Las historias de hilo
y las historias de corte tenían su
lugar en la dinámica de los desplazamientos del grabado. Las historias de corte
remitían a los mapas de corte de
carne de res que solíamos ver en las carnicerías. Las partes del cuerpo eran zonificadas y cada
una adquiría un nombre y un número, como si fuera un territorio ya definido
para ser acometido por el comercio
alimentario.
Sabíamos que la victoria consistía en convertir cada zona en
un trozo consumible. Pero el traslado de
este mapa al cuerpo humano, en 1981, era
un sustituto gráfico que denunciaba una situación evidente que designaba por
extensión las zonas más frágiles,
susceptibles de recibir la descarga eléctrica y los golpes. El efecto sería la
zonificación encubierta de la carne
tumefacta.
No era un problema pictórico. Ahí no se jugaba el destino de
la representación de la carne. Sino la
retención de la palabra. Entonces el
cuerpo devino una caja que guardaba un saber que debía ser obtenido a cualquier
precio. De acuerdo a la lógica de los
“compañeros”, la dignidad pasó a depender de cuánto podía poner a prueba la
resistibilidad del cuerpo humano. ¿No
había en ello una cierta valoración invertida de la tortura? Este era el efecto de la enseñanza de la
“escuela francesa”.
Es curioso: el “grado cero de la escritura” es publicado en
la misma época en que los intelectuales
del ejército francés ponen a punto los fundamentos de la guerra
psicológica. Es como si hubiésemos
puesto en obra una especie de grado cero de la corporalidad representable. Pero
también es verdad que es la misma fecha de la escritura del prólogo a “los
condenados de la tierra”. ¿Cómo íbamos a
imaginar lo que vendría? La Historia desplazó a la Novela.
A propósito del cementerio sin muertos, Pedro Donoso me
escribe para contribuir a esta reflexión
con el fragmento de “Una tumba para Boris Davidovich”, del gran Danilo Kis: “Los antiguos griegos tenían una costumbre digna de mención: a los que hubieran perecido quemados, a los
que hubieran sido devorados por los cráteres de los volcanes, a los que
hubiesen sido enterrados bajo la lava, a los que las fieras hibiesen repartido
los buitres en los desiertos, se les construía en su patria los llamados
cenotafios, las tumbas vacías, porque el cuerpo es el fuego, el agua o la
tierra, pero el alma es el alfa y el omega, a ella es a quien hay que construir
el santuario”.
Las tumbas vacías: las camisas dibujadas por José Balmes siempre están suspendidas, a medio camino entre el cielo y
la tierra, como si fuesen animitas de trapo, flotantes. Las camisas tenían esa
complexión propia de un templete. Pero
eran camisas vacías, solo retenidas por el trazo gráfico que separaba el dentro
del afuera, señalando el vacío.
Ese cuadro de Balmes está sobre el marco del ascensor del
MOP. Un
no-lugar. Debiera estar en el
Museo de la Memoria. Basta con
que soliciten su traslado a un lugar más eminente. José Balmes fue excluido del
Negocio de la Memoria por el propio Ricardo Brodsky, que para enmendarse luego le hizo una pésima exposición, pero se aseguró de que Balmes fuera
retirado de la circulación pública por razones de salud
y cuando ya no (le) representaba ningún peligro.
Ricardo Brodsky humilló por segunda vez a José Balmes
para lavar la responsabilidad “no
reconocida” de Enrique Correa, cuando lo
sacó del Museo Allende y lo maltrató en público y los comunistas no quisieron decir nada en su defensa, porque
sabían que podían contar con su lealtad partidaria. El fantasma de Bujarin
recorre esta miserable referencia en que el heroísmo consiste en atribuirse las
“fallas” del partido.
El Museo de la Memoria realizó esta lamemtable exposición en
enero del 2015 y la tituló DES TIERRA.
Hay que ser idiotas aquejados de un efecto de impunidad monumental para
no poner cuidado en los títulos. A estas alturas, los títulos operan como unos
vacíos de lengua que resultan ser mas elocuentes aún. Balmes y Gracia Barrios
han sido rescatados del destierro a que
la “izquierda brodskyana” los sometió de manera indirecta durante
¡cuantos años! En enero del 2015
aparecieron firmando parte de la gestión conmemorativa de un museo que los excluyó en su momento de mayor signoficación
política. Esa exposición reductora pudo ser posible cuando
Brodsky estuvo seguro de haber sancionado
la dimensión de un destierro.
Hay que hacer recordar las palabras de Milan Ivelic el día
de la inauguración de esta exhibición lamentable. Habló de la necesidad de
tener obras de Balmes en este sitio rigurosamente
vigilado. Ricardo Brodsky ya sabe a
que me refiero. Experto en
vigilancia y mensajería, está al tanto del trabajo de des
naturalización de la historia. El caso de esta exposición es tan solo un botón
de muestra. Si no, habría que
preguntarle por el Servicio de Asuntos Especiales (El huevo de la serpiente),
cuyas actividades quedaron fuera del recorte temporal del museo de la medida. ¿Acaso el Museo de la Memoria, ahora sin la
caución delegada de Brodsky, no podría ser concebido como un museo de la memoria chilena de los cuerpos? No es
necesario “holocaustizar spielberguianamente” la memoria. Lo que hay que hacer, además de proporcionar
las pruebas del oprobio, es reconstruir
el discurso mediante el cual, una parte de la sociedad puede negociar ad infinitum la gestión de la victimación, como garantía ética
de una política que ha forzado al olvido
de la ética.
Pues bien: este es un cuadro que podría reunir las condiciones planteadas por Milan Ivelic
en esa ocasión. Habría que hacerle
caso. Noblesse oblige.
Esas camisas de Balmes son como tumbas vacías.
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