En estos momentos, Claudia Segura (Bogotá), Mario Opazo
(Bogotá), Fabio Cypriano (Sao Paulo) y
Rodolfo Andaur (Iquique) viajan a visitar las guaneras al sur de Chanavaya.
Este es el nombre de una caleta al sur de Iquique. Proviene de la modificación
de la voz inglesa “China Bay” y se refiere a la presencia de coolies chinos que trabajaban en las
guaneras antes de la guerra de 1879. La
modificación de la lengua precede a la modificación del territorio. Una pequeña
investigación sobre las escenas locales implica un estudio de las
modificaciones de la lengua, porque es lo que precede a la instalación de
ciertas prácticas complejas, como la de los chinos que se encargan en la
Tocopilla de comienzos del siglo XX del comercio de los interiores de las reses
faenadas en el matadero. Todo esto se refiere al estatuto que adquiere en los
puertos el consumo de la carne de segunda, que en italiano se denomina cucina povera. Y cuyo desempeño en la
sobrevivencia de generaciones de porteños salta a la vista en los hábitos de
consumo de carne fuera de los cerros gentrificados de Valparaíso, que
introducen la comida vegetariana para satisfacer la hipocresía de dominio de
los nuevos propietarios. Las modificaciones de la lengua previenen contra las
modificaciones del uso de los suelos cuando los locales no pueden competir
contra las inversiones extranjeras.
Entonces, es posible armar una macro-zona simbólica entre
Valparaíso, Iquique y Tocopilla, solo siguiendo las tripas de sentido que están
comprometidas en los chunchules. Pero
esta macro-zona no tiene habilidad presupuestaria en el CNCA, porque la
burocracia de su gestión fue pensada
para no tener que pensar en los relieves finos de las producciones
sociales locales. La culinaria,
entonces, puede ser un eje de recomposición del imaginario de las clases
sub-alternas en puntos clave de la costa hacia el norte. La ciudad se reconoce en el laberinto de
tripas que anticipa el laberinto habitacional abigarrado que cobija a los
tripulantes que regresan después de servir en la marina mercante, trayendo
costumbres residuales en el fondo de sus sacos de lona.
El día de ayer, esta delegación que hoy se encuentra en
Chanavaya asistió a un encuentro con Bernardo Guerrero, una de las personas que
más sabe de La Tirana. Las coreografías
barriales que se preparan durante el año para enfrentar esta festividad
presentan una severa exigencia a las prácticas coreográficas contemporáneas.
Seremos fieles al reconocimiento de los efectos estéticos de estas prácticas. ¿Que “se puede hacer” desde la estructura de estas coreografías
realizadas para “homenajear” a la Virgen/Pachamama? El minimalismo de la lectura debe dar pie a
producciones de otro carácter y considerar, al mismo tiempo, el efecto cruzado
de las inversiones simbólicas inscritas en la vestimentaria que circula entre
Oruro, Tacna e Iquique. ¿Ven? Esta es
otra macro-zona, que se dibuja desde el pequeño tráfico de la indumentaria
ceremonial, que sigue la huella de la pertinencia manual del corte y
confección: se compra la pieza en Oruro, se modifica en Tacna, se prueba en
Iquique. Esta noción terminal de prueba es capital para comprender de qué
manera están hechas las cosas y de cómo en el camino son modificadas las
medidas.
Mañana, de seguro, la delegación visitará Pisagua. El viaje
es largo. Hay que ir especialmente. Pero el encierro en un vehículo hace que el
encuentro se convierta en un seminario rodante acerca del destino de los
cuerpos en una zona que esta vez será reconocida por el estudio de sus
estratos. Lo cual supone una excavación para recuperar los restos de tres
edades: pre-colonial, guerra del Pacífico, asesinados por la
dictadura. Es otra macro-zona, que
obliga a trabajar sobre los imaginarios de la excavación, determinando de
manera no ilustrativa algunas producciones decisivas para el arte chileno
contemporáneo.
Entonces, las macro-zonas son retículas de sentido que se
amarran a partir de las hilachas más significativas que dejan libres,
justamente, para poder amarrarse unas a otras.
La lengua, la tripa, la capa de ropa, la sobrecubierta de memoria
material recuperada para operar, efectivamente, como generador de trazabilidad
simbólica, dibuja en el territorio un mapa de intensidades que supera las emanaciones
del imaginario restrictivo del arte contemporáneo, que viene a operar como el
proceso de condensación en el “trabajo del sueño”. Eso es porque una macro-zona
debe ser leída como un acertijo y no
como una entidad administrativa que fija las normas de gestión para justificar
su propia reproductibilidad institucional. La macro-zona es un método que
registra la sismo-grafía de los imaginarios locales y organiza las
jerarquizaciones zonales, durante una unidad de tiempo determinada, poniendo en
función las energías de agentes que pueden ser artistas, pero que en su mayoría
no lo son, y que sin embargo, padecen los efectos de sus desplazamientos de
lengua, como en el caso del nombre Chanavaya, que remite a la memoria dura de la “bahía de
los chinos”, descrita en inglés para pasar a nutrir los registros de la
exclusión máxima.
Debiéramos concebir, entonces, fórmulas administrativas que
nos permitan proporcionar servicio a los
ejes de trabajo determinados durante una unidad de tiempo ya determinada. Hay
que buscar las formas de definir estos ejes y validar en el seno de las comunidades
los procedimientos de lectura que se requiere y de su conversión consecuente en gestión de intensidades.
En efecto, la macro-zona puede ser un procedimiento de
lectura y de conversión en acción de un conjunto de enunciados definidos en el
curso de una negociación problemática con una comunidad local determinada.
Entonces, las macro-zonas son retículas de sentido que se amarran a partir de las hilachas más significativas que dejan libres, justamente, para poder amarrarse unas a otras,
ResponderEliminarfELICITACIONES, un aporte muy preciso, en tiempos de desconexión