Una vez vino Bart de Baer a Chile. Estaba
buscando a Dittborn para llevarlo a Documenta. Lo acompañé al museo. Le
mostramos el acervo. Bart nos dijo que podríamos hacer la mejor muestra de mala
pintura europea y que ese proyecto sería exitoso en una Europa que estaba
revisando la historia de sus colecciones. Al menos, en sus aspectos más críticos.
Es de imaginar lo que era la pintura dominante en Francia cuando los
impresionistas eran apenas reconocidos. Solo que no conocemos la historia de
los que dominaban la escena.
No nos equivoquemos tanto. En Chile no hay
pintura moderna. Pasamos directamente, sin transición, de la pintura
pre-moderna caracterizada por un post-impresionismo decadente a una pintura
contemporánea que aceleró las transferencias, dejando en el camino a los
geométricos que acarrean su fragilidad fundacional y a los muralistas que no
saben qué hacer después de la partida de los mexicanos.
De modo que el MNBA se hizo cargo de una aceleración
que ni la Facultad socialo-comunista pudo impedir: Liliana Porter, Luis Camnitzer,
Lea Lublin, Gordon Matta-Clark, Cecilia Vicuña, por mencionar algunos, pasaron
por el MNBA, mientras en el MAC de “la Chile” tenía lugar América no invoco tu nombre en vano y La imagen del hombre. Esa era la lucha explícita que tensionaba la
escena de arte, en cuyo marco fue vandalizada la obra de Juan DowneyYa .
El escenario de estas operaciones en conflicto
estaba formado por los dos museos: MNBA y MAC. En su recuento del año plástico
de 1973, publicado en febrero de 1974, Romera delata a Balmes como el
responsable del hundimiento del arte chileno. Recomiendo leer esa columna. Es
cosa de buscar en los archivos nada más. Romera saluda la gestión de Antúnez,
para contraponerla a la política de la Facultad. Los residentes se disputaban
el dominio de la casa del arte, que superaba la disputa entre dos
instituciones, sino que hacía manifiesta la existencia de dos políticas de
transferencia.
De todos modos, la Facultad había puesto en
ejecución un Sistema Pictográfico que será determinante para comprender lo que
vendría después de 1973. En cambio, el MNBA, con la renuncia de Antúnez en noviembre,
se encargaría de poner orden en la escena ya descrita por Romera. ¿De qué orden
se trataba? El MNBA no sería decisivo sino como garantizador de iniciativas que
lo sobrepasaban, como los salones de gráfica y los concursos de las colocadoras
de valores, contra cuta participación nadie pondría objeciones.
Por eso resulta muy curioso que Lotty Rosenfeldt
inventara con Nemesio Antúnez, la idea de “abrir el museo” en 1990. Ella misma,
como miembro del CADA debe admitir que ganó el premio de la Colocadora en el
MNBA. La mejor foto que hay de eso fue tomada en el museo en 1982 y publicada
en El Mercurio. De modo que la “apertura”, en ese caso, al menos, existía. Como
sería el caso de otras tantas iniciativas, hasta el cierre del museo para las
reparaciones después del terremoto de 1985.
Nunca dejaré de hacer el relato de una curadora
europea que venía invitada para hacer una exposición. Ya lo he mencionado en
otras ocasiones, pero me parece un modelito en acción que tiene efectos insospechados
para entender las prácticas de transferencia. La curadora ya venía dateada. Era amiga de un
coleccionista, que además era un flamante abogado de DDHH. Todo tenía que ser expresionista. Interesante
situación planteada por agentes de la oposición democrática, que buscaban
imponer una oficialidad representativa a través de lo que algunos denominaban,
con desprecio, “pintura narcísica”.
De seguro, muchas personas no saben que era La
Casa Larga ni el rol que cumplió en la supuesta rearticulación de un frente
cultural de oposición. Digo “supuesta”, porque este ya existía. Solo que parecía
estar dominado por “conceptuales”. Entonces, había que contrarrestarlos y poner
a distancia a los comunistas. Por eso, era importante La Casa Larga, pensada objetivamente como una operación
anti-balmesiana. Por eso Balmes se refugió en la APECH. (Risas). Aunque lo más
risible es que El Mercurio se las cobra simbólicamente en 1990 y hace caer a
Carmen Waugh por su foto con Ortega, el sandinista, bajo la descalificación
implícita de “comunista”. Nadie sabe para quien trabaja.
Entonces, regreso a la curadora a visitaba el museo. Las
grietas eran visibles en los muros del segundo piso. Se podían apreciar desde
el hall. La visión era muy impresionante. Entonces ella me preguntó de quien
era esa obra. Pensó que era el trabajo de un artista conceptual que había
intervenido el museo. Lo que la curadora
puso en evidencia fue la visibilidad de una filiación perturbada por una
condición de residencia totalmente fragilizada, más por un discurso que por los
efectos de un terremoto.
Después, en plena Transición, organicé una
muestra para Cancillería. La titulé El
lugar sin límites. Obvio: era el título de la novela magistral de José
Donoso. De paso, les recuerdo que para esa exposición Nury González hizo la
mejor pieza de su extensa obra. ¿Habrá sido en 1998? Ya ni recuerdo. Coincidió,
una de sus presentaciones, con un viaje del Presidente Lagos al Uruguay, de
modo que la exposición fue incorporada al paquete de la visita oficial.
Monté la muestra en el Museo Blanes. Allí fue la
famosa escena en la que el Presidente Lagos
me preguntó por la obra de Ximena Zomosa. Pero de inmediato, pasó frente a las
pinturas de Voluspa Jarpa. Había una, en que ésta pintó una mediagua sobre un
trozo de hielo que se derretía, obviamente, separado del iceberg, en un paisaje
de hielos. Es de imaginar esa pintura.
Fue cuando le dije al presidente que esa era la imagen misma del arte chileno,
que en esa pintura expresaba su “deseo de casa”. No creo que me haya
escuchado. La comitiva ya se lo había llevado. No porque no pudiese responder a
mi comentario, sino porque éste no tenía la menor importancia. Sin embargo,
para mí, esa pintura de Voluspa Jarpa quedó como el emblema del “deseo de casa”,
flotando sobre una base precaria.
La cuestión del MNBA requiere, entonces, ser abordada
desde una perspectiva simbólica y de
una prospectiva orgánica; es decir,
desde la filiación y desde las
condiciones de residencia. Es la
única manera de asumir la discontinua
continuidad del paso perturbado de una pre-modernidad escolarizada hacia
una contemporaneidad acelerada por la pragmática
del signo. Esto impone al MNBA superar las clasificaciones convencionales
entre pre-moderno, moderno, contemporáneo de ayer, contemporáneo de hoy, etc. (Risas).
Las grietas forman parte de la estructura conceptual del propio museo. La
operación de Gonzalo Díaz, cuando recompuso las hileras de alzaprimas en la
sala Matta fue apenas una advertencia de que su obra sostenía todo ese
acumulado de discontinuidades. Nadie lo quiso leer de este modo. El catálogo de
esa muestra tenía como foto de portada Unidos
en la gloria y en la muerte de Rebeca Matte.
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