En “De cómo se pueden hacer las cosas” sostuve que si el
núcleo de la política nacional es el desarrollo de las escena locales, entonces
toda la política exterior debiera ser la portadora de una estrategia de exportación de unas experiencias locales que
debiéramos declarar ejemplares.
La iniciática del Centro de Arte “experimental” no es portadora de estrategia de exportación
alguna. Sin embargo promuevo la
iniciativa de saldar rápido esa deuda que la burocracia del gabinete tiene con
los artistas santiaguinos del eje “Arcis-la-Chile”. Pero que lo hagan rápido y se ocupen de
triunfar. Este es un hueso
especialmente diseñado para los Peñailillo-de-las-artes-de-la-visualidad.
No puedo más que desear que disfruten de
su rencor convertido en política de secta. No les había tocado; ahora les toca.
En todo caso, que no se vaya a pensar que una política nacional se va a implementar mediante el empalme de la
producción del Laboratorio Ejemplar haciendo réplicas en todas las
“macro-regiones”. El asunto es mucho más
complejo y demuestra la existencia de una política
colonial del gabinete y su área de artes visuales. Estos creen que basta con hacer talleres por
toda la república, donde contratan, además, a sus propios amigos.
En términos de una política nacional el desarrollo de las escenas locales debiera
ser el eje principal y la
internacionalización es tan solo un aspecto comunicacional subordinado.
No es seguro que los centros eminentes en el mundo tengan interés alguno en recoger nuestra
experiencia de hacer-mucho-con-poco. Es
preciso fortalecer primero las
condiciones de reproducción de existencia de las artes de la visualidad en cada
región, atendiendo a las particularidades desiguales de su gestión y de su
implementación orgánica.
Lo anterior quiere decir que en regiones, la mayoría de los
artistas son “artistas plásticos” deudores de una tardo-modernidad local que no
debe ser discriminada ni demonizada.
Aparte de las tres ciudades en las que hay “escenas locales”, los
“artistas visuales” son minoría, sin embargo
en esas otras zonas en que no hay “escena”, ejercen un dominio arbitrario ocupando
la institucionalidad local del CNCA en provecho propio. Ya sea porque son directamente funcionarios
del CNCA, o porque saben de qué manera sacar ventaja de la burocracia.
En relación a lo anterior, los “artistas plásticos” padecen
una persecución sin contemplaciones y son marginados de una “contemporaneidad”
que guarda para sí los elementos de reconocimiento básico. De este modo nos
encontramos con artistas que para ser considerados en los programas del CNCA deben asumir rasgos
de “artistas visuales” pero siguen
pensando en “artista plástico”. De este
modo, se reproduce en regiones un
tardo-modernismo ya mermado por su propia mala conciencia (mito de un arte
auténtico).
Lo que hay que hacer es devolver a los sectores más lúcidos
del tardo-modernismo su privilegio
representacional, para así recién poder trabajar con una comunidad no averiada
por la exclusión burocrática. Lo cual significa, por ejemplo, recuperar el
valor de las tradiciones pictóricas locales, cuando las hay.
Esto implica promover los archivos y la recuperación de los “héroes pictóricos locales”, porque la obra de muchos
de ellos posee un valor cultual en el que las comunidades se reconocen. Guardando las proporciones, podemos decir
que el muralismo penquista importa como
un acontecimiento específico en la gran historia del muralismo mundial, porque se configura como un momento de culto
diferenciado que produce ideología
plástica local. En esa misma
perspectiva se puede sostener que el cine en Valparaíso -entre 1962 y 1969- ocupó un rol análogo al
que he señalado respecto del muralismo en Concepción.
Sin embargo, hay artistas que respecto de las
tendencias existentes, ya sea bajo el apelativo descriptivo de “plásticos” o
de “visuales”, poseen una especificidad local anómala que es
escasamente reconocida por las empresa historiográficas . En la consistente
persistencia de la anomalía reside su carácter “heroico”. Y mientras no se repare esta situación de
“injusticia discursiva” no será posible
reconstruir momentos significativos de la vida cultural de algunas
regiones. Cuestión que no
corresponde ser recuperada como un
“momento patrimonial”, sino como el efecto de un trabajo riguroso de
historia. Un plan nacional, entonces,
debe contemplar la formación de archivos, o al menos, la recuperación de una
documentación suficientemente consistente para que este trabajo pueda ser
realizado.
Ahora bien: en lo inmediato, me parece que se deben tomar
algunas decisiones.
En primer lugar, es preciso re/definir las “macro zonas” y convertirlas en “micro-zonas” articuladas en
función de los ejes dominantes de imaginarios locales que será preciso designar
a partir de las lecturas de campo,
que tendrán que ser realizadas por
equipos conformados a nivel de las direcciones regionales, con plena autonomía.
En segundo lugar, se
hace necesario combinar los ejes relevados con experiencias que provienen de
prácticas sociales diversas vinculadas a
la cultura popular local, porque poseen efectos
estéticos de extraordinaria consistencia. Estas prácticas, a su vez, poseen un gran
arraigo en las comunidades que habitan
los territorios en que estas se dan a ver y configuran elementos decisivos para
reconocer indicios dominantes de un imaginario local.
En tercer lugar, es imprescindible
que estas experiencias de articulación entre prácticas sociales altamente
ritualizadas y prácticas artísticas de carácter objetual y de intervención
relacional, se consoliden mediante el
montaje de experiencias acotadas, destinadas a reunir a artistas y no-artistas
en iniciativas que duran un tiempo determinado, en un espacio definido,
teniendo como propósito la producción de
situaciones micro-políticas destinadas
a “mejorar” el estado de cosas existente.
En cuarto lugar,
resulta imperativo que la reproducción de habilidades, técnicas y
discursividad relativa a la transferencia de experiencia artística, en
regiones, no quede supeditada a la existencia y/o formación de “escuelas
universitarias”.
Digámoslo así: en regiones, la garantía de la enseñanza no
debe estar subordinada a lo universitario, porque no en todas las regiones hay
universidades que mantengan una enseñanza en artes. Solo Concepción, Temuco y Valdivia. Resulta totalmente posible montar unidades de
formación flexibles, similares a lo que fueron las “sociedades de bellas artes”
en la primera mitad del siglo XX. Me refiero a la función que cumplieron, a lo
menos, algunas de ellas, hasta los años sesenta. Se trata de recuperar el
sentido y la perspectiva de las autonomías.
La universitarización de la enseñanza, ciertamente significó un avance en el reconocimiento
institucional del arte; sin embargo, a poco andar, puso en función un sistema que obstruyó
–finalmente- la consolidación de una contemporaneidad en forma y que se tradujo
en una regresión formal importante, debido a la permanencia obsesiva y
paranoica de un canon académico que ya
había sido derrotado por la Reforma Universitaria en Santiago.
La puesta en marcha de iniciativas autónomas de formación en
regiones debiera resolver la ausencia de instituciones de enseñanza
universitaria. Y allí donde estas juegan
un papel de relativa consistencia, es
preciso combinar esfuerzos para que las formas internas sean modificadas para
dar curso a iniciativas académicas flexibles y no menos rigurosas, en lo que
a transferencia informativa se refiere.
Es la experiencia de la autonomía local en la producción de
reconocimiento la que permitirá fortalecer las escenas locales y convertir las
tasas de institucionalidad en “escenas en forma”. En ese sentido es preciso que las Direcciones
Regionales del CNCA estén dispuestas a participar de esta producción de lectura
local y entiendan que es posible recuperar el sentido de sus acciones a partir
del reconocimiento de los ejes que dominan el imaginario local. No es posible
que el CNCA en regiones sea tan solo un administrador de programas nacionales que no
toman en consideración al carácter contemporáneo de prácticas rituales no-contemporáneas. Estas prácticas poseen una
contemporaneidad determinada porque la
mirada que se construye sobre ellas es contemporánea. Se trata, entonces, del
montaje de una mirada etnográfica expandida,
a partir de indicios
diagramáticos de la vida de comunidades
en zonas extremas del territorio. Extremas, no por su distancia geográfica,
sino cultural.
En relación a lo anterior, la construcción de escenas
locales depende de la gestión de esfuerzos
productivos –a nivel de obra como de discursos- , destinados a reconocer en las prácticas de arte unos
momentos de articulación de tradiciones locales determinadas con operaciones de aceleración de conocimiento de los
imaginarios locales que las han sustentado.
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