Ha sido editado el catálogo de la exposición de Mario
Navarro en Galería Gabriela Mistral, de la que fui curador. No será posible hacer el lanzamiento en la
galería, por temor a represalias. El delirio paranoico de los “encargados” de artes visuales del Ministerio de Escenografía ha puesto en marcha
una política de amedrentamiento de dimensiones no conocidas hasta ahora.
En verdad, un lanzamiento no significa nada importante, sino
realizar un rito sobre la puesta en circulación de un material que debiera ser
algo más que el comentario crítico y colaborativo de la exposición. Lo que importa es lo que la obra de Mario
Navarro da a pensar. El ensayo que he escrito para la ocasión no alcanza a fijar el estatuto y
proyección de una obra que he seguido desde hace años y que se me escapa. Es decir,
respecto de la cual se instala un espacio de indeterminación e
incompletud analítica que solo puede ser
entendido como un trabajo de crítica colaborativa.
De todos modos, el catálogo abre una dimensión post-ilustrativa
que no deja de tener importancia para lo que significa editar, hoy, un
Chile, en la escena plástica. Las
condiciones de impresión se han facilitado a tal punto que hoy día el menor
egresado con alguna astucia puede disponer de un impreso con tapa dura. Cosa
que hace unos años era prácticamente imposible.
Imaginen ustedes lo que era una
edición auto-producida de Gonzalo Díaz en 1987.
La facilidad de la impresión no se traduce en un avance significativo
del trabajo editorial.
Este catálogo tiene algunas particularidades. No solo es
modesto. Hay que ser un gran artista
para hacer catálogos modestos. Lo
primero es que la traducción al inglés es de Kristina Cordero. Este debe ser el tercer o cuarto texto de
arte que Kristina Cordero me ha traducido,
y cada vez espero su primer correo con comentarios y preguntas, que me
obligarían a escribir otro texto, siguiendo el principio que en la crítica tiene un efecto
extraordinario: el que se explica se complica.
Y la producción de complicación es justamente lo que se busca en la
crítica colaborativa. De modo que el diálogo con el traductor forma parte del
trabajo teórico.
Lo segundo que importa en este catálogo es el diseño del
gabinete Pozo Marcic Ensamble. De este
modo, la edición pasa a ser otro soporte de enunciación, con su autonomía
formal, superando el síndrome de la
ilustración. De partida, la
diferenciación de cuerpos de letra para determinados párrafos, no es un asunto
menor, porque producen una intervención en la lectura, que puede promover más
encubrimientos de lo esperado, por
relocalización tipográfica del sentido. Con esto quiero decir que a veces se
acrecientan las cosas para esconderlas mejor.
Pero también ocurre que las fotografías del interior o del
conjunto exterior de la maqueta de la
Cooperativa Eléctrica instalan un espacio de una autonomía relativa
significativa en el catálogo, porque permite acceder a un tipo de información
que a través del diseño de página se traduce
en pensamiento visual complejo.
Por último, la reproducción de los dibujos en que domina la línea sinuosa puesta en
tensión con la reproducción de la geometría fundamental de la maqueta, instalan
una exigencia teórica sobre las articulaciones de la racionalidad política y el
irracionalismo arcaico de creencias que
intentan mantener el vínculo entre universos que el Estado de las Cosas separa
como condición de la invención moderna.
Sin embargo, la sospecha es que esta modernidad de conducción oligarca
se asume como una expresión sublime de otro tipo de irracionalismo de clase
superior.
Por eso, en la primera línea del texto abordo el descrédito
absoluto que Mario Navarro ha construido sobre La Política, a partir de una política de obra cuya des-acreditación –en
el sistema local- revela el fraude de
destino de procesos desajustados por una historia que somete a sus agentes a
cumplir funciones de repetición mermada.
Respecto de lo anterior, hay dos menciones editoriales que
debo “ajustar”. La primera es la recuperación de la merma del Logos político en
la presentación que hace Sartre a Los
condenados de la tierra de Franz Fanon; la segunda es el famoso comienzo de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, de
Marx.
Ciertamente, el catálogo ya ha sido presentado. La historia del arte se repite dos veces, como
tragedia (discursiva) y como farsa (escenográfica).
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