sábado, 14 de mayo de 2016

TUMBAS VACÍAS


Las historias de hilo y las historias de corte tenían su lugar en la dinámica de los desplazamientos del grabado. Las historias de corte remitían a los mapas de corte de carne de res que solíamos ver en las carnicerías.  Las partes del cuerpo eran zonificadas y cada una adquiría un nombre y un número, como si fuera un territorio ya definido para  ser acometido por el comercio alimentario.

Sabíamos que la victoria consistía en convertir cada zona en un trozo consumible.  Pero el traslado de este mapa al cuerpo humano,  en 1981, era un sustituto gráfico que denunciaba una situación evidente que designaba por extensión  las zonas más frágiles, susceptibles de recibir la descarga eléctrica y los golpes. El efecto sería la zonificación  encubierta de la carne tumefacta.   

No era un problema pictórico. Ahí no se jugaba el destino de la representación de la carne.  Sino la retención de la palabra.  Entonces el cuerpo devino una caja que guardaba un saber que debía ser obtenido a cualquier precio.  De acuerdo a la lógica de los “compañeros”, la dignidad pasó a depender de cuánto podía poner a prueba la resistibilidad del cuerpo humano.   ¿No había en ello una cierta valoración invertida de la tortura?  Este era el efecto de la enseñanza de la “escuela francesa”. 

Es curioso: el “grado cero de la escritura” es publicado en la  misma época en que los intelectuales del ejército francés ponen a punto los fundamentos de la guerra psicológica.  Es como si hubiésemos puesto en obra una especie de grado cero de la corporalidad representable. Pero también es verdad que es la misma fecha de la escritura del prólogo a “los condenados de la tierra”.  ¿Cómo íbamos a imaginar lo que vendría? La Historia desplazó a la Novela.

A propósito del cementerio sin muertos, Pedro Donoso me escribe para contribuir a esta reflexión  con el fragmento de “Una tumba para Boris Davidovich”, del gran  Danilo Kis: “Los antiguos griegos tenían una costumbre digna de mención:  a los que hubieran perecido quemados, a los que hubieran sido devorados por los cráteres de los volcanes, a los que hubiesen sido enterrados bajo la lava, a los que las fieras hibiesen repartido los buitres en los desiertos, se les construía en su patria los llamados cenotafios, las tumbas vacías, porque el cuerpo es el fuego, el agua o la tierra, pero el alma es el alfa y el omega, a ella es a quien hay que construir el santuario”.

Las tumbas vacías: las camisas dibujadas por  José Balmes siempre están  suspendidas, a medio camino entre el cielo y la tierra, como si fuesen animitas de trapo, flotantes. Las camisas tenían esa complexión propia de un templete.  Pero eran camisas vacías, solo retenidas por el trazo gráfico que separaba el dentro del afuera, señalando el vacío.

Ese cuadro de Balmes está sobre el marco del ascensor del MOP.  Un  no-lugar. Debiera estar en el  Museo de la Memoria.  Basta con que soliciten su traslado a un lugar más eminente.  José Balmes fue excluido  del  Negocio de la Memoria por el propio  Ricardo Brodsky,  que para enmendarse luego  le hizo una pésima exposición,  pero se aseguró de que Balmes fuera retirado   de la circulación pública por razones de salud y cuando ya  no  (le) representaba ningún peligro. 
 
Ricardo Brodsky humilló por segunda vez a  José Balmes  para lavar la  responsabilidad “no reconocida” de  Enrique Correa, cuando lo sacó del Museo Allende y lo maltrató en público y los comunistas no  quisieron decir nada en su defensa, porque sabían que podían contar con su lealtad partidaria. El fantasma de Bujarin recorre esta miserable referencia en que el heroísmo consiste en atribuirse las “fallas”  del partido. 

El Museo de la Memoria realizó esta lamemtable exposición en enero del 2015 y la tituló DES TIERRA.  Hay que ser idiotas aquejados de un efecto de impunidad monumental para no poner cuidado en los títulos. A estas alturas, los títulos operan como unos vacíos de lengua que resultan ser mas elocuentes aún. Balmes y Gracia Barrios han sido rescatados del destierro  a que la “izquierda  brodskyana”  los sometió de manera indirecta durante ¡cuantos años!  En enero del 2015 aparecieron firmando parte de la gestión conmemorativa de un museo que los  excluyó en su momento de mayor signoficación política.  Esa exposición  reductora pudo ser posible cuando Brodsky  estuvo seguro de haber  sancionado  la dimensión de un destierro. 


Hay que hacer recordar las palabras de Milan Ivelic el día de la inauguración de esta exhibición lamentable. Habló de la necesidad de tener obras de Balmes en este sitio rigurosamente vigilado.   Ricardo Brodsky ya sabe a que me refiero.  Experto en vigilancia  y mensajería,  está al tanto del trabajo de des naturalización de la historia. El caso de esta exposición es tan solo un botón de muestra.  Si no, habría que preguntarle por el Servicio de Asuntos Especiales (El huevo de la serpiente), cuyas actividades quedaron fuera del recorte temporal del museo de la medida.   ¿Acaso el Museo de la  Memoria,  ahora sin  la caución delegada de Brodsky, no podría ser concebido como un museo de la memoria chilena de los cuerpos?   No es necesario “holocaustizar spielberguianamente” la memoria.  Lo que hay que hacer, además de proporcionar las pruebas del oprobio,  es reconstruir el discurso mediante el cual, una parte de la sociedad puede negociar ad infinitum  la gestión de la victimación, como garantía ética de una política que ha  forzado al olvido de la ética.

Pues bien: este es un cuadro que podría reunir  las condiciones planteadas por Milan Ivelic en esa ocasión.  Habría que hacerle caso.  Noblesse oblige.

Esas camisas de Balmes son como tumbas vacías.  

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