sábado, 2 de julio de 2016

APARATOS IDEOLÓGICOS DE(L) ESTADO.

El viernes 1 de julio apareció una entrevista que me hizo el periodista Martin  Romero, bajo el título “El nuevo delirio estructurado de Justo ”.

Una entrevista es un asunto delicado, porque más allá de los intereses y propósitos editoriales, me propongo  instalar algunas cuestiones. En este caso, he podido establecer tres críticas a tres “aparatos ideológicos de(l) Estado”: la Universidad, la Musealidad y la Iglesia, en las personas de tres de sus más eximios representantes. Cuando señalo a los tres aparatos, obviamente hago referencia al título del texto de Althusser y escribo la letra “l” entre paréntesis, para  enfocar la ambigüedad de sentido que tiene el empleo del título.  A fin de cuentas,  se trata de instituciones singulares de la “formación cultural” chilena, respecto de las cuáles existe una cierta probada impunidad.

El objeto de la crónica en La Segunda fue mis “primeros 24 días en Twitter”.  Reproduzco un párrafo: “Twitter te permite establecer una estrategia de cómo colocar cuestiones. Si yo lo hiciera en el blog, tendría que argumentar todo lo que escribo, cosa que he hecho, pero Twitter te permite hacer de francotirador y cambiar de posición inmediatamente”.



Por cierto, consciente de la literatura militar, entiendo la fragilidad de un francotirador.  Por eso me refiero a su movilidad. Pero debo inscribir su acción en un frente más amplio, no de retaguardia.  Sin embargo, apelo a la noción  vietnamita de “afirmar mis posiciones en las masas campesinas”.

Todo esto, para remitirme a una batería léxica en que las referencias a los movimientos militares resulta generativa en el caso de los relatos  territoriales.  De este modo, si hablo de Brugnoli es porque existen fundadas situaciones desde las que es lícito preguntarle por su animadversión política y personal hacia  Balmes/Barrios.  ¿Diecisiete años en el MAC? ¿Mérito propio o desidia universitaria?  Ciertamente, una farsa académica que tiene efectos endémicos.

Si hablo de Esteves, resulta clave distinguir en que el rango de Historiador le queda grande, porque no se le reconoce una actividad  historiográfica consistente y que todo apunta a que la atribución de la dirección del Museo de la Memoria corresponde a la distribución de un botín político; y finalmente, la mención a  Felipe Berríos se inscribe en el cauce de la escritura de Oscar Contardo sobre la Iglesia, respecto de lo cual aprovecho de precisar qué se puede entender como “abuso”, respecto de una figura con la cual algunos hemos tenido que  batallar: el “cura choro”.

El “cura choro” es una figura compleja de abuso, porque forma parte de un tipo de  “educación sentimental” en la que la manipulación de conciencia es una costumbre.  Y este es un capítulo sobre el que se debe profundizar,  en sus distinciones Parroquial y Universitaria, porque forma parte de la historia de la vigilancia política de la juventud rebelde de los años sesenta, que fue convenientemente encuadrada por  unos “curas (muy) choros”  cuyo discurso  preparó la Toma de la Universidad Católica en  agosto de 1967; siendo éste, un momento demostrativo de la eficacia que había  tenido el trabajo previo de formación de cuadros en que estuvo comprometida la Parroquia Universitaria.  A mi me parece que es una magnífica historia.  En paralelo, funciona la Parroquia de Karadima, en la que fue consagrado monseñor Gabriel Larraín y que fue motivo de una interrupción de Iglesia Joven, que reclamaba la participación de las comunidades de base en la elección de los obispos. Fueron  (fuimos) sacados a empujones de la iglesia.

Entonces, toda observación sobre Berríos corresponde a su estatuto de operador comunicacional del anverso de la Iglesia, cuyo reverso opera  (con) el discurso de Ezatti.  Pero, en la base, la cota mil como figura solo tiene como horizonte de espera el discurso demócrata-cristiano de los sesenta, que parece revertir el peso de los debates sociales en una sociedad en que la oligarquía que tenía como enemiga, ya no es la misma; puesto que se recompuso gracias a la dictadura.  Lo que queda es la re/moralización del discurso católico que necesita reponer al “pobre”  en su centro, como categoría  garantizadora. Eso no se puede poner en un Twitter, pero “coloco”, en sentido estricto, un “tema” que el propio Berríos ha instalado. (El no sabe que todos, en algún momento, usamos  bototos Bata).

Ahora, lo del “Golden boy” es aparte. Si bien tiene que ver con la musealidad como aparato, porque cuando Ottone  enumera sus cargos en entrevistas pauteadas, menciona que ha sido director del Museo de la Solidaridad, lo que queda en evidencia son las redes con que se hilvana el nepotismo novomayorista. 

Solo que en ese momento le recuerdo las condiciones bajo las cuáles este incidente de desplazamiento tuvo lugar, gracias a las ejecuciones de Correa, que pasó una mañana temprano y se dejó caer en la casa de José Balmes y le dijo que tenía que renunciar a la dirección del museo.  Correa negó esta visita en una carta  que hizo pública en los diarios. Balmes no respondió. Se quedó helado frente a la osadía  omisora del personaje.  

Pero fui yo quien visitó a Balmes la tarde en que el PC le quitó el piso.  Desde la lealtad de Balmes al PC,  le pregunto a Ottone que me hable de cómo fue instalado en el Museo Allende. Salió de Matucana100 mediante un golpe de teatro en que debía aparecer como un “perseguido” del gobierno de Piñera.  ¡Por favor! El “amigo de papito” le iba a conseguir la pega que fuera.  Pero el Museo Allende fue demasiado poco. Tenía que irse a “la Chile”, para esperar tiempos mejores y no quemarse con la primera designación ministerial.   ¿Y qué cosa relevante  se puede decir de su paso por dicho museo?  Es a eso  a lo que me refiero: ¿tiene mérito propio?  En esta democracia inclusiva de iguales, hay algunos que (siempre) serán más iguales que otros. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario