En la proyección de “Los zapatos de Leppe” el domingo 17,
una señora preguntó a la mesa redonda que se formó luego por la banda sonora
que se escucha en un murmullo. A su juicio, no se entendía muy bien lo que una
mujer decía. Entonces, dijo que ella había asistido a la performance en el 2000
y que le había quedado esa duda. En una
conversación totalmente jovial, le di una respuesta totalmente burocrática,
porque la remití a que fuera a D21 a escuchar el discurso que para ella era un
murmullo. Era como haberle dicho, “vaya a la otra ventanilla”.
En verdad, ella no tenía por qué saber que el relato que se
escuchaba mal en el video era provenía de la banda sonora que corría en la sala
mientras duraba la acción de Leppe, que reproducía a su vez el “relato de la
madre” que aparece por vez primera en “Las Cantatrices” (disposición de 4
monitores) y que en 1980 formaba parte
de la instalación “Sala de Espera”. Es
decir, el “relato de la madre” era
recuperado como banda sobre la que se “colgaba” el relato accional de “Los
zapatos de Leppe”, (exactamente) veinte años después.
Hoy día, diecisiete años después de la acción en el MNBA, la
proyección del plano secuencia que realizó Jaime Muñoz adquiere el peso de las
cosas que nos hacen “regresar al origen”.
Leppe mantuvo el relato en la condición de matriz de las acciones, hasta
que en el 2003, en Porto Alegre, des/considera el sonoro y lo sustituye por la
imagen de la foto-carnet de la madre
proyectada sobre un muro, que a su vez se reproducía sobre el suelo semi-inundado
de la sala donde realizó la acción “El sueño de Diego Rivera”. Según Jorge Cerezo, la misma banda sonora
sostuvo la instalación que Leppe realizó en Madrid, en el marco de “ChileVive”
(1987). Aunque tengo, mis dudas. Simplemente porque estoy en el proceso de
determinar exhaustivamente los límites de las acciones de Leppe, en la
perspectiva de establecer el catálogo de éstas.
Entonces, proporcioné a la señora que había sido espectadora
de la acción en el 2000, la dirección de D21 para que se dirigiera a escuchar
el relato del que solo había escuchado un murmullo.
Pero no solo los relatos se “repercuten” en el tiempo.
Tenemos la imagen de yeso pintado de la Inmaculada Concepción, que proviene de
“Sala de Espera”, y que en el MNBA corona la cima de la montaña de pelos. Esa imagen había estado en el interior de la
carcaza vacía del televisor Bolocco que fue usado por Leppe, cubierto en su
interior con barro, en “Sala de Espera”,
con el propósito específico de “parodizar” la
intensificación (medio cerrado)
que hacía la cultura popular urbana en el discurso de la televisión
(medio abierto).
Ahora puedo conectar el barro interior de la caja desguazada
con las paredes interiores de una gruta. Estas son las palabras que pronuncia
Leppe desde el momento que desciende de
un taxi Lada y comienza su camino de
rodillas hacia una de las rotondas de la primera planta del museo: “¡laaaaa
gruuuuuuttaaaaaa!”. Como si fuera un
santo-y-seña que no alcana a convertirse en letanía.
El interés de Jaime Muñoz por la importancia de “la gruta”
determina el rol del museo en la institucionalización de la performance como
una práctica que habría nacido para infractar la propia institucionalidad. En las aproximaciones sobre las condiciones
del dentro y el fuera de las instituciones, esta discusión solo admite que la
infracción es una condición de validación de prácticas que reclaman su lugar.
De modo que, desde su propia concepción, estas prácticas se validaban solo como
un momento espectral de una operación que
definía su reconocimiento material en unas temporalidades adecuadas.
De todos modos, la mención a la gruta remite a la
templaridad necesaria de todo proceso de inclusión de lo que en el arte contemporáneo
algunos han dado en llamar “prácticas limítrofes”. Lo que hay que decir es que el lugar escogido
para la acción fue una rotonda en cuyos muros se había colgado un conjunto
gráfico que contenía indicios de la totalidad de la obra de Leppe. Y luego, en el centro de esta sala circular
Leppe instaló el cono de pelos en cuya cima fijó la imagen de yeso de la
Inmaculada Concepción. De modo que era, por así decir, la “oficialidad” de
Leppe, la que acogía su propia “infracción”, trayendo a la rastra los
materiales de sus acciones e instalaciones anteriores. En este sentido, la acción de Leppe era,
efectivamente, retrospectiva.
En términos estrictos, la verdadera retrospectiva de Leppe
tuvo lugar en esa acción, el 19 de octubre del 2000.
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