domingo, 6 de marzo de 2016

NOVELA FAMILIAR CRUZADA


En la columna anterior terminé con la siguiente frase: La Fundación Allende secuestró al Museo Allende. Esta es una fórmula que puse en movimiento hacia fines del 2005, para abordar la situación de ambas instituciones.  Las tres columnas pueden ser consultadas en www.justopastormellado.cl

Por cierto, lo que me importaba era la hipótesis de una autonomía posible para el Museo.  La Fundación y su destino me tenían sin cuidado. Sin embargo, había percibido que era una pantalla para que Isabel Allende recibiera, probablemente, ayuda de gobiernos y partidos amigos para desarrollar el plan de trabajo de la fundación.  La verdad es que jamás se conoció algo de esa envergadura, sino tan solo una plataforma de autopromoción parlamentaria, que tenía al Museo como un capital simbólico sin el cual la propia Fundación no se sostendría. 

En perspectiva, lo menos que se puede decir es que la mencionada fundación no ha cumplido con su misión, que suponemos consistiría en conservar, restaurar y promover la figura de Salvador Allende en la historia nacional.  ¡Que menos! ¿verdad?  

Veamos qué ha hecho la fundación para lograrlo. Los desafío, así como lo hice hace diez años, a que exhiban su plan de trabajo y pueda  ser evaluada su gestión. 

Sin embargo, lo que me importa es el Museo. ¡Cuidado!  Mi interés tiene que ver con resolver la justeza y la justicia de unas hipótesis sobre unas coyunturas específicas del arte chileno contemporáneo, en su relación con la institución partidaria.  De modo que mi preocupación por la reconstrucción del “affaire Correa” y de su efecto en la recomposición institucional del Museo de la Solidaridad es puramente historiográfico.  A otros les corresponde calificar la voracidad expansiva del personaje. 

Lo que importa aquí es insistir en el rol de la Universidad de Chile, al  permitir que le fuera arrebatado un patrimonio pictórico de considerable valor político.  Creo haber demostrado la dependencia y continuidad del Museo de la Solidaridad respecto de la Facultad de Bellas Artes.  Es mi propósito dejar instalado el tema, en su dimensión jurídica y en su connotación política.

Imagínense ustedes lo que puede pesar una fundación con el nombre Allende en el plano partidario del comienzo de la transición. Solo sirve de oficina de expansión parlamentaria. No da para más. El nombre Allende sigue siendo objeto de disputa y su sola mención complica a quienes desean “refundar” la democracia; incluidos quienes participaron activamente en  el derrocamiento de Allende,  para luego pasar a la Oposición una vez que no prosperara el esquema de la entrega del poder a Frei Montalva.

Digamos que ésta fue la cobertura  simbólica  que montó  Correa, para confundir  la restitución de los patrimonios de la Familia Allende.  Una cosa era la devolución de las propiedades personales; otra cosa era hacer pasar como propiedad  familiar la colección del Museo de la Solidaridad.  De hecho, este será un punto clave sobre el que  Carmen Waugh instalará su hipótesis del comodato.  Y que, por cierto, facilitará su salida del museo.

En este terreno, Correa  planteó desde un comienzo  una ambigüedad: las obras eran del  “pueblo de Chile”.  Pero quedaban bajo la jurisdicción de la Fundación; es decir, en los hechos, de la familia.  ¿Por qué? Por una hipótesis de compensación simbólica con la familia por el despojo de que  ésta había sido objeto.  Esta ambigüedad tuvo que ser corregida.

Sin embargo, en su origen, la operación de Correa fue incorporar la colección en la operación de compensación.  Hay que hacer memoria: Correa inventó una fórmula en la que el Viejo Patriarca debía actuar como Rey Salomón.   Pongamos atención  sobre un asunto Magistral (mater et magistra).  Este consiste en la “graciosa maldad”  fraguada en 1991 por  Correa,  hacia quien fuera  máxima autoridad del PDC -1969- mientras el fungiera como Secretario General de la JDC (de la ruptura).   La figura salomónica del Padre Heroico en cuestión parece encubrir una reparación vindicativa de larga data, donde la  invención de la Falta de Padre (en política)  habilitaría la formación del MAPU.  (Risas y aplausos prolongados). 

Gobierno militar mediante, ¿no les parece excesivamente literaria esta historia de Paternidad Política Delegada, que atraviesa la dictadura, para recomponerse como Re-Edición de la Delegación, en que el personaje que juega el rol paterno es ahora Presidente y el Afiliado Rebelde (MAPU) su Secretario General?

Lo que tenemos enfrente es una novela familiar cruzada. El secretario del Pater Politico termina montando una ficción jurídica para inventar la restitución de un capital simbólico (la colección de un museo), que pueda  convertirse en activo de una carrera parlamentaria.  Es decir, en deuda. ¿No es acaso la novela ascendente de un niño de provincia muy apegado a su madre,  que termina asociando  a su estrategia de dominio a  una de las grandes familias chilenas (re)productoras de mito político? Parece una versión subordinada de El obsceno pájaro de la noche, pero en versión socialista.

El Museo de la Solidaridad puede existir solo, con su nombre, con su historia. Es más que cualquier Fundación.  Incluso, podría ser más importante que el propio Museo de la Memoria.  O bien, su compañero institucional, dando pie a la existencia de una dupla de Intervención Historiográfica de Ultima Magnitud.   ¡Los asesores de Ottone no lo han pensado! 

El Museo de la Solidaridad  debiera ser una fundación en si misma. No existe dependencia estructural respecto de la Fundación Allende. Es el Museo el que le proporciona a la Fundación un capital material, más allá del nombre Allende, porque como digo, la Fundación ha demostrado ser de una inhabilidad pasmosa para trabajar el legado del Presidente Allende.

Lo que me cabe sugerir es la probable existencia de un “fraude político”, avalado por una operación jurídica  cuya  ética institucional es cuestionable.  De este modo, el desarrollo del Museo de la Solidaridad como UN MUSEO ANOMALO DE PROYECCIONES EXTRAORDINARIAS, está  impedido por su dependencia de  una fundación que carece de fortaleza cultural  para sostener la envergadura de esta experiencia  única.

(Hasta el momento no he recibido comentario alguno de ninguna autoridad de la Universidad de Chile, sobre el visible abandono de deberes que se le podría imputar, por la pérdida  de un patrimonio universitario ejemplar).

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