El MNBA debe ser convertido en un
ente autónomo, que reconstruya su activo simbólico y se reconvierta en un
espacio de sanción del imaginario de la Nación.
Un
Estado-Nación valida la ficción orgánica de su existencia cuando es capaz de
levantar un museo que selle la vanidad histórica de la clase dirigente. La
paradoja es que lo hace en el momento del quiebre de su imaginario. El museo aparece
en el centenario de la república, para sintomatizar su falla.
Sin
embargo, el museo, ya desde los años 20 deja de ser el museo de la oligarquía.
Un nuevo tipo de funcionario estatal, de alto nivel, se hace cargo de
Educación. Todo lo que ocurre entre 1920
y 1932 es muy importante. Ya lo he adelantado en columnas anteriores. Señalo
como ejemplo el proceso de constitución del envío chileno a la Feria de Sevilla
de 1929, en la que hubo una sala especial de arte mapuche. Es de imaginar el
debate que esa iniciativa suscitó. Pero se hizo.
En
este punto, les hago recordar las palabras de Jean Rouch y Chris Marker, cuando
en 1952 realizaron el documental Las
estatuas también mueren. El documental comienza con la siguiente frase,
pronunciada en off: “Cuando los hombres mueren, entran en la historia. Cuando
las estatuas mueren, entran en el arte. Esta botánica de la muerte es lo que
llamamos cultura”. Y el debate que
suscitaron fue que mencionaron el hecho que en los despojos de las guerras
coloniales, las estatuas griegas eran llevadas al Louvre, mientras que las
piezas de Africa ingresaban a un museo de antropología o de ciencias naturales.
¿No sería genial poder disponer de un
conjunto de Chema-mull en el hall del MNBA, junto a los mármoles? Pero esto es
solo un aspecto del problema. Pero ya hubo un problema a propósito de un
conjunto de piezas de arte de Rapa-Nui, en los años cincuenta. El director consideró
que no había lugar para ellas y destinó la mitad a otro museo. Estos detalles
son significativos.
Aun
así, el MNBA fue el escenario en que la vanidad del Estado de la transición
democrática se expuso en su mayor expresión, hasta recibir de parte de la
crítica de arte de la época el atributo de sala de ceremonias de la presidencia
de la república o de sala de encuentro privilegiado de algunos ministros. El
hall del MNBA es el único espacio de esas dimensiones, para cumplir con las
demandas rituales de una clase política deseosa de proporcionar un cuadro
señorial a sus manifestaciones. No hay, en verdad, espacios de este tipo en
Santiago. Pero tampoco existe en el país un lugar de esta carga simbólica, como
lo es el MNBA, para sellar el imaginario de una historia.
Para
la escena artística, sin embargo, esa monumentalidad representa un espacio
señorial destinado a pensar que –por ejemplo- la pintura chilena posee un
“origen” forjado a la medida de las ensoñaciones de sus clases dirigentes. Ya no se trata siquiera de calificar la
calidad intrínseca de su colección; es la colección, que habiendo adquirido un
valor patrimonial suplementario, proporciona una prueba de que existe una
filiación posible para el arte chileno en su conjunto.
Es
posible, enseguida, sostener la hipótesis de la unidad de propósito del
proyecto arquitectónico. En el proyecto de Alfred Jecquier el edificio es uno solo, destinado a
albergar un “palacio de bellas artes” y una “academia de pintura”. Don Máximo Pacheco, cuando fue ministro de
educación de Frei Montalva ofreció a las autoridades de la Facultad resolver la
cuestión de la Escuela de Bellas Artes. Su idea –y la de Antúnez- era ocupar la
planta total del edificio para el MNBA y reubicar –de manera compensatoria- a
la escuela en otro lugar. De hecho, en ese momento ya se estaba construyendo
Las Encinas. Es decir, que en los propios planes de la universidad estaba
contemplada desplazar de allí a la escuela. Entre el 2010 y el 2014 hubo
conversaciones en el sentido de que resultaba razonable que el MNBA ocupara la
totalidad de la planta.
Sin embargo, no ha habido un debate sobre la
re-definición del MNBA. Ni sus propias direcciones han entablado una obligación
que parecía historiográficamente justificada. Es preciso salir de la discusión
administrativa. Algunos piensan que todo se resuelve colocando un gerente. Otros,
que sería mejor un comité. Pero ese no es el tema. El MNBA debe cambiar de
estatuto. Por eso insisto en esta iniciativa de buscar cómo, en la actual
legislación, lograr que el MNBA se constituya en ente autónomo. Pero ello implica, al menos, redefinir algunas
cuestiones que paso a enumerar, a título de contribución a un debate que debe
tener un curso oficial.
El
concepto:
a) El MNBA debe dejar de ser un mal museo de
arte contemporáneo por sustitución de tareas y rentabilizar la hibridez de su
condición.
b) El MNBA debe retirar las palabras “bellas
artes” de su nombre y convertirse en un Museo Nacional de Arte de Chile. No se
trata de un mero cambio de nombre, sino de función, de misión, de perspectiva
histórico-problemática.
c) En tanto Museo de Arte, este debe contemplar
piezas indicativas desde “Chile antes de Chile” hasta las piezas sindicadas
como las más proyectivas, que señalen el arte del futuro; esto implica dotarlo
de una política de adquisiciones historiográfica y conceptualmente definida.
Esto significa abrir la intensidad de sus colecciones, bajo la necesidad de
colmar las lagunas de una historia problemática. Esto ya no puede seguir
siendo, razonablemente, el museo mal gestionado de una oligarquía que acarrea
mal su melancolía. Digámoslo de una vez: la historia del arte en Chile no
comienza con la pintura colonial.
d) El Museo de Arte debe articular prácticas de
ejecución de la radicalidad en la investigación de los imaginarios de la Nación
con una voluntad etno-antropológica destinada a recuperar los primeros indicios
de una práctica limítrofe.
El
andamio:
a) La arquitectura reclamada debe edificar un ente autónomo que posea el estatuto
adecuado al cumplimiento de una voluntad política y simbólica.
b) Un Museo Nacional de Arte debe disponer de
una arquitectura conceptual y administrativa acorde con sus fines. Es decir, se debe pensar en una estructura que
en el aparato del Estado disponga de un estatuto eminente, en virtud del peso
simbólico que tiene el museo en la economía imaginaria de Chile.
c) La voluntad a que me refiero articula deseo de representación y necesidad de re-escritura de la historia
del arte chileno en función de las exigencias
mínimas de saberes comprometidos: iconología, iconografía, historia,
metodología crítica, etc.
d) El ente autónomo debe ser una excepción administrativa destinada a
consolidar la vanidad del Estado.
La
noción de casa: el Museo Nacional de Arte debe ser la casa del arte chileno. Casa está
definida aquí es una persona moral que instala un dominio y perpetua la
transmisión de su nombre con la sola condición de que su continuidad se exprese
en el lenguaje del parentesco formal y de las alianzas institucionales. De este
modo, debe ser el lugar en que sea factible reconstruir los conflictos y
antagonismos que habilitan una filiación
y una residencia, como síntomas de
los imaginarios de una Nación.
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