Estamos a 15 de julio.
Estoy a la espera de que me envíen las ponencias de quienes se han
inscrito para el Coloquio sobre Política Nacional de Artes de la Visualidad. He
solicitado su conocimiento. Yo he hecho pública mis propuestas. Me parece que
puede ser útil para preparar los debates. He solicitado su conocimiento. No me han respondido desde el artesdelavisualidad@cultura.gob.cl que es la dirección donde se reciben las
ponencias. Me han solicitado, sin embargo, mi ficha de inscripción y mi
curriculum vitae, señalando que en los próximos días me darán a conocer el
programa. Se supone que el programa será definido a partir de las ponencias
recibidas. Solo quiero saber qué ha sido
recibido. Pero nada. Nadie responde.
Solo aparece de nuevo, después de la crónica de “Que Pasa”
del viernes pasado, el Ministro de Escenografía entregando un premio a Raúl
Zurita. Mejor así que darse cuenta, un poco tarde ya, que su política de artes
visuales evidencia unas incongruencias
que no serán resueltas por la remodelación de Cerrillos y su victoria sobre
Brugnoli, que convierte el fenómeno en una “asunto de rencillas internas” entre
el director de un museo-que-no-es y un candidato-a-rector-derrotado.
Subí un twitter para recordarle al ministro que Raúl Zurita
hizo de la masturbación un acto discursivo y político de extraordinaria
proyección, en 1979. ¡Genial! La entrega del premio a Zurita
coincide con la inauguración de Dávila en Matucana 100. En 1979, Zurita realiza
la acción frente a las pinturas de Dávila, exhibidas en Galería CAL. Hay que hacer historia, pero de otra manera a
como lo entiende Ottone y su asesor cuestionado. (El cuestionamiento del asesor se convirtió
rápidamente en un cuestionamiento del propio ministro).
La historia es la que conecta a Zurita con Dávila en dos
coyunturas diferentes, distantes en casi
treinta años, lo que determina el
destino de dos carreras. Uno recibe un
premio, y el otro, un apremio. Regresar, cada vez, es una apremio simbólico de
proporciones.
Pero mi hipótesis para la acción de Zurita en 1979, es que el gesto se sobrepone a la teoría. Es
decir, es un gesto vitalista que hace del grumo eyaculatorio un sustituto de la
literalidad impresa del Verbo. Zurita
realiza la acción frente a una pintura de Dávila, como un “comentario
corporal”.
¿Y por qué no sería posible entender el acto de Rivas como
un “comentario corporal” ante la imagen del prócer? El prócer es un Allende
transmutado en Bolívar en la memoria del arte chileno, como construcción
travestida de un mito que representa la política viril. Es como para repensar el efecto-grumo en la
historia y su representación, si ponemos atención a la densidad de la tinta
serigráfica en las primeras experiencias seriales durante la Unidad
Popular.
¿Qué es lo que funciona como inconsciente político en esa
coyuntura? O más bien, ¿qué es lo que hace funcionar dicho inconsciente como
condensación de la palabra pentecostal?
Es la Política del Verbo en el Seno de las Masas, como un modelo
operativo que hace la factura del engendramiento positivo de la voz de la
vanguardia, que se hace grumo en la impresión serigráfica, que es la tecnología
“doméstica” del modelo leninista de partido político.
En su primeras acciones, el MAPU-Lautaro robó cantidades de
preservativos en una salto a una farmacia y los distribuyó en poblaciones.
Fueron los primeros en colectivizar el uso del condón en una perspectiva de
felicidad popular, porque había que evitar engendrar la voz política que los
había traicionado. Distribuir los
condones en las poblaciones, era una
respuesta micro-política al optimismo oportunista del CADA, que distribuyó la leche para la fotografía. ¡Que curioso! En lenguaje coloquial se le dice al semen, “la
lechita”. El MAPU-Lautaro no quería que
esa “lechita” se propagara, porque sabía
que no había futuro en la corporalidad de la política pasada y que ellos mismos
se erigían como un exceso demostrativo
de su desconfianza máxima en la historia de las manipulaciones de miembro. Ante dicha evidencia no quedaba más que el
sacrificio en nombre de la seminalidad
elevada al rango de pegamento místico y
mítico de la “teoría de la
vanguardia”.
Al final, la eyaculación está en la base de las ensoñaciones
de los artistas más importantes de los
ochenta, reconocibles a través de
las fabulaciones poéticas de la mancha,
entendida como efecto terminal sobre un soporte determinado. No en vano ni en
broma es Dittborn quien re-imprime las imágenes del ahorcado con la leyenda
sobre la duda que existe acerca de la eyaculación de éste en el momento de la
muerte. Es una situación que no habría
sido suficientemente comprobada. La tinta grumosa sustituye y encubre la pentecostalidad del discurso de ese
entonces. Esto es lo que llamé en más de
una ocasión “la disputa de la cita bíblica”.
Es curioso que en las “pinturas impresivas” de Díaz de años
años 84 y 85, la imagen prevaleciente sea una escena de felación; es decir,
instancia en que la cavidad bucal recoge la seminalidad, para que no se pierda
una gota e ingrese en el aparato digestivo de la crítica alemana. En cambio, en el 79, la seminalidad de Zurita
es análoga a la de un encuadre porno, que pone a “prueba” la prueba de las pruebas, en un momento en que los militares ponen
a prueba la filiación misma de la izquierda. Sin embargo, ya en el 77, Dittborn
había definido el espacio de la
seminalidad convirtiendo a la pintura en un “paño reglero” que recolectaba la
“imagen residual” de un cuerpo concebido como “vejiga” (Kristeva). ¿Cómo no saludar que la exposición de Dávila,
en Matucana 100 tenga por título “Imagen residual”? La eyaculatividad parece ser, entonces, un carácter en el arte chileno
contemporáneo, ya sea por ostentación como por omisión.
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