Hay dos cuestiones que me han objetado a propósito de la
columna de ayer. No es correcto hablar de una historia demócrata-cristiana del
arte. La segunda, no fui suficientemente
claro con el machismo atribuido a operaciones historiográficas sobre colocación
de artistas mujeres.
En este último caso, me refiero a la glorificación invertida
que termina por someter doblemente la figura de la artista referida (Matilde
Pérez), porque la intenta salvar poniendo en evidencia aquello que –en
principio- se querría ocultar; a saber, la distribución partidaria de las
fuerzas en conflicto durante los años de la reforma universitaria.
En cuanto a la primera observación, el armado de una respuesta requiere de mayor esfuerzo porque debo
explicar las dificultades para recuperar la tardanza con que Galaz/Ivelic
imponen (es lo que hay) una misión continua y progresiva de una historia en la
que borran todo atisbo de conflicto. ¿Será
porque escriben y publican durante la dictadura y deben protegerse? Es plausible. Sin embargo, no parece suficiente.
El aparato de base que han montado borra todo relieve y junta peras con manzanas
como si fuese un método destinado a
producir una masa de referencias
delegadas. Galaz/Ivelic cometen un acto
grave de descalificación ondulatoria del arte chileno y asumen la actitud de
quien ni siquiera se da cuenta. Obligatoriedad de montar la ficción de un
cubista chileno, un fauvista chileno, un surrealista chileno, un et.. chileno. Lo curioso es que en esa secuencia, la palabra
chileno sirve para adjetivar el carácter de lo secundario. De este modo habilitan una historia auto-flagelante,
que no dice qué culpas está cargando. ¡Pero alguna culpa carga! Para luego de cometido el “crimen”, intentar
reparar la falta exhibiéndolos a “todos”. Lo cual es imposible.
Pondré como ejemplo la persecución contra el cubismo. ¡Y
todo porque a Domingo Santa Cruz le cargaba el cubismo y fijó las condiciones a
los artistas plásticos para que en el seno de la Facultad recientemente
inaugurada, se dedicaran a reproducir el post-impresionismo! Los artistas decidieron guardar el empleo y
expulsaron al cubismo de las aulas. Ni
Romera, ni Galaz/Ivelic entienden que el post-impresionismo es una política de
empleo.
Al menos, en esta empresa de escritura caritativa optan por modernizar el punto de vista, desde
ya lamentable, con el que trabajaba Romera. Se los digo sin Fondecyt. Eso es lo que hacen. Traducir a Romera al “lenguaje pasado por agua” de la sociología
del arte francesa. Primero francastelizan el discurso y después lo hauserizan, para no quedar fuera de la
historia, y terminan por ajustar algunas
cosas mediante el recurso rápido de la homogeneización justificativa para armar
una gran escena, haciendo relucir precursores adecuados que demuestran
tardíamente a los “teóricos”, que de
todo eso de que hablan, ya había alguien que lo había previsto en el período
anterior. Lo cual conduce al chiste de
la Tía Yoya.
La Tía Yoya es la figura recurrente de un académico de (una
demasiado) larga trayectoria, que frente al relato de una acción significativa
en el arte chileno, declara de inmediato, “yo ya lo había pensado…”; “yo ya lo
había planteado …”; “yo ya lo había realizado…”. De ahí,
sería llamado por sus estudiantes “La Tía Yoya”.
En este sentido, los libros de Galaz/Ivelic están llenos de
“tías yoyas”. Pero no solo eso, sino
distribuidos de acuerdo a un criterio de caridad representativa, que en los
hechos, no cumple con dicho requisito porque termina siendo (tremendamente,
palabra freista) discriminante. Todo
eso, por ostentar una representatividad imposible de satisfacer. Y cuando se
satisface, no se exponen las “verdaderas” razones de las jerarquizaciones que
proponen. En este sentido es una historia
democrata-cristiana, porque opera de acuerdo a la operatividad de “arreglines historiográficos”, en que prima
la crítica moral subterránea a todo lo que no sea
“estatalidad”. Lo cual no estaría mal, pero no
reivindica ninguna historia
institucional. Ahora, es cierto, estamos
en 1981 y, luego, el otro libro es de 1989.
El libro de 1981 recibió una ácida crítica de quienes eran
dueños del concepto de vanguardia y
acusaban a Galaz/Ivelic de hacer uso indebido de los referentes que empleaban. Era muy graciosa la argumentación. Era como que Galaz/Ivelic usaban unos esquemas
conceptuales que no entendían, pero que rellenaban con artistas que no
corresponderían a dichos esquemas.
Sin ir más lejos, cuando escribí Sobre Couve en el 85 (Ediciones Visuala), Tía Yoya objetaba el empleo de herramientas de análisis
contemporáneas para trabajar sobre un
pintor anacrónico. Decía: “todo lo que nos hemos esforzado para desterrar la
pintura, y viene Mellado a usar autores
contemporáneos para re-ponerla en circulación”. Era
como decir que para hablar de Couve había que citar a Burckhardt (el de la
cultura del renacimiento en Italia), mientras que para hablar de Leppe había
que recurrir a Kristeva. Benjamin estaba reservado a Dittborn. Lyotard para Leppe. Cosas así.
Sin embargo, a mi juicio, la principal razón sobre la que se
levanta la historicidad de Galaz/Ivelic es la ausencia
de la lucha de clases como criterio de delimitación de los campos de
fuerzas simbólicos, que aseguran la permanencia de la Facultad como zona de empleo decisional del campo plástico
en la coyuntura de los 70´s. Esto, para
empezar. ¡Ah! Me disculpo.
La lucha de clases no es una
categoría significativa para la historia del arte.
Por otro lado, la historia demócrata-cristiana es una historia que no dice ni poto. Toda referencia a la corporalidad está
sublimada por la delegación forzada a la componente surrealista dependiente,
como si Núñez, Opazo y Matta fuesen objetos de un mismo “saco”. El único viejo-del-saco
es Matta.
Matta, siempre fue mucho más que el surrealismo que se le
imputa. Pero esa es una polémica que no están
dispuestos a sostener. Jamás se analiza
el “populismo” discursivo mattiano y las graves mistificaciones montadas por su
“apoyo” al muralismo BRP. Tampoco hacen
mención a que Matta es el principal exponente de la pintura eyaculatoria, viril,
genitalizante, hiper-masculina, apatronada, hacendal, que pudimos soportar-aceptar-sufrir en la coyuntura. No podían.
En 1981 no era posible.
Decir poto en pintura: es una manera de poner la carne por
delante. ¿Qué decir, por ejemplo, del Rapto
de Díaz, con el que gana en los 80´s el gran
premio de la Colocadora Nacional de Valores en el MNBA? ¡Pura carne! Va contra la historia demócrata-cristiana del
cuerpo. Pero en mi argumentación, Gracia
Barrios ya había instalado un complejo precedente.
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