LA NOCIÓN DE CASA (4)
El MNBA ha sido el lugar de una gran incomodidad
clasística, porque ya antes de la dictadura de Ibáñez se había convertido en un
espacio clave para la des/oligarquización de la alta cultura. Por algo el
Estado de Chile trajo a Álvarez de Sotomayor a Chile. Para enfrentar a Pedro
Lira. Con su ayuda, los funcionarios plebeyos del Estado lograron arrebatarle
el MNBA a la oligarquía. Uno de los momentos más representativos de lo que
estoy afirmando es que Camilo Mori llegó a ser director del MNBA con
Ibáñez. Dicho sea de paso, durante su
dirección es “retirada” la pintura Fundación de Santiago y trasladada al
Municipio. Solo en los cincuenta esta pasa al acervo del MHN.
Aunque después de la segunda guerra el MNBA
entró en un período de glaciación,
muy en consonancia con lo que significará la hegemonía de los
post-impresionistas en la Facultad de Bellas Artes. Sin embargo, esta
consonancia se rompe con la reforma universitaria, ya que una alianza
socialo-comunista se apodera de la Facultad. La guerra queda instalada y divide
la planta de un mismo
Antúnez, que en ese entonces es agregado
cultural de Chile en EEUU es llamado para que se haga cargo del MNBA y les haga
frente, combinando una articulación entre alta cultura/baja cultura que sería
ejemplar durante el gobierno de Frei Montalva, porque logra arrebatar a la
vieja oligarquía el manejo de la cultura erudita y disputa a los comunistas el
manejo de las culturas sub-alternas. Si
lo hubieran pensado no les hubiese resultado. Es en este terreno que mencioné
en columnas anteriores que el nombramiento de Antúnez en el MNBA durante Frei
es la extensión de su programa de reforma agraria, pero en el terreno del
manejo de los símbolos monumentales de la oligarquía. Si bien la administración
del MNBA había sido plebeyizada en los años 30´s, durante la dictadura hubo
quienes levantaron la ilusión de que podía ser des/plebeyizado. No fue posible.
A tal punto, que el patrimonialismo de la pintura chilena no tuvo al MNBA como
su principal soporte, sino el Instituto Cultural de Las Condes. Siendo éste un
dato que debe ser considerado en el debate. Porque así como buscaba
patrimonializar en pequeña escala, por otro lado organizó los Encuentros de Arte
Joven en los años ochenta, en que participó “concertadamente” la juventud de la
Oposición democrática. Estoy hablando de los años ochenta.
En cambio, en 1990, Antúnez era la solución de
continuidad que le permitiría a la élite demócrata-cristiana de ahora, recomponer el poder cultural que había logrado
instalar entre 1964 y 1970.
Repito: los “barones” demócrata-cristianos de
1990 llamaron al Antúnez de 1973 para montar una ficción de continuidad, no con
la Unidad Popular, sino con su anterioridad “veckemansianizada”, a lo menos, en
el lenguaje. Eso fue lo que le pidieron para impedir que una representante de
la cultura neo-allendista accediera a la dirección del MNBA. De este modo, una voluntad
de continuidad que encubría sus propias exclusiones se haría cargo del MNBA hasta
la llegada de Milan Ivelic, al cual le cupo la responsabilidad de consolidar la
variable social-cristiana, re/plebeyizando su gestión política con una extraña
eficacia, que alcanzó indicios de profesionalización del manejo de colecciones.
En ese sentido, modernizó la gestión, para cumplir con los rangos de un museo
en forma.
Roberto Farriol no hizo más que glosar el
dispositivo montado por Milan Ivelic. Pero lo que todo el mundo olvida es que fue
colocado en ese lugar, justamente, para desactivar simbólicamente la densidad del
MNBA en el imaginario de la escena de arte. Es decir, le fue encomendada la
misión de reducir el peso simbólico de la dirección del museo en el organigrama
de la DIBAM de ese entonces, adelgazando conceptualmente su disposición, de
manera a prolongar los efectos de la ideología del período anterior a 1973, en
un encuadre neoliberal-post-concertacionista, donde se da por entendido que la
cultura está en la Economía. Más bien: Es
la Economía. Y en tal caso, lo “ministeriable cultural” solo sirve para organizar
la compensación catártica de las poblaciones cuya integración a la sociedad
real está signada por una dificultad estructural de acceso a la equidad como
sentimiento ilusorio de lo propio. En este contexto, el MNBA deja de fungir
como un trofeo simbólico. Ya no es útil
a la re/oligarquización porque la plebeyización ha desplazado el deseo instituyente,
provocando una confusión extrema entre una contemporaneidad punitiva que
maltrata su pasado y una contemporaneidad deprimida para cuyo propósito inscriptivo
el museo no cumple ninguna función. ¿De
qué manera se le podría pedir a un contingente de funcionarios plebeyizados,
hacerse cargo del ejercicio ceremonial de un monumento construido para celebrar
la vanidad de la oligarquía fundadora de una república? De seguro, hay algo que no funciona, ni en
las expectativas de los agentes ni en la misión de la institución.
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