión más consecuente. De hecho, Allende ratificó a Antúnez en su cargo en 1970, lo que provocó la indignación de los socialo-comunistas de la Facultad de Bellas Artes, que se hizo sentir con tal fuerza que los artistas que apoyaban a Antúnez le organizaron una manifestación de desagravio en el Centro Vasco.

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