Algunos operadores comunicacionales ligados a la
mouvance Correa/Brodsky me han criticado severamente por la última
columna, esgrimiendo dos razones: la primera, es que “farandulizo” el tema; la
segunda, que me la he tomado “en la personal” con Correa.
Demostraré que hablar de Correa/Brodsky no es hablar de farándula, sino más bien se trata de abordar un esquema
de intervención desde espacios privados hacia espacios públicos. Mencionaré dos casos en que sus
interferencias privadas han tenido efectos políticos en el ejercicio de
funciones estatales específicas.
El primer caso tiene que ver con la asesoría de Brodsky a
Urrutia (Ministra), donde el esquema de intervención se validaba como un vigilante de Imaginacción
en ese gabinete. La participación de
Brodsky en el proyecto Trienal de Chile,
en cuyo directorio era un peón de Correa, lo hace responsable de la
desnaturalización de ésta y de su
fracaso. Al final de cuentas, la trienal era un espacio que favorecía los negocios que Correa pretendía
montar en Paraguay, asesorando a la Presidencia.
El caso no es extraordinario por cuanto es un esquema de operación habitual en la
incestuosa relación que establecen determinadas fórmulas de amistad y filiación
entre determinadas zonas de lo privado e indeterminadas zonas de lo
público. Siempre, en provecho de lo
privado, por cierto.
A mi entender, hablar
de este esquema no es promover la farándula, sino informar sobre el funcionamiento de esquemas de intervención
externa de ciertas funciones estatales que deben ser apoyadas en virtud de su
ineptitud de base. Sería el caso del
CNCA en relación a la “necesidad de Brodsky” en ese terreno, como informante y
deferente de un esquema de traspaso de información y ejecución de funciones, como quedará
demostrado luego con su inclusión en el gabinete de J.A. Vieragallo en La
Moneda.
Solo me remito a mencionar comportamientos habituales de
tránsito entre dispositivos privados que poseen una gran capacidad de
intervención política en reparticiones del
Estado, en proporción directa con las ineptitudes de dichas reparticiones. No es que Correa y sus agentes sean (tan)
buenos, sino que hay sectores del Estado que son demasiado malos. Es decir, son “rellenados” por gente inepta
para justificar la incorporación a distancia de los operadores de Imaginacción,
en diversas reparticiones.
Lo segundo que me critican es que me la he tomado a la
personal.
Imagínense ustedes, ¿cómo debiera tomármelo, si trabajando
con José Balmes, advierto que Correa lo desbanca de la dirección del Museo de
la Solidaridad? Una mañana, Correa pasa por la casa de Balmes, toca el timbre, se hace recibir sin avisar y
le pide la renuncia. Después negará este encuentro. Hará una declaración en el diario. Curioso, porque
él nunca hace declaraciones en los diarios.
Bueno, salvo ahora poco, para
realizar esa magnífica distinción de retórica antigua, entre Actos Irregulares y Ccciones de Corrupción.
Lo que hay que pensar es cual era el lugar que ocupaba
Balmes en el movimiento de piezas que
favorecería el arribo de Ottone (hijo) al museo. Pero
sobre todo, en un esquema superior, más allá de la colocación inmediata del niño-maravilla,
lo que estaba en el horizonte eran las
relaciones entre el PC e Isabel Allende, en el gran negocio parlamentario de la
repartición que comparten.
Así como Correa se detuvo para tocar el timbre de la casa de Balmes, quien pasó a tocar también el timbre, pero al
final de la tarde, fue el propio Guillermo Teillier. Tengo dos preguntas: ¿Lo hizo por solidaridad
con este connotado miembro del partido? ¿Lo hizo para contener la razonable ira
del artista emblemático, apelando a su histórica y ejemplar fidelidad
orgánica?
Lo que está en juego
no es el valor de síntoma que tienen las
relaciones estrechas de Correa con el círculo de Isabel Allende y la
Fundación Allende.
A comienzos de los noventa Correa interviene en el montaje
de una figura jurídica destinada a acoger la juntura de la colección del Museo de la Solidaridad de 1971
con las obras que provienen del extranjero y que son reconocidas como
pertenecientes a una entidad que solo tiene existencia simbólica: el Museo de
la Resistencia. La figura que inventa
Correa pasa por encima de la soberanía jurídica que la Universidad de Chile
tenía sobre la colección inicial del Museo de la Solidaridad, y sobre la
legitimidad del Museo de la Resistencia, puesto que éste último se define como
la continuación histórica del primero, avalado por la decisión de tres miembros
de la Facultad de Bellas Artes en el exilio: Balmes, Rojas Mix y Pedro Miras. Se menciona a una cuarta persona: Carmen
Waugh. Pues bien: esto no hace más que confirmar la hipótesis de la
continuidad, puesto que Carmen Waugh es reconocida como realizando
funciones en el Instituto de Arte
Latinoamericano.
Es decir, todo indicaba que entre el Museo de la Solidaridad
y la Facultad de Bellas Artes existía una dependencia
orgánica. Dada la función que tenía
la universidad en el Chile de 1970, en que era en los hechos unas especie de
“ministerio de cultura” avant-la-lettre,
era lógico establecer esta relación entre una universidad y unas obras donadas
por artistas extranjeros al pueblo de Chile.
Existe un estudio sobre elementos jurídicos que favorecerían la
posición de la Universidad de Chile en este
diferendo que inventó Correa.
Fue el propio Allende -la
Presidencia- quien le asigna formalmente a la Facultad de Bellas Artes de
la Universidad de Chile, organizar un
museo de la solidaridad, como corolario de la Operación Verdad. (Que no es lo mismo que
“la verdad de la operación”).
Dos académicos de dicho instituto, Aldo Pellegrini y Mario
Pedrosa, tuvieron un rol decisivo en la tarea.
Y las primeras exposiciones de dicha colección en proceso de
constitución fue realizada en el Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad
de Chile. Y luego, fue el propio museo
el que guardó la colección durante todo el período militar.
Fue Balmes quien se entrevistó con el decano Cuadra, a
propósito de un enojoso incidente que tuvo lugar en el Instituto Cultural de
Las Condes, donde la Facultad de Bellas Artes bajo la dictadura organizó una
exposición con joyas de la colección de su acervo; es decir, las obras del Museo de la Solidaridad que
fueron tomadas como obras del MAC; entonces, de la Facultad.
Para poner las cosas en claro, Balmes, que era presidiente
de la APECH, se entrevistó con el decano Cuadra, quien accedió a la solicitud
de visitar las instalaciones del MAC para reconocer allí las obras del Museo de
la Solidaridad. Fue en esa visita que Balmes encontró la pintura de Frank Stella, sin bastidor, doblada y arrumbada en un rincón. Pero fuera de eso,
encontraron la colección inicial que
provenía de un efecto de la Operación
Verdad (que tampoco es la “verdad de la operación”). Es decir, Balmes, a través de la APECH, seguía
actuando como natural referente histórico del museo.
El inicio de la transición interminable tuvo como efecto que España, Francia y
Suecia, que habían guardado las obras del segundo proceso de recolección,
correspondiente al trabajo realizado por el
Museo de la Resistencia, decidieran
que estas obras debían ingresar al país.
Sin embargo, no existía una
figura jurídica que las acogiera. Es
decir, las nuevas autoridades decidieron que no existía. Porque si somos rigurosos en aceptar “la
verdad de la operación”, el Museo de la
Solidaridad si existía y estaba alojado en la Facultad de Bellas Artes de la
Universidad de Chile. Junto con el
Instituto de Arte Latinoamericano, fue
clausurado y las obras, guardadas en las bodegas del MAC. De este modo, bien se podía validar la
hipótesis sobre la continuidad jurisdiccional de dicho museo. Sin embargo,
Correa imaginó una fórmula que la rectoría de la Universidad de Chile no pudo enfrentar con éxito.
Podemos preguntarnos si el rector de ese entonces hizo todo
lo posible para salvaguardar una continuidad institucional vinculada a la
tradición universitaria de la izquierda “de antes”, en un contexto en que la
oficialidad de la Concertación no estaba dispuesta a promover la
restitución institucional del poder de
los comunistas en la cultura. A tal
punto, que Balmes, último decano de la democracia anterior, jamás fue reincorporado. Capítulo extraño.
Díaz y Brugnoli
estarán de acuerdo conmigo en que los fundamentos jurídicos para reclamar la
soberanía universitaria sobre esa colección eran bastante fuertes. Algo
ocurrió. La rectoría aprovechó para deshacerse de un emblema de la izquierda universitaria “de antes”.
Entonces, Díaz y Brugnoli, agentes de
dicha tradición, no disponían de la correlación de fuerzas favorable para instalar en contra de su rectoría los argumentos
jurídicos consistentes. Aunque también existe
la posibilidad de que entre Correa y la rectoría hayan llegado a un acuerdo. ¿Cuál
habría sido el acuerdo? ¿Alguna compensación? Lo concreto es que la Universidad de Chile
debió ceder en su reivindicación y desde ese momento un nuevo Museo de la
Solidaridad pasó a depender de una ¡Fundación Allende!
Esta es la manera de cómo la Fundación secuestró al Museo.
Heavy metal. Hay personajes funestos y correa.
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