domingo, 21 de octubre de 2018

LA NOCIÓN DE CASA (6)



 El MNBA, por su sola estructura, es una curatoría implícita. Su administración es un formato que define su política editorial. No se trata solo de financiamiento, sino de criterización y definición conceptual de ejes de trabajo. Es hora de debatir sobre estas cuestiones. Tampoco se trata de ejes, en términos exclusivos, sino de infraestructura conceptual. Las columnas anteriores han señalado su necesidad y han colocado algunos problemas sobre los que me parece necesario trabajar.

El MNBA debe ser convertido en un ente autónomo, que reconstruya su activo simbólico y se reconvierta en un espacio de sanción del imaginario de la Nación.

Un Estado-Nación valida la ficción orgánica de su existencia cuando es capaz de levantar un museo que selle la vanidad histórica de la clase dirigente. La paradoja es que lo hace en el momento del quiebre de su imaginario. El museo aparece en el centenario de la república, para sintomatizar su falla.

Sin embargo, el museo, ya desde los años 20 deja de ser el museo de la oligarquía. Un nuevo tipo de funcionario estatal, de alto nivel, se hace cargo de Educación.  Todo lo que ocurre entre 1920 y 1932 es muy importante. Ya lo he adelantado en columnas anteriores. Señalo como ejemplo el proceso de constitución del envío chileno a la Feria de Sevilla de 1929, en la que hubo una sala especial de arte mapuche. Es de imaginar el debate que esa iniciativa suscitó. Pero se hizo.

En este punto, les hago recordar las palabras de Jean Rouch y Chris Marker, cuando en 1952 realizaron el documental Las estatuas también mueren. El documental comienza con la siguiente frase, pronunciada en off: “Cuando los hombres mueren, entran en la historia. Cuando las estatuas mueren, entran en el arte. Esta botánica de la muerte es lo que llamamos cultura”.  Y el debate que suscitaron fue que mencionaron el hecho que en los despojos de las guerras coloniales, las estatuas griegas eran llevadas al Louvre, mientras que las piezas de Africa ingresaban a un museo de antropología o de ciencias naturales.  ¿No sería genial poder disponer de un conjunto de Chema-mull en el hall del MNBA, junto a los mármoles? Pero esto es solo un aspecto del problema. Pero ya hubo un problema a propósito de un conjunto de piezas de arte de Rapa-Nui, en los años cincuenta. El director consideró que no había lugar para ellas y destinó la mitad a otro museo. Estos detalles son significativos.

Aun así, el MNBA fue el escenario en que la vanidad del Estado de la transición democrática se expuso en su mayor expresión, hasta recibir de parte de la crítica de arte de la época el atributo de sala de ceremonias de la presidencia de la república o de sala de encuentro privilegiado de algunos ministros. El hall del MNBA es el único espacio de esas dimensiones, para cumplir con las demandas rituales de una clase política deseosa de proporcionar un cuadro señorial a sus manifestaciones. No hay, en verdad, espacios de este tipo en Santiago. Pero tampoco existe en el país un lugar de esta carga simbólica, como lo es el MNBA, para sellar el imaginario de una historia.

Para la escena artística, sin embargo, esa monumentalidad representa un espacio señorial destinado a pensar que –por ejemplo- la pintura chilena posee un “origen” forjado a la medida de las ensoñaciones de sus clases dirigentes.  Ya no se trata siquiera de calificar la calidad intrínseca de su colección; es la colección, que habiendo adquirido un valor patrimonial suplementario, proporciona una prueba de que existe una filiación posible para el arte chileno en su conjunto.

Es posible, enseguida, sostener la hipótesis de la unidad de propósito del proyecto arquitectónico. En el proyecto de Alfred Jecquier el edificio es uno solo, destinado a albergar un “palacio de bellas artes” y una “academia de pintura”.  Don Máximo Pacheco, cuando fue ministro de educación de Frei Montalva ofreció a las autoridades de la Facultad resolver la cuestión de la Escuela de Bellas Artes. Su idea –y la de Antúnez- era ocupar la planta total del edificio para el MNBA y reubicar –de manera compensatoria- a la escuela en otro lugar. De hecho, en ese momento ya se estaba construyendo Las Encinas. Es decir, que en los propios planes de la universidad estaba contemplada desplazar de allí a la escuela. Entre el 2010 y el 2014 hubo conversaciones en el sentido de que resultaba razonable que el MNBA ocupara la totalidad de la planta.

Sin embargo, no ha habido un debate sobre la re-definición del MNBA. Ni sus propias direcciones han entablado una obligación que parecía historiográficamente justificada. Es preciso salir de la discusión administrativa. Algunos piensan que todo se resuelve colocando un gerente. Otros, que sería mejor un comité. Pero ese no es el tema. El MNBA debe cambiar de estatuto. Por eso insisto en esta iniciativa de buscar cómo, en la actual legislación, lograr que el MNBA se constituya en ente autónomo. Pero ello implica, al menos, redefinir algunas cuestiones que paso a enumerar, a título de contribución a un debate que debe tener un curso oficial.

El concepto:

a) El MNBA debe dejar de ser un mal museo de arte contemporáneo por sustitución de tareas y rentabilizar la hibridez de su condición.  

b) El MNBA debe retirar las palabras “bellas artes” de su nombre y convertirse en un Museo Nacional de Arte de Chile. No se trata de un mero cambio de nombre, sino de función, de misión, de perspectiva histórico-problemática.  

c) En tanto Museo de Arte, este debe contemplar piezas indicativas desde “Chile antes de Chile” hasta las piezas sindicadas como las más proyectivas, que señalen el arte del futuro; esto implica dotarlo de una política de adquisiciones historiográfica y conceptualmente definida. Esto significa abrir la intensidad de sus colecciones, bajo la necesidad de colmar las lagunas de una historia problemática. Esto ya no puede seguir siendo, razonablemente, el museo mal gestionado de una oligarquía que acarrea mal su melancolía. Digámoslo de una vez: la historia del arte en Chile no comienza con la pintura colonial.

d) El Museo de Arte debe articular prácticas de ejecución de la radicalidad en la investigación de los imaginarios de la Nación con una voluntad etno-antropológica destinada a recuperar los primeros indicios de una práctica limítrofe.  

El andamio:

a) La arquitectura reclamada debe edificar un ente autónomo que posea el estatuto adecuado al cumplimiento de una voluntad política y simbólica.

b) Un Museo Nacional de Arte debe disponer de una arquitectura conceptual y administrativa acorde con sus fines.  Es decir, se debe pensar en una estructura que en el aparato del Estado disponga de un estatuto eminente, en virtud del peso simbólico que tiene el museo en la economía imaginaria de Chile.

c) La voluntad a que me refiero articula deseo de representación y necesidad de re-escritura de la historia del arte chileno en función de las exigencias mínimas de saberes comprometidos: iconología, iconografía, historia, metodología crítica, etc.  

d) El ente autónomo debe ser una excepción administrativa destinada a consolidar  la vanidad del Estado.

La noción de casa: el Museo Nacional de Arte debe ser la casa del arte chileno. Casa está definida aquí es una persona moral que instala un dominio y perpetua la transmisión de su nombre con la sola condición de que su continuidad se exprese en el lenguaje del parentesco formal y de las alianzas institucionales. De este modo, debe ser el lugar en que sea factible reconstruir los conflictos y antagonismos que habilitan una filiación y una residencia, como síntomas de los imaginarios de una Nación.


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