El mismo día que Claudio di Girolamo y Fernando Prats
inauguraban en el Centro de Extensión la muestra PANEM, yo me ocupaba de
escanear el ejemplar de la fotonovela que Juan Domingo Dávila distribuía al
momento de realizar la acción corporal con Leppe y Richard en el Instituto
Francés en mayo de 1982.
Todo gira en torno a los panes. En la portada, Dávila se
cubre la cabeza con un manto de virgen.
En verdad, es una capa de boxeador. Tiene la cara maquillada; los labios
pintados con lápiz labial negro. Levanta la mano derecha empuñada. Sobre la
página, la reproducción de un pan cuya forma se asemeja al popular formato de
la “coliza”. Sobre la foto, en letras blancas (de hostia) ha impreso la palabra BIBLIA.
En medio de la portada, dos frases: REINA DE CHILE / PAN
NUESTRO.
Durante la acción corporal de Leppe, que era también la
suya, Dávila arrancó la portada de algunos ejemplares y los distribuyó entre
algunas personas que ocupaban la primera línea del público. Entre ellos se
encontraba José Joaquín Brunner. Era un mensaje cifrado. Debo hacer recordar que en el vídeo que
exhibió Dávila, este aparece cubierto
con la capa de boxeador como si fuera la Virgen María, que sostiene a un
“grandulón” entre sus brazos. Luego, en la acción, Dávila sostiene a Richard
entre sus brazos, como si fuera la Virgen y Cristo (el Salvador), de un modo
análogo a lo que hace Dávila en el video.
Entre otras cosas, lo que se juega allí es una cierta idea
de la eucaristía. Pero sin esperanza
alguna. A lo menos, en la perspectiva de Dávila, que ataca el poder de la Ley
Mosaica; es decir, el poder de la palabra en las Sagradas Escrituras. Pero un
discurso así, en plena dictadura, cuando la Iglesia sostiene la Vicaría y “nos
protege” (los-sin-voz), no solo es “mal visto”, sino un error político. Es
decir, sostener la sinonimia “liberación del deseo = liberación social”, como
plataforma de lucha homosexual, no rinde
los frutos del feminismo naciente.
En la exposición de Di Girolamo y Prats, todo es “en serio”;
es decir, si hablamos de Eucaristía, la palabra va con la letra inicializante
en mayúscula. Prats monta una pieza de hostias sin consagrar siguiendo el
diagrama del retablo de Issenheim. Claudio realiza un mural en que participan
en la última cena, puros campesinos y artesanos
de la época de la pre-reforma agraria.
No podía ser de otro modo. Le recordé, en nuestro encuentro, el mural de
la Ultima Cena que hizo en el Teologado de Lo Cañas. Una de sus mejores obras.
Al menos, una de las que más quiere. La
ventaja es que en el catálogo aparece reproducido el boceto de esa obra y está
firmado en 1963.
La portada de Dávila recusa completamente la “última
cena”. Ahí no hay esperanza, ya lo dije.
No hay sino desmontaje de la eucaristía: esto es mi cuerpo. Ciertamente, lo eucarístico está localizado
en la eyaculación material. Ese es el nivel de la literalidad crítica a que
somete Dávila el discurso crístico. El
“pan nuestro” procede mediante un (p)acto de
sodomía; siendo, ésta, el fantasma que amenaza la vocalización política,
donde lo peor que puede pasar es que alguien haga hablar a otro, mediante la
inversión del acto de “comer”. El “pan
nuestro” posee una valencia subversiva que en la escena de 1982 es insostenible
para el discurso de (la) izquierda.
Entonces, al saludar a Claudio, no se me ocurre más que
hacerle el relato de la novela “Gaspar, Melchor, Balthazar”, de Michel
Tournier, como solo a Francesca Lombardo le hubiera gustado que lo
hiciera.
Es la novela de los tres reyes magos que, en verdad, eran
cuatro. El último, un príncipe que se ocupa de buscar el “divino alimento”. Es
despojado del poder. Enviado lejos, convertido en esclavo, en las minas de sal.
Allí, un viejo en la agonía le dice que el alimento que ha buscado toda la vida
es de orden espiritual y que solo se lo puede proporcionar un hombre que
predica en Palestina. Entonces, sobrevive a las minas de sal y se dirige a
Jerusalem; pero llega tarde a la cita. El lugar que le han indicado está vacío. Solo
quedan los restos de una cena. Hambriento, comienza a comer las migajas de pan
que quedan sobre la mesa. Los últimos
serán los primeros. Esta era la parte que más le gustaba a Francesca Lombardo.
El que buscaba el divino alimento, finalmente, lo obtiene: es el primero que
comulga en la historia de la cristiandad. Eso era todo.
¿Cómo es posible remitir a Dávila el modelo de la novela de
Tournier? Los últimos en escuchar serán los primeros en hablar. Porque la frase
ser-la-voz-de-los-que-no-tienen-voz supone la construcción de un despojo, para
poder hablar por los otros y cubrir con ese grumo e sentido del mundo y de las
cosas.
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