Después de haber sido agregado en el coloquio sobre los poderes del cine en la
Universidad de Tours, paso a ser espectador en la proyección de “Santiago,
Italia” de Nanni Moretti en un cine independiente del Quartier Latin. El debate
cultural en el que la película se
propone intervenir plantea un enigma para cuya resolución en exilio chileno es
la parte visible de una excusa formal, destinada a plantear la necesidad de
reconstruir el vínculo con algo que se ha perdido.
Desde ya, el título propone la primera demarcación
de lo pensable, al establecer una relación disfuncional entre el nombre de una
ciudad y el de un país. La paradoja es que es en esa disfunción que se juega la
eficacia emocional del documental, intermediada por una casa romana. Empleo el término para trabajar sobre la doble
significación: casa, romana. Un espacio cerrado, hospitalario, que apela a una
tradición republicana. Es la Roma de la República y no la del Imperio la que
aparece aquí refrendada, para citar el inicio inter/textual del 18 Brumario. Ya
que, a fin de cuentas, de lo que se habla es de ruptura y de continuidad. Es
decir, de la frontera entre lo deseable y lo posible, que parece fundar toda
política.
La casa
romana remite a la realidad de una jurisdicción que no puede ser violentada
por unos perseguidores, de acuerdo a unos determinados acuerdos
internacionales. Entonces, lo que importa es cómo está hecho el documental. La
forma es tanto o más importante. Ya lo sabemos. Entonces, tenemos entrevistas
cuidadosamente elegidas y ordenadas en torno a dos ejes: primero, cómo se hizo
el ingreso a la casa; segundo, como fue acogido cuando se hizo efectivo el
arribo al territorio efectivo del que la casa no era más que un enclave
políticamente expresivo.
El documental es un monumento al habeas corpus y a la trans/territorialidad.
De lo que más se habla es de los cuerpos perseguidos, alcanzados, torturados,
asesinados. El horror extremo tiene
lugar en la única ocasión en que el sujeto político no hace ingreso por sus propios medios, sino que es lanzado a
través del muro, como un “peso muerto”, para amedrentar, incriminar; pero sobre
todo, para humillar.
Creo recordar que el cuerpo de Lumi Videla es el
único cuerpo fotografiado, porque es el único cuerpo yaciente. El soporte de la prensa se exhibe como
cuerpo-del-delito. Probablemente Nanni Moretti nunca conoció la caricatura de
Lukas. La fotografía es un yacimiento inerte, porque es en este cine documental
donde el movimiento de la imagen está sostenido por la palabra. Justamente, la
eficacia emocional está basada en el montaje de las palabras de Allende, y no
tanto en los comentarios sobre su muerte. Esto se llama, retórica de la anticipación, como efecto de un diseño de escena
donde el guión “ya estaba escrito”: el imperialismo norteamericano iba a impedir
que la experiencia chilena sentara un precedente para una posibilidad de
alianza que podía concretarse, no en América Latina, sino en Francia o en
Italia. Esa es la tesis que Nanni Moretti
pone en boca de uno de sus entrevistados.
El problema sobre el que se arma el documental
se construye con fragmentos de un discurso histórico elemental, que consiste en
reconocer el poder de fuerzas estructurales poderosas que van a impedir de
manera sobredeterminada un destino, del que los agentes locales parecen no
haber tenido consciencia. En este sentido, la eficacia funciona como una
tragedia griega básica: existe un enigma; hay unos agentes que van a colaborar
con su resolución, mientras habrá otros que lo van a impedir; finalmente, no
hay autonomía de los sujetos que creen representar el sentido de una historia. La verdad, en sentido estricto, aquí no hubo
enigma alguno, sino el advenimiento potencial de un fatum, en que a uno de los agentes le correspondió pagar el costo mayor.
Ya estaba escrito. Allende lo prefigura en el
primer discurso, cuando dice que no lo van a obligar a renunciar y que terminará
su mandato como el pueblo se lo ha encomendado, en una pieza oratoria de alto
impacto. El segundo discurso es el de su despedida, en La Moneda incendiada. Toda
la tragedia es radiofónica, como si se grabara un nuevo capítulo del “gran
radioteatro de la historia”. Al fin y al cabo, Allende era un héroe
radiofónico.
Retóricamente, Nanni Moretti introduce la segunda parte implícita del
documental, que habilita la existencia de la casa romana, como la he llamado. Da por supuesto que existe un gran
pater familias que está dispuesto a
acoger al otro, como extensión introvertida del discurso de la Iglesia,
vehiculado por el rol atribuido al cardenal en el mismo documental. La Iglesia “de
antes”, está claro. Y de paso, a lo mejor sin siquiera proponérselo, desmonta
las bases de la credibilidad demócrata-cristiana italiana, propiamente, como si
se empeñara en demostrar que ya no hay hombres como él. Es decir, como los de antes. Un guiño a Aldo
Moro. Pero tampoco hay partido comunista, como aquel que ocupaba la escena
política al momento del arribo de los exilados chilenos, en 1973 y 1974. La historia que relatan es la de un trauma de origen. Al cabo de cuarenta
años son expuestos a una cámara inquisitiva frente a la que algunos(as) se quiebran,
porque se les remueve el piso.
Entonces, ¿cuál es el imperativo de este
montaje? Demostrar la existencia de una amenaza que, en un momento determinado,
pasa al acto: bombardeo de La Moneda,
el emblema democrático. Luego, describir el mecanismo de la represión
(reducción y castigo del cuerpo social). Señalar, entre medio, la “política de
masas” de la dictadura; primero, por la constatación de que hay una parte de la
población que celebra la catástrofe;
y segundo, la mención estadística –convertida en argumento político- de que
Allende solo había sido elegido con el 36% de los votos y que eso no lo
habilitaba para iniciar las transformaciones escritas en su programa explícito.
Vuelta atrás: un entrevistado apela a la
descripción de los dos ejes que terminaron por hacer naufragar a la Unidad
Popular; por un lado, “avanzar sin transar”, y por otro, hacer “unas reformas sin asustar a la
burguesía”. Pero de inmediato se aclara: ha sido el dilema de la izquierda.
Luego, la contraparte: las FFAA solo han
conjurado la amenaza de una guerra civil. Era necesario demostrar la puesta
fuera de la legalidad de Allende. En este sentido, el documental no es
suficientemente explícito, como lo es, por ejemplo “La espiral”
(Mattelart/Marker, 1974), cuando estos trabajan sobre la hipótesis de la
insurrección leninista de la burguesía chilena y reproducen una entrevista a
Eduardo Frei en la que éste expone su punto de vista anti-allendista; por qué
no decir, golpista. Pero no. El objetivo de Nanni Moretti es otro. No le
interesa hablar de Chile, sino de la situación italiana actual, por efecto de
demostración regresiva. Es decir, mediante un anacronismo de gran eficacia
simbólica, para cuya operación los moradores de la casa romana se prestan juiciosos y reconocidos.
Por eso, Nanni Moretti lanza una pregunta a uno
de los entrevistados: “¿Qué significó para ti la militancia?” Lo curioso es que
se trata del único momento en que la palabra es pronunciada y es lanzada como
un dardo envenenado a la consciencia del sujeto que confiesa que no lo ha
pensado. A tal punto, que se ve impedido de articular palabra, en relación
directa con la perturbación de la pregunta, para terminar como se debe,
respondiendo: “Bello”. No tenía otra. Era como decir “pleno”. Era una
existencia plena y nos arrebataron la completud. Había una ética; una estética.
Todo eso fue aniquilado. Esa es la dimensión de lo perdido.
Nani Moretti intenta recuperar la épica del
militante para fijar la imagen de esa belleza como una sombra acarreada.
El objeto de su mención convierte el documental
en un requisitorio programático, en que se hace manifiesto el deseo reversivo, en el curso del cual la
casa romana de Santiago debe
convertirse en un emblema para reconstruir la Italia contemporánea, como una
casa romana sin necesidad de ser impresa en cursiva.
Incluso, a riesgo de expandir la noción de
refugio hacia una dimensión que cubra toda migración. El migrante de hoy es el
refugiado de ayer, porque en todo desplazamiento forzado obra una estructura que
define una política cuyo triunfo está basado en la exclusión de los otros. Los
EEUU respecto de Allende, Salvini en relación a la “amenaza identitaria”.
Finalmente, en este asunto, siempre habrá un chivo expiatorio.
Solo que en “Santiago, Italia” Nanni Moretti intenta
exponer el caso ejemplar de una casa
romana que funcionó como refugio y que hizo la diferencia entre la cultura y la
barbarie.