Algunas personalidades bien pensantes me han
objetado la distinción que expuse en la columna anterior. Les resulta
insoportable que categorías de clases intoxiquen la historia del arte. Sin
embargo, solo me remito a los documentos en que los artistas expresan
directamente sus opiniones y al análisis de sus obras de acuerdo a los cánones
que la disciplina establece. No me acostumbré a hacer carrera comentando
diapositivas en clases. El tema es un poco más exigente. Por lo demás, la
distinción plebeyización /oligarquización
apenas es un pálido reflejo de la configuración de un campo determinado.
La re/oligarquización de la sociedad chilena
promovió el proceso por el cual el campo cultural se convirtió en un lugar compensatorio que
prolongó la existencia simbólica de la Unidad Popular en el seno del Estado
concertacionista.
Sin embargo, para mantener dicho enclave
residual operativo, debía excluir a los comunistas. Solo que en 1990 estos se
habían restado del “reparto de lo material”, conformándose con un reparto de
capitales inteligibles (Risas). Para la alianza concertacionista era
fundamental impedir el reposicionamiento de los comunistas en la cultura, como
ellos estimaban que había ocurrido en la democracia anterior.
Los comunistas de 1990 no eran los mismos de
1964, que ejercía la hegemonía en el campo cultural, favorecido por el discurso
omnicomprensivo de la Promoción Popular,
como estrategia de des/marginalización generalizada. Los de 1990 habían
perdido la tal hegemonía, en parte, por el avance del discurso vicarial, pero –además- porque se habían convertido en una cultura
minoritaria de la insurrección armada.
Razón por la cual, los demócrata-cristianos que
ahora formaban parte del bloque concertacionista, leyeron la posible
designación de Carmen Waugh en la dirección del MNBA como un “gol de media
cancha” de la cultura comunista insurreccional. Y todo porque la mencionada
galerista, se hizo fotografiar por El Mercurio, abrazada al comandante Ortega,
que asistía a la transmisión del mando del presidente Aylwin.
La paradoja es que una persona que ni siquiera
había votado por Allende en 1970, que se había “radicalizado” durante el exilio
y que había llegado a sostener un proyecto de nuevo museo en Nicaragua, a
imagen y semejanza del Museo Allende, terminaba como la carta más emblemática
de un proyecto que no representaba tampoco a los comunistas. De regreso a
Chile, logra asegurar una posición (supuestamente) sólida para ser designada en
el MNBA. Sin embargo, los demócrata-cristianos “leyeron” ese gesto como un
síntoma del regreso del comunismo al campo cultural. De ahí que pusieron de inmediato una
alternativa: Nemesio Antúnez. Este era el nombre que aseguraba la continuidad
con el período anterior a 1973, pero sin que los comunistas tuvieran poder
alguno en la administración.
La hipótesis a la que hago referencia era
exitosa, porque lograba que la democracia-cristiana se legitimara culturalmente
como prolongación del régimen democrático que ella misma había contribuido a
defenestrar, esperando que las riendas del nuevo gobierno (militar) les fueran
remitidas en un plazo relativamente corto. De hecho, fue la hipótesis que mucho
personal de rango medio-alto de la administración pública veía como verosímil,
prolongando su estadía a la cabeza de instituciones, a lo menos transcurridos
dos meses de haberse instalado el régimen militar. Sin embargo, ya en noviembre
de 1973 dicha hipótesis se había disipado.
En cambio, en 1990, en el seno de un Estado
concertacionista naciente se instaló una ideología culturalista que debía
des/upelizar la “teoría del desarrollo”, para recomponer la filiación con el
neo-antropologismo jesuítico que sostenía el Proyecto de la Promoción Popular.
Este es un punto crucial, porque en este marco
se entiende que el Antúnez de 1968 cumple a cabalidad con los presupuestos de
dicho proyecto, al estigmatizar el museo como un mausoleo y declarar su
conexión con las artes populares, de la que la exposición de la Tejedoras de
Isla Negra fue su expresión más
consecuente. De hecho, Allende ratificó a Antúnez en su cargo en 1970, lo que
provocó la indignación de los socialo-comunistas de la Facultad de Bellas
Artes, que se hizo sentir con tal fuerza que los artistas que apoyaban a
Antúnez le organizaron una manifestación de desagravio en el Centro Vasco.
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