El 12 de julio inaugura Juan Domingo Dávila en
Matucana100. Es decir, diez días antes
del coloquio ceremonial que ha convocado
el operador insignia de la flota de intervención táctica, especializada para
navegar entre tiburones (Risas
prolongadas).
Entre navegar y nadar
hay una gran diferencia. Al
menos, para navegar se requiere -mínimo-
una cáscara de nuez (plasticina, palo de fósforo y banderita de papel
incluida).
El 12 de julio es la fecha para presentar las ponencias que
serán admitidas en el mencionado coloquio.
No se ha dicho una sola palabra sobre los criterios de
admisibilidad. Ni tampoco han respondido
a la objeción de tener que proponer solo una ponencia.
Pero lo de Dávila, sin duda, es un innegable espaldarazo a Paco Barragán,
contra quien desde las oficinas de la flota han hecho todo para que le vaya
mal, desde que curadoras de servicio
iniciaran una campaña en contra del concurso en que fue declarado vencedor,
recurriendo a impresentables argumentos xenófobos.
Si había objeciones, bastaba con presentar un recurso en Contraloría,
a condición de exponerse y entrar en un cuestionamiento directo del sistema de
concursos llevados a cabo por directorios de entidades mixtas. Sin embargo, prefirieron el asesinato mediático, sin mucho
resultado.
Paco Barragán presenta a Dávila y me parece que es una gran
apuesta, que debiera permitir a
Cristóbal Gumucio y a su directorio resistir de mejor manera al asedio implícito al que debe estar
sometido, por ocupar simplemente un cargo que muchos quisieran para sí; que a
estas alturas ya ha pasado a ser como un signo de los últimos tiempos. Digo, ocupar y des/ocupar.
Mientras tanto, el GAM publica unas convocatorias para “llamar
a” exponer. Escribo de inmediato un twitter en el que señalo que en un lugar
serio no hay convocatorias, sino un ejercicio
curatorial que proviene de una lectura de la escena. Lo que caracteriza un
centro es su línea editorial y es un acto de gran oportunismo populista, que ya
es redundante, el evocar las convocatorias como una acción inclusiva cuando ya
se tiene una política implícita definida. Y si no se la tiene, entonces es una
vergüenza. Un curador está para leer la coyuntura. Ya sea en artes visuales
como en artes escénicas. Aunque para
artes visuales, la sala es pésima. Ahora, es desde dicha lectura que se realiza una programación, como reflejo
y a la vez como proyecto de modelación del futuro.
Sin embargo,
privilegiar las “convocatorias”
corresponde a un tic nervioso
propio de agentes en busca de legitimación de acciones con escasos niveles de acreditación. Hacer “convocatorias” es pagar deudas.
Camilo Yáñez ha resuelto jugarse por forjar una decisión
autónoma, aunque se cuida de exponer las razones que sostienen la curatoría de
la conservadora exposición con que inaugurará el Centro que lo hará pasar a la
historia y en cuyo desempeño se está esmerando, para no ser olvidado como un
curador que ha sabido destruir su obra personal en provecho de un monumento a
la mitomanía. Pensábamos que iba a
realizar una acción de tal manera experimental que iría a poner en crisis la
noción misma de expositividad. ¡Que
decepción! ¿Podíamos esperar algo
“innovador” de su parte?
¿Cuál es la lectura que hace Camilo Yáñez de la escena? Y que
no se haga el llorón si se lo preguntamos.
Ya sabe a lo que se expone cuando hace una
curatoría concebida especialmente para
pagar deudas; o mejor dicho, para convertir en deudores a los invitados que
pueda, y contraer los compromisos
garantizadores recurriendo a los grandes artistas totémicos.
Camilo Yáñez aspira a ser el Harald Szeeman de la escena
chilena, buscando convertir su “personal
actitud” en una “formal estrategización” para el arte chileno. Es como
si bastara con “colocar” la estrella de la tonsura de Leppe cerquita de
la estrella de la bandera de huesos de Duclos.
Le faltaría la otra estrella, de la bandera de Codocedo. Y la estrella mutilada del PRO. ¿Por qué
no? Pero a estas alturas, sus asociaciones
no hace estallar, ya, absolutamente nada. Es pólvora húmeda.
Para quienes no lo saben, Szeeman realiza en 1969 una
exposición que tituló “Cuando las actitudes devienen formas” y después de la
cual tuvo que renunciar al museo donde la hizo.
¿Qué quiere Camilo Yáñez? ¿Hacer la gran exposición de su período de
asesoría ministerial y luego renunciar? ¿Es eso lo que dice a través de lo que
omite? La razón estaría en que la
institucionalidad no resistiría la radicalidad de su propuesta. Pero si al final, hasta Dittborn se “somete”, imponiendo sus condiciones. El problema con los artistas es que viven
amenazados por el imperativo de “querer pasar
a la historia”. Bueno, es algo endémico
del arte chileno, que ni Mosquera logró
resolver. Se supone que ahora habrá
cambios en el equipo de garantización
extranjera. Todo, demasiado
previsible. Ni Ivo ni Cuauhtemoc
garantizan “por si solos” la internacionalización del arte chileno. Los invitan
sin prevenirlos de la mochila simbólica que se les va a colgar.
Regresando a la “convocatoria” para el coloquio ceremonial, destinado una
vez más a meternos el dedo en el ojo,
debo decir que no hay traza de
que el “equipo” que lidera se haya dado
por enterado respecto a publicar algún Informe, o bien, un Proyecto de
Política, que sea, para sostener la debatibilidad
del coloquio al que ha invitado, solo para cumplir con la promesa de haber realizado
“consultas” de carácter “ciudadano”.
Promesa satisfecha en la forma, para “recoger” unas
informaciones para las que no sabemos si tiene comprometido un equipo de
análisis del contenido de las ponencias.
Camilo Yáñez no tiene cómo garantizar que las ponencias, aunque no sean
vinculantes, al menos ejerzan su dominio en un debate productivo, porque la
Macro Zona de artes visuales carece de capacidades teóricas y metodológicas
para interpretarlas.
En el CNCA existe una
Unidad de Estudios en la que hay gente muy competente y que sabe hacer su
oficio. Espero que hayan sido puestos al tanto y que participen en el coloquio,
porque es la única manera de dar credibilidad a esta acción.
La figura de Camilo Yáñez solo interesa
como un significante político,
como cuando escribo sobre DJ
Méndez. Nada personal. Ambos son portadores estructurales de una función que los precede y que los
supera. Solo puedo lamentar que, en el caso de Camilo Yáñez, siendo un artista
con una obra relativamente consolidada y
“prometedora”, se haya convertido en un operador político, en el
sentido más vulgar de la palabra.
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