Las manigancias de Gómez-Sicre tuvieron algunos efectos en
la escena chilena, pero a través de la escritura de Marta Traba, que odiaba a
Balmes y compañía. Por eso, nunca
escribió más que sobre Antúnez, Matta y Opazo, algo. Pero sus conexiones eran,
entonces, anti-Facultad. O sea, apoyo irrestricto a los surrealistizantes, en
un momento en que los arquitectos de la Católica renuncian a montar una escuela
de arte a su medida. Lo que hacen es darle apoyo a Piwonka en Diseño y deciden
“abandonar” Arte entregándola a unos pintores que no les van a causar mayores
problemas en una época muy difícil para ellos.
Es cosa de leer las páginas destinadas a los arquitectos en la historia
de la PUC, escrita por Ricardo
Krebs. Es una escena de lucha fratricida
cuyas heridas todavía tienen memoria. De modo que Arte no debía ser un
problema; por eso se la entregaron a los pintores menos problemáticos. No lo
puedo entender. Los arquitectos tuvieron en sus manos la posibilidad de armar
una escuela a su medida. Racionalista. Moderna, en el canon albersiano. Y nada.
Quienes se ocupan de montar un mito metodológico son los
grabadores, que aprovechan el vacío, digamos, la pusilanimidad de los
pintores. Galaz sabe de eso, pero no
dice nada. Su discurso es una tapadera. El caso es que los grabadores arman el
tinglado para lo que va a ser el gran mito de la Católica: los
desplazamientos.
Todo apunta al rol del curso de Vilches y a la distribución
que hace de un texto de Camnitzer sobre serialidad. Pero en términos estrictos,
eso no tiene el peso que se le atribuye, sino que Duclos, Soro y Paredes, toman en un sentido conscientemente
literal un método de análisis paródico,
que aumenta la rentabilidad de una
comparación dittborniana que tiene unos efectos letales en la metaforización de los procedimientos.
Veamos: Dittborn se declara “pintor”. Pero decía: pinto al
óleo; claro, pero con aceite-quemado-de-auto.
Y luego: pinto sobre tela: claro, pero sobre tela-de-yute-sin-imprimar.
Con esas indicaciones bastaba. Entonces vino esa famosa historia del trabajo de
Paredes, que cavó las tumbas en el patio de la escuela, haciéndolas pasar como trabajo de
xilografía. O sea: usó una pala como
buril y repitió las excavaciones, enumerándolas como edición de grabado. Solo
renunció a “sacar copias”.
Así las cosas, estos son elementos de estudio muy
importantes que deben servir como insumos para el debate que va a tener lugar
el sábado 19 de junio, bajo el título Contra el formalismo. Lo cual resulta muy curioso, porque desde ya,
estos relatos son el resumen de un formalismo narrativo extremo, en el que cada
uno representa formas anecdóticas de proyección significante, que en el léxico
erudito se denomina biografema.
Entonces, todo esto tiene lugar “antes y durante” los trabajos de Duclos, así como éste mismo lo demuestra en las dos
fotografías producidas con desechos del mobiliario de la escuela, en que se
consideran la caja de clavos inchalam,
una silla escolar, dos mesas de trabajo y unos atriles en pésimo estado. Todo
eso fue dispuesto por Duclos en el patio
del campus El Comendador y los “armó para el registro” de lo que él
consideraba, desde ya, como el colapso de la pintura y de su enseñanza. O sea, los despojos de la escasa herencia que
se podía recuperar de esos pintores surrealistizantes que se había hecho
cargo de la escuela durante toda una
década.
Ante la desidia de dichos pintores, lo que hacía Duclos era
re/comenzar una historia, habilitado por la práctica de grabado. Bien. Estamos
en 1980 y 1981. Mientras Duclos expone
en D21, espacio de exhibición de la Colección Pedro Montes, en esta misma
colección es posible recuperar un ejemplar de una edición especial realizada
por Enrique Zañartu en 1962, a partir de unos textos de Michel Butor.
Es decir, Zañartu “ilustra” a uno de los principales
escritores de la nueva novela francesa.
En la misma época en que Downey acude al Taller de Hayter, en Paris, del
que Eugenio Téllez es massier. ¿No es éste un buen dato, para preguntarnos
sobre el efecto diagramático que tiene el grabado en la constitución de nuevos frentes de problemas en la escena
chilena plástica?
Downey deja de hacer grabado, para seguir “haciendo grabado”
en el espacio del video arte internacional emergente. Y Dittborn viaja en 1965
a Madrid, donde enytra a trabajar un tiempo en el taller de serigrafía de la
Canada Dry. ¿Qué tal? Puras anécdotas
significantes. Pero todas comprometen el espacio del grabado. Es la base de los desplazamientos de su
práctica como de su proyección conceptual.
Es comprensible que desde el racionalismo del procedimiento, los
artistas realicen una de las operaciones
reconocidas por Freud en la teoría de los sueños; a saber, la operación de
desplazamiento. A fin de cuentas, esa es
la procedencia de la denominación; en
que se desplaza una definición que es conducida a exceder el límite de su
comprensión.
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