PEQUEÑOS ARCHIVOS DE UTILIDAD PÚBLICA.
En el coloquio, en la tarde del día miércoles hubo dos
ponencias que retuvieron mi atención. Una, de Samuel Salgado, sobre política de
archivos fotográficos; la otra, de Jorge Drouillas, sobre el boxeo como eje de
estudio etnográfico del cuerpo en las clases sub-alternas. El punto es que
ambas ponencias hablaban desde el estatuto de la fotografía, pero al final, no
era de la fotografía de lo hablaban, sino de una historia de la corporalidad.
Pero lo más inquietante, epistemológicamente,
era que se situaban en el plano de la tesaurización, de la
clasificación, del archivo; es decir, de la cultura, y no en el “polo de la
creación”. De modo que podríamos decir
que ambas ponencias, muy sugerentes, apuntaban a una patrimonialización de las
visualidades, en vías a construir una historia del cuerpo. Pero sobre todo, que no hay Cultura sin
política de archivo. (Y que eso no depende de que los archivos
sean instalados en Cerrillos como garantía de algo).
El boxeo es un buen caso para trabajar sobre imaginarios
locales. La excelente documentación gráfica de Jorge Drouillas apuntaba a
recuperar una historia del gesto, como
pose militarizada –entre otras-, en función de la participación creciente entre
los años cincuenta y sesenta del boxeo militar en los eventos de boxeo civil.
Lo cual, a su juicio, denotaba un tipo muy particular de “fricción social” que
se establecía entre los agentes de esos diversos estatementos, como algo que
era propio de la socialidad imperante. Situación que se quebró de manera
absoluta en 1973.
Una situación similar ya había sido planteada por Bernardo
Guerrero a propósito del cuerpo deportivo, como versión subterránea de la
visible derrota del cuerpo minero en las batallas sociales de comienzos del
siglo XX. Entonces, pongo este ejemplo porque ya he mencionado el tipo de
trabajo que Guerrero realiza en Iquique, desde el CREA, donde dirige una biblioteca privada de utilidad público.
La cuestión de la utilidad pública está asociada al destino de algunas colecciones de arte
contemporáneo, que permiten sostener un
discurso que reconstruye las coordenadas de la densidad plástica chilena de la
coyuntura de 1980- 1981. Esta es la
unidad temporal que me sirvió de base para el montaje de la hipótesis de
“Historias de transferencia y densidad”, en cuya inauguración tuvo lugar la
acción corporal “Los zapatos de Leppe” .
Esta fue registrada en un largo
plano secuencia (autoral) por Jaime Muñoz y dio lugar a la producción de un video que ha sido presentado en días pasados en la Sala Blanco del MNBA.
De este modo, en Santiago, en el MNBA y en Proyectos de Arte D21, se presentaron obras
muy específicas de Leppe, en el marco del X Encuentro Hemisférico. En los
hechos, estos eran indicios de una política de “archivos de obra”, que en el
caso de las acciones corporales resulta muy complejo definir y a veces
recuperar, por la heterodoxia material y formal de los registros, que son de
carácter audiovisual.
Lo que no dije en la columna que consignó la visita a la
exposición de Leppe de una delegación de participantes en el encuentro, fue el
estatuto de la homosexualidad en su
obra de conjunto, pero
particularmente en la de 1979-1980. No era lo que se llamaría hoy día una
“homosexualidad militante”, pero que estaba de manera implícita en la trama más
profunda de su “concepto” de cuerpo. El corrimiento de la identidad sexuada se
escurría en las fisuras del discurso político dominante de izquierda como el
estallido de una cadena de fuegos de artificio que ampliaban la lectura del
simulacro, llenando las grietas que el
edificio de la conducción política enarboaba en su virilidad ostensible y
ostentosa.
La mórbida silueta de Leppe y el pelo engominado que ponía
en ridículo el forzamiento de la masculinidad, sostenía la enunciatividad de
una voz regulada por las “artes de hacer cantar”, sobre cuya acepción no es preciso ahondar. La
resistibilidad del cuerpo dependía de una abertura buco/anal cuya
diafragmaticidad estaba determinada por el umbral de excitabilidad del
victimario. En primerea instancia, para obtener información; en segunda
instancia, para dar prueba de la ocupación de un cuerpo (territorio enemigo
deseado). En tercera, para cubrir el
nombre con una argamasa compuesta de
barro, mucosidad, sangre, semen, leche, sudor, y cal.
En el cuerpo de Leppe se localiza esa representación de la
edificabilidad del miedo, más allá del cuerpo hospitalario exhibido como
entrampa-ojo, destinado a no permitir el
acceso al estado de la carne, que habla-por-si-sola. Pero en una historia reciente de la
fotografía, las obras-registro de Leppe deben ser consideradas como síntomas de
la defección de la imagen. Dittborn le mandó decir, en esa coyuntura, que la
historia de la pintura ya retenía en su tecnicidad representativa, la totalidad
de la gestualidad implicada en la
historia sagrada, enfatizando la primacía del descendimiento, que supone y
anticipa la (a)cogida de la madre.
La polémica formal señalada está documentada y las piezas
deben ser identificadas, ya sea pertenezcan a una colección privada o a una colección pública. Esto es lo que corresponde a los archivos
internos de la visualidad y que
requieren ser fortalecidos en las entidades que ya existen: el CEDOC y la
Biblioteca del MNBA. Pero como digo,
estas son entidades que sostienen la “cultura de la visualidad” cuyo lenguaje
de base debe ser superado con nuevas
obras y no con acciones administrativas.
Para resumir: una política pública de archivo se formula
desde la expansividad del diagrama de las obras y no desde su gestión como botín para su empleo satirizado, ni para la ejecución
presupuestaria del nepotismo
de los pequeños tiranos de turno.
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