martes, 9 de octubre de 2018

SUPRASENSIBILIDADES (3).



Podría haber hecho una cita textual directa. Algo conozco de la obra de Freud. Sin embargo, al regreso del museo, a la salida de la estación del Metro que da al pasaje del GAM, compré en una feria un libro de Vicente Battista, escritor argentino, en dos lucas. Lo abrí por casualidad en la página 25 y una frase me asaltó la vista. Una de las razones para haberlo comprado, además de a ganga, era la frase: “Según Freud, el hombre adulto no hace otra cosa que padecer los recuerdos de su infancia”. Lo cual, en el contexto de una lectura más amplia, resulta evidente el carácter peyorativo que tiene esta frase en la economía del relato. Pero decidí hacer uso de ella para escribir la tercera entrega sobre la exposición de Mario Navarro. No sin antes recordar que en las dos columnas anteriores ni siquiera tuve que recurrir a una cita de Walter Benjamin, que es como una especie de mot-de-passe para ingresar en este tipo de crítica aspiracional académica; o, en su (d)efecto, académico aspiracional. Total, este tipo de textos no han sido pensados para obtener la gloria de la indexación. 

De todos modos, es el propio Gonzalo Díaz quien pone las cosas en evidencia. Nunca había mencionado con este nivel de expresión un relato vinculado a su temprana infancia; momento en que contrae la polio.  La segunda parte de la obra en Suprasensibilidades apunta a reproducir el modelo de banco/marco de pruebas (1988). Me refiero a la máquina de producción de sentido material; o bien, de producción material del sentido de algunas cosas. Aquí, el balaustre ha sido reemplazado por una silla. De la política pasamos a la autobiografía, sin transición.  Esto no hace que la autobiografía sea “menos” política. Hay que tener cuidado: Díaz podría ser acusado de perder la objetividad maquinal. Lo que ha ocurrido, simplemente, es que ha subjetivizado la objetivación de la maquinalidad del cuerpo. Es decir, el cuerpo propio y el cuerpo de la historia, que se da a ver por su puesta en movimiento asistido. De ahí que de ser un remate decorativo importante de la arquitectura republicana, el balaustre pasa a convertirse en una infraestructura auto-soportante: una silla básica. Pero cuya función ha sido modificada para solo servir de plataforma de acogida de unas pesas que van a permitir que gracias a un contrapeso situado fuera de la silla, el objeto se mantenga en la misma posición. De modo que se pueda entender que la silla es un sustituto de cuerpo cuya dimensión micro-cósmica debe ajustarse con la maquinalidad del macro-cosmos.




Es aquí que aparece el Sputnik como una contrapeso pragmático que sostiene “balanceada” la energía de las esferas terrestres con la de las esferas celestes, con la ayuda de un dispositivo de estiramiento de la relación simbólica, que con su sola objetualidad define la dimensión de la ausencia del cuerpo, cuya densidad ha sido desplazada (sustituida) por las pesas de una balanza romana, para mantener el equilibrio con las pesas que cuelgan de la cuerda que da la vuelta por la polea fijada en altura.  Al final, este es el centro de la tierra. Cuando Matta-Clark hizo el trabajo en el MNBA, conectó el cielo y la tierra, mediante un dispositivo óptico precario y unos espejos. Díaz supo conectar estos antecedentes para rentabilizar el juego copernicano, cuyos dibujos explicativos ya habían sido objeto de su trabajo.  

Debajo de la silla, Díaz dispuso siete fluorescentes de pequeño formato, en forma de leña para armar una fogata. Pero es un fuego congelado por la luz que sustituye todo  peligro. Entonces, más bien se asemeja a un enjambre de luces de emergencia que señalan la existencia de un campo traumático.

La tercera parte de la pieza consiste en un simple parlante, por el que se escucha el relato en alemán de la noticia del lanzamiento del Sputnik, ese día 5 de octubre de 1957. Díaz consiguió “grabados de época”. Se trata del registro de la lectura de relato sobre un acontecimiento histórico que mantenido a buen recaudo por la “ortopedia” de la propia radiofonía, controlando todo efecto emotivo, en contrapeso a la sonoridad que caracterizan otros acontecimientos históricos cercanos, que afectaron el micro-cosmos de millones. La voz del relator es un dato duro (va a las tripas), la imagen del satélite es un dato blando (se disipa). En relación a estos incidentes, Fichte mismo, hijo ilegítimo, pasa su infancia durante la segunda guerra y constata la disipación de la filiación. No hay causa ni efecto. El propio Díaz señala en el texto de la ficha de la pieza, pegada en el muro, que no tiene cómo averiguar la razón de la juntura entre ambos acontecimientos. No creo que importe mayormente. La juntura está en el balance de las obras y de sus referencias como sistemas de significación; el arnés ortopédico es el arma que conecta el estiramiento de la coyuntura de octubre de 1957 con la contracción política de octubre del 2018, para quienes recurren a recuperar las ruinas de lo denotado por Fichte en su relato sobre 1971.

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