sábado, 9 de julio de 2016

DE CÓMO SE PUEDEN HACER LAS COSAS


Pensar una política nacional de desarrollo de las artes de la visualidad supone dos cosas. Primero,  hay que poner el acento en las condiciones bajo las cuáles es posible montar experiencias de innovación; segundo, hay que pensar en el desarrollo de las prácticas en las escenas locales, que presentan en su gran mayoría una desigualdad estructural  que permite la combinación de varias temporalidades tecnológicas e informativas.

Lo lógico es entonces imaginar la combinación simultánea de una política exterior de internacionalización del arte chileno con una política interna de desarrollo de las escenas locales.  Sin embargo, es preciso tomar una decisión de quién define el carácter de la combinación, ya que solo de esta manera se puede definir a su vez la secuencia jerarquizada de  las decisiones a tomar. 

Si el núcleo de la política es la internacionalización, entonces toda la política interna debiera estarle subordinada. Es decir, se produce solo teniendo como objetivo colocar las obras chilenas en el sistema dominante internacional.

Si el núcleo de la política es el desarrollo de las escena locales, entonces toda la política exterior debiera ser la portadora de una estrategia de exportación de unas experiencias locales que debiéramos declarar ejemplares (dignas de ser exportadas).

Mi posición es que el desarrollo de las escenas locales debiera ser el núcleo de una política nacional y que la internacionalización es tan solo un aspecto subordinado de ésta. Es preciso fortalecer  primero las condiciones de reproducción de existencia de las artes de la visualidad en cada región, atendiendo a las particularidades desiguales de su gestión y de su implementación orgánica. 

No en todas las regiones existen escenas locales. No basta la existencia de artistas para reconocer escenas locales. Estas se reconocen a partir de la articulación estructural de a lo menos tres elementos: universidad (saber local),  política  (historia local) y crítica (construcción de públicos). Elementos que participan, a su vez, de los planes de desarrollo regional a nivel general.

En la mayoría de las regiones solo existen tasas mínimas de institucionalización en lo que respecta a artes de la visualidad. Estas tasas implican la existencia de uno o dos de estos elementos ya mencionados,  que en su pragmática no alcanzan a elaborar condiciones de montaje de una escena en forma.

En lugares donde hay tasas mínimas existe una fuerte presencia de prácticas tardo-modernas, dejando a las prácticas contemporáneas reducidas a un comportamiento de enclave. En los lugares en que hay escenas constituidas, las prácticas tardo-modernas no son menos importantes, sin embargo frente a la fuerza institucional adquirida por las prácticas contemporáneas, se reproducen como zonas subordinadas, relativamente excluidas del goce de  los bienes alcanzados por las prácticas contemporáneas.

Sin embargo, el dominio  ejercido por las prácticas contemporáneas en la formación artística chilena, no le proporciona a sus aspiraciones el poder de sostener estrategias de  colocación  en las corrientes internacionales de reconocimiento básico.   Lo cual demuestra que las prácticas contemporáneas solo verifican su consistencia en la pertenencia a una estructura de auto-reproducción  que está formada por  dispositivos de enseñanza que definen el carácter de la escena chilena como un “arte de profesores”, en el sentido más peyorativo del término.  (Este es un carácter del que ya se hizo cargo Siqueiros, en 1942, al describir la escena plástica chilena de ese entonces, en que llegaría a sostener que los artistas chilenos se  preocupaban más de  reformar planes de estudio que  de producir obra, en términos efectivos) .

De este modo, las prácticas tardo-modernas persisten y sobreviven como estructuras descolocadas, destinadas en los hechos a reproducir una concepción retrasada de la visualidad, en relación a los avances definidos por el sistema internacional de arte.  Por lo tanto, este retraso como concepto es totalmente relativo y señala, a lo menos, la existencia de formas combinadas de desarrollo en una misma formación artística.  Lo cual obliga a sostener políticas diferenciadas en lo que concierne a la reproducción de zonas tardo-modernas y lo que compromete a las zonas de  desarrollo de una contemporaneidad artística dominada por la objetualidad y el intervencionismo relacional.

Hay quienes creen que sostener políticas se reduce a distribuir fondos. Esto, lo único que logra es la reproducción letal de formas que impiden el paso de lo tardo-moderno a condiciones de contemporaneidad adecuada, y mantienen la hegemonía de la objetualidad y del intervencionismo, que debe abandonar la capital para “apropiarse” del paisaje de los extremos del país. Dicha “apropiación” se traduce, evidentemente, en un “despojo imaginal” en provecho de operaciones que surten al sistema internacional de  los indicios que el exotismo curatorial de turno requiere. Los fondos deben estar supeditados a criterios de desarrollo local previamente definidos.  Y en este terreno, cada región se constituye como un conjunto de criterios diferenciados, lo cual exige, no realizar un “catastro”, sino una lectura de  escena.

Sostener una política de fortalecimiento de la escenas locales y de incremento de las tasas mínimas de institucionalización,  supone realizar esta lectura de escena, que  metodológicamente compromete la producción de unos relatos locales que conducen a la determinación de ejes  de desarrollo, que implican necesariamente combinar acciones de re/calificación de  prácticas tardo-modernas con iniciativas de  re/investimiento de prácticas contemporáneas.   


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