Entonces, contra todo lo que ha sido previsto, Claudia
Aravena e Iván Pinto, inducidos a
transitar a contrapelo por el campo audiovisual, han logrado expandir el objeto
de su propia perspectiva analítica, poniendo en circulación unas nociones que
ni siquiera eran conocidas en la “escena” chilena plástica de los años setenta.
En efecto, el gran hallazgo de este libro es descrito en la
página 11, cuando en la nota 8 hacen estado de la existencia de la definición
que Gene Youngblood propone en 1970 sobre el “cine expandido”. Pero eso no le
sirve a Brugnoli, pensando en lo que he sostenido en la columna anterior. Sus “overoles” no tiene que ver con la expansión de su objeto, sino con
la contracción de su tema (subject) en un ambiente hipo-stalinista,
que descalifica a la Richard de 1980 como agente enemiga y les hace repetir a
sus filósofos la misma tontera.
Pero ni Richard sabe de la palabra “expandida”, afectada
como está entonces por la dupla freudiana condensación/desplazamiento, que la
conduce a descubrir la utilidad de uso de la palabra “escena” para asignarle
valor suplementario a algo que era propio de una transferencia simple de
información referencial. Leppe tampoco
sabía de la existencia del “cine expandido”, porque su espacio léxico lo hacía
depender de la explicatividad programática de las últimas lecturas de
Richard, empeñada en moldear su cuerpo
según los estatutos de una “teoría de la significancia” tardía, y arrancarlo de
la ciénaga surrealistizante de donde lo
había rescatado.
Lo que ocurre, entretanto, es que antes de la puesta en
circulación de la noción de “cine expandido”, tuvo un éxito rotundo en los
curso de escultura de las escuelas de arte santiaguinas, el concepto de “escultura en el campo expandido”.
Tiempo después, un académico de la PUC escribió una tesis
que convirtió en un libro mal hecho, sobre la obra de un artista francés, en que hizo empleo del
término asociado de “grabado en el campo expandido”.
En efecto, todo comenzó a ser “expandido” a partir de los años
noventa. Ahora bien: el concepto de “cine expandido” aparece
mencionado en textos de Rodrigo Alonso
en el 2004. Todos ya sabemos que el concepto puesto a circular
por Rosalind Krauss proviene de un
artículo de 1978 que fue rápidamente traducido al español y se convirtió en un
“manual” de minimalismo. Pero no circuló en Chile sino hasta después de los
noventa. De modo que la noción de “expansión” no tuvo mayor presencia como
insumo en la producción de dicho período, salvo por el uso reservado que
hicieron algunos estrategas de la objetualidad compensada pero insuficiente.
Sin embargo, cuando es introducida en la usura académica
chilena por escultores que nunca fueron
tomados en consideración como
“conceptuales”, estos comienza a desconsiderar el concepto de “desplazamiento”
porque no los incluía en la historia heroica de esos años. De modo que la historia de la instalación del
concepto de experimentación en las artes visuales sufría un nuevo revés. Lo cual explica el poder evocador que
sugiere la lectura de “Visiones laterales”, luego del uso que hacen de este
concepto, tanto Alonso como Machado, para hablar de una realidad que no
coincide con los términos de la escena audiovisual chilena.
Incluso, hablar de esta escena obliga a precisar en qué
momento, la experimentación abandona el
espacio del cine y se localiza en la frontera ambigua que se instala
entre el video-arte, la video-instalación, el corto metraje, el video-ensayo,
como una situación productiva totalmente refractaria al cine industrial que hoy
día tantos logros ha puesto de manifiesto.
Admito que se me
puede objetar el uso que hago de la noción de escena plástica en relación a
escena audiovisual. Entiendo que
Aravena/Pinto se refieren a esta última.
Pero que se relacional con la primera solo en la medida que recurren a
la eficacia formal de las obras de Leppe, de Dittborn y de Downey,
invirtiéndolas en un espacio en el cual
obtienen otro tipo de eficacia analítica, que ya no tienen nada que ver con los
usos que se pueden hacer de ellas en la escena plástica o de artes visuales.
Me atrevo a sostener que a
Aravena/Pinto les hubiese sido más útil
subordinarse temporalmente al diagrama de Krauss que a la propuesta de
Youngblood. No
voy a reproducir los términos de su argumentación,
pero Krauss comienza por analizar de qué modo empieza a fallar la
convención escultura/monumento. Por cierto, lo que se pone en cuestión
es la noción de localización; pero sobre todo, un tipo de ausencia que comienza a proporcionar una ventaja
considerable al minimalismo,
estableciendo una “tierra de nadie” en que había logrado hacer ingresar
al viejo concepto de escultura/monumento.
Con el cine, es
posible que haya ocurrido una situación análoga y que pudiésemos reemplazar la
noción de monumento por la de narratividad. Si la escultura era aquello que estaba en el paisaje pero que
no era paisaje, ¿de qué modo habría sido posible identificar un cine que no
estaba, no solo en la industria, sino en la forma de narrar? Habría,
entonces, una industria de la narración.
Tendríamos, entonces,
que acomodar el diagrama de Rosalind Krauss a lo que Youngblood señala, en este
pequeño fragmento de Rodrigo Alonso
reproducido en la nota 8 y que se traslada hacia la página 12: “El cine
expandido buscó ante todo neutralizar la linealidad de la narrativa fílmica y
su preeminencia visual. Para esto, propuso la multiplicación de las pantallas
de proyección, el uso de la luz como agente estético, la abolición de las
fronteras entre las formas artísticas, la estimulación de la corporalidad de
los espectadores y el libre juego de las formas cinematográficas”.
Si me someto a la
definición precedente, entonces debo pensar que solamente la obra de Leppe, en
los años ochenta, reúne dichas condiciones, y que la obra en que esto aparece
demostrado no es “Las Cantatrices”, sino
“Sala de Espera”, que es la macro-instalación en el seno de la cual “Las Cantatrices” adquiere sentido.
Sin embargo, toda la
discursividad a que dio lugar carecía de los antecedentes propios de la
historia del cine experimental. Hay que hacer recordar que la escritura que
hace Richard (Cuerpo correccional) es un comentario extremadamente apegado al
diagrama de la obra corporal de Leppe
y que su aparato explicativo es de procedencia “semiótica”.
A menos que dejemos imponer la hipótesis de que el diagrama corporal de
Leppe –en 1980- es deudor de la lectura incorporada
que (le) hace Richard.
En ese momento,
Brugnoli no lo puede creer. Sus “overoles” destinados a evocar la ausencia del
cuerpo obrerizado a la fuerza, no pueden resistir la embestida del cuerpo
presente en directo, sobre una escena que ha cambiado de carácter. Recordemos
que la ambientación de aparición de esos
“overoles” es la Feria de Artes
Plásticas del Parque Forestal, en plena epopeya de la sensibilidad pública
social-cristiana. No hay teoría que lo
cubra. Leppe, en el 80, pasa a ocupar el campo de un arte experimental
que no está dispuesto a reproducir dicho nombre. Un arte sin nombre, porque debemos
entender que el nombre de Leppe ya es suficiente.
El problema que
levanto en relación al trabajo de Aravena/Pinto es que el empleo de la noción
de experimentalidad, recuperada por ellos desde una literatura elaborada con
posterioridad a los años dos mil, en el seno de otra coyuntura crítica, sirva
para el análisis de obras que fueron producidas, ya sea en los 60´s, en los 70´s y en los 80´s. En el entendido que para cada uno de estos
momentos, la noción de experimentalidad que se juega es diferente y las
condiciones discursivas desarman la continuidad de las interpretaciones que las
acompañaban.
En tal caso, resulta
incómodo incluir bajo la noción de experimentalidad de Youngblood, las obras de
Sergio Bravo, Carlos Flores del Pino y Raúl Ruiz. Incluso, Bravo se define en
función de un canon anterior que ya
no es el mismo con el que se enfrentan Flores y Ruiz en la coyuntura de los
setenta. Hasta podríamos sostener que el
único que soporta la presión de la noción de insubordinación de la narrativa
balzaciana es Flores. Y eso tiene que
ver más con un corto de Patricio Guzmán,
del que no se habla mucho: “Electroshow”.
Ruíz nos introduce a un manierismo
narrativo que aparece como experimental
por exceso.
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