El viernes 1 de julio apareció una
entrevista que me hizo el periodista Martin
Romero, bajo el título “El nuevo delirio estructurado de Justo ”.
Una entrevista es un asunto delicado,
porque más allá de los intereses y propósitos editoriales, me propongo instalar algunas cuestiones. En este caso, he
podido establecer tres críticas a tres “aparatos ideológicos de(l) Estado”: la
Universidad, la Musealidad y la Iglesia, en las personas de tres de sus más
eximios representantes. Cuando señalo a los tres aparatos, obviamente hago
referencia al título del texto de Althusser y escribo la letra “l” entre
paréntesis, para enfocar la ambigüedad
de sentido que tiene el empleo del título.
A fin de cuentas, se trata de
instituciones singulares de la “formación cultural” chilena, respecto de las
cuáles existe una cierta probada impunidad.
El objeto de la crónica en La Segunda fue
mis “primeros 24 días en Twitter”.
Reproduzco un párrafo: “Twitter te permite establecer una estrategia de
cómo colocar cuestiones. Si yo lo hiciera en el blog, tendría que argumentar
todo lo que escribo, cosa que he hecho, pero Twitter te permite hacer de
francotirador y cambiar de posición inmediatamente”.
Por cierto, consciente de la literatura
militar, entiendo la fragilidad de un francotirador. Por eso me refiero a su movilidad. Pero debo
inscribir su acción en un frente más amplio, no de retaguardia. Sin embargo, apelo a la noción vietnamita de “afirmar mis posiciones en las
masas campesinas”.
Todo esto, para remitirme a una batería
léxica en que las referencias a los movimientos militares resulta generativa en
el caso de los relatos territoriales. De este modo, si hablo de Brugnoli es porque
existen fundadas situaciones desde las que es lícito preguntarle por su
animadversión política y personal hacia Balmes/Barrios. ¿Diecisiete años en el MAC? ¿Mérito propio o
desidia universitaria? Ciertamente, una
farsa académica que tiene efectos endémicos.
Si hablo de Esteves, resulta clave
distinguir en que el rango de Historiador le queda grande, porque no se le
reconoce una actividad historiográfica
consistente y que todo apunta a que la atribución de la dirección del Museo de
la Memoria corresponde a la distribución de un botín político; y finalmente, la
mención a Felipe Berríos se inscribe en
el cauce de la escritura de Oscar Contardo sobre la Iglesia, respecto de lo
cual aprovecho de precisar qué se puede entender como “abuso”, respecto de una
figura con la cual algunos hemos tenido que
batallar: el “cura choro”.
El “cura choro” es una figura compleja de
abuso, porque forma parte de un tipo de
“educación sentimental” en la que la manipulación de conciencia es una
costumbre. Y este es un capítulo sobre
el que se debe profundizar, en sus
distinciones Parroquial y Universitaria, porque forma parte de la historia de
la vigilancia política de la juventud rebelde de los años sesenta, que fue
convenientemente encuadrada por unos
“curas (muy) choros” cuyo discurso preparó la Toma de la Universidad Católica
en agosto de 1967; siendo éste, un
momento demostrativo de la eficacia que había
tenido el trabajo previo de formación de cuadros en que estuvo
comprometida la Parroquia Universitaria.
A mi me parece que es una magnífica historia. En paralelo, funciona la Parroquia de
Karadima, en la que fue consagrado monseñor Gabriel Larraín y que fue motivo de
una interrupción de Iglesia Joven, que reclamaba la participación de las
comunidades de base en la elección de los obispos. Fueron (fuimos) sacados a empujones de la iglesia.
Entonces, toda observación sobre Berríos
corresponde a su estatuto de operador comunicacional del anverso de la Iglesia,
cuyo reverso opera (con) el discurso de
Ezatti. Pero, en la base, la cota mil
como figura solo tiene como horizonte de espera el discurso demócrata-cristiano
de los sesenta, que parece revertir el peso de los debates sociales en una
sociedad en que la oligarquía que tenía como enemiga, ya no es la misma; puesto
que se recompuso gracias a la dictadura.
Lo que queda es la re/moralización del discurso católico que necesita
reponer al “pobre” en su centro, como
categoría garantizadora. Eso no se puede
poner en un Twitter, pero “coloco”, en sentido estricto, un “tema” que el
propio Berríos ha instalado. (El no sabe
que todos, en algún momento, usamos
bototos Bata).
Ahora, lo del “Golden boy” es aparte. Si
bien tiene que ver con la musealidad como aparato, porque cuando Ottone enumera sus cargos en entrevistas pauteadas,
menciona que ha sido director del Museo de la Solidaridad, lo que queda en
evidencia son las redes con que se hilvana el nepotismo novomayorista.
Solo que en ese momento le recuerdo las
condiciones bajo las cuáles este incidente de desplazamiento tuvo lugar,
gracias a las ejecuciones de Correa, que pasó una mañana temprano y se dejó
caer en la casa de José Balmes y le dijo que tenía que renunciar a la dirección
del museo. Correa negó esta visita en
una carta que hizo pública en los
diarios. Balmes no respondió. Se quedó helado frente a la osadía omisora del personaje.
Pero fui yo quien visitó a Balmes la
tarde en que el PC le quitó el piso.
Desde la lealtad de Balmes al PC,
le pregunto a Ottone que me hable de cómo fue instalado en el Museo Allende.
Salió de Matucana100 mediante un golpe de teatro en que debía aparecer como un
“perseguido” del gobierno de Piñera.
¡Por favor! El “amigo de papito” le iba a conseguir la pega que
fuera. Pero el Museo Allende fue
demasiado poco. Tenía que irse a “la Chile”, para esperar tiempos mejores y no
quemarse con la primera designación ministerial. ¿Y qué
cosa relevante se puede decir de su paso
por dicho museo? Es a eso a lo que me refiero: ¿tiene mérito
propio? En esta democracia inclusiva de
iguales, hay algunos que (siempre) serán más iguales que otros.
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