Publicaré
próximamente en HUEDERS un libro de ensayos sobre arte chileno
contemporáneo. He trabajado sobre el modo cómo la novela empuja a la
historia, de modo que he podido realizar
un análisis de algunas coyunturas a partir del diagrama propuesto por algunas novelas; entre las cuáles se
encuentra La comedia del arte de
Adolfo Couve.
He
insistido en la hipótesis de que para entender la ideología literaria de Adolfo Couve es preciso remontarse hasta la
fuente de su propia ideología pictórica.
En
los cursos de pintura en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile
existía una costumbre que pasaría a ser decisiva y distintiva del manchismo de derecha. Los profesores de pintura depositaban sobre un plato o sobre una
bandeja pequeña de fibra vegetal, unos cuantos limones. El propósito de este gesto -aparentemente
decorativo- era que el estudiante percibiera moduladamente la transformación
del color, bajo ciertas condiciones mínimas de estabilidad, pero que iban
pasando desde el amarillo limón hasta el ocre más significativo. Era como una declaración de principios en que
el amarillo representaba la crudeza y violencia de lo real, y en que el ocre
podía definir las condiciones de la abstracción, pero sobre todo, terminaba por
caracterizar emblemáticamente la pintura chilena como un corpus
carente de variedad tonal. Esto último,
en el terreno de la “técnica narrativa”, no podía sino validarse a través de
una extrema economía descriptiva,
poniendo el color ocre y su
estabilidad como la búsqueda de un tipo de relato que se debía acercar a su
condición de “grado cero”.
En
el extremo opuesto de esta escala se levanta el calentamiento narrativo del otro manchismo; el de José Balmes. Valga
mencionar que al hablar de manchismo,
no participo de la acepción que Galez/Ivelic y Compañía le dan a este neologismo, haciéndolo característico de la
pintura de Juan Francisco González.
Ellos siempre han inventado una “modernidad-que-no-es” para sostener la
representación social-cristiana del grumo eyaculatorio de una “pintura sucia”
de mediero. Hay una gran
diferencia. La tradición a la que me
remito es a la que proviene de la re-lectura que hace Balmes del manchismo de Burchard como su propia
“escena de origen”.
El manchismo de Couve sería una degradación
banalizada del manchismo de Burchard y representaría la revancha respecto de la
ostentación cromática sostenida por la variante hispanizante de Alvarez de
Sotomayor. Dicho sea de paso, González sería solamente la expresión
brutalista radical de ese hispanismo. Revancha en la que Adolfo Couve
terminaría reivindicando toda la economía expresiva habilitada por la puesta en pie de la sujeción a la pintura de
Morandi, porque le permite “modernizar” por la derecha la economía técnica de
Burchard, mientras José Balmes lo
“contemporaniza” por la izquierda, haciendo expansivo el formato y el
gesto.
Justamente,
esto es lo que José María Moreno Galván bautiza como Grupo Signo, en 1962. Si se consultan los portales de arte y
biografías de Adolfo Couve, se señala
que en 1960 expone en Nueva York en una galería de la que se tienen escasas
informaciones. Es decir, una galería sin
mayor importancia ni trascendencia.
Grande
fue la decepción de Adolfo Couve, por confesión propia, al saber que la obtención de dicha exposición
había sido posible gracias a las diligencias de un pariente, a quien el
galerista le debía un favor, y no por mérito propio, como él creía. Porque en este sentido, la soberbia que exhibía
para modelar una posición interna en la Escuela de Bellas Artes de la
Universidad de Chile, no se compadecía con la ingenuidad grotesca de su
incomprensión acerca de cómo funcionaba el mundo real del arte. Adolfo
Couve vivía protegido por la Escuela y su mundo no sobrepasaba ese
límite pictórico-ideológico. En el
fondo, era un gran mal criado con la astucia suficiente como para inventarse un
lugar excéntrico, pero de rentabilidad
centrífuga.
En
los exiguos fragmentos de biografía se
menciona una beca en l´Ecole de Beaux
Arts de Paris, entre 1962 y 1963. Sin
embargo, no se proporcionan informaciones precisas sobre las condiciones de su
estadía ni sobre el plan de estudios que realizó. ¿Qué hizo, efectivamente, en Paris? ¿Con qué
artistas franceses compartió? ¿Quién lo recibió? ¿Qué significa compartir-con-artistas? De seguro, una investigación universitaria
profunda debiera reconstruir, tanto el viaje a Paris como el que realiza tiempo
después a Nueva York, en que aparece inscribiéndose ¡en la Student Arts Ligue! Este solo último dato es una muestra de su descolocación; por no
decir, desubicación abismal. Es decir,
este último es un lugar que no corresponde ni a las expectativas ni a la
dignidad de cargo que Adolfo Couve
enarbola en esa coyuntura.
Sin
embargo, no existe información sobre su programa de estudios ni sobre los
compromisos académicos que debía cumplir.
Solo se sabe que regresó a Chile con un sentimiento de fracaso pictórico
que estaría en la base de su dedicación compensatoria a un tipo de escritura a
través de la cual exhibiría un anacronismo similar al que experimentaba en la
pintura, con la salvedad que en el campo literario local podía ser aceptado de manera equívoca como un
escritor anómalo próximo al objetivismo de la nueva novela francesa.
Revisando
los apuntes biográficos que circulan para confundir las cosas, se menciona que comenzó a impartir clases de
“teoría” e historia del arte desde 1964 y que publicó su primera obra literaria
en 1965 (Alamiro). Solo era un
profesor de pintura que poseía algunas lecturas más que otros. Carecía de toda formación rigurosa en la
materia. Preguntémonos, por ejemplo,
cual era el título de su curso. La palabra “teoría” no era de uso frecuente en
esos ambientes; que preferían referirse de manera confusa a “estética”; en algunos
casos, a “estética marxista”. De todos modos, la situación académica de 1964 no
será la misma de 1970. Habría que
preguntarse, también, en qué momento Brugnoli “deviene” secretario de escuela.
¿El secretario no es quien organiza la malla y distribuye los cursos? ¿Quién le
da a Couve un curso de “teoría” en 1964? ¿Se empleaba, en verdad, dicha
palabra? Veremos si el Plan de
Mejoramiento de la Calidad de la Investigación en la institución actual
permiten acceder a los archivos.
Todo
apunta a pensar que era un profesor del establishment
de la Escuela.
Sin
embargo, todos los comentaristas se niegan a
hacer mención a su incorporación al partido comunista, alrededor de esa misma fecha. Es decir, se sostiene que fue por un “corto
tiempo”, como si resultara vergonzoso que haya sido un militante comunista, y
que las actuales escrituras se vieran obligadas a justificarlo como una excepción momentánea. Lo que estas escrituras omiten es que no
había otra manera para subsistir de manera eminente, en la Escuela de
ese entonces.
No
existe copia de carnet de pertenencia alguno, sino tan solo el testimonio de
quienes lo reclutaron como militante. Pero llegar al intento de sostener que
dicha pertenencia era una excepción en su carrera es una muestra de candidez
historiográfica imperdonable. Era una
historia conocida por todos sus colegas que formaban parte del ambiente político de la Escuela. Adolfo Couve era un
sujeto que ocupaba un lugar en una cierta intelectualidad progresista
vinculada a círculos familiares de gran respetabilidad, por lo que representaba –a pesar suyo- la
familia de su mujer, Martita Carrasco.
Pero sobre todo, vivía en la
calle Guardia Vieja, al frente de la
casa del doctor Allende. Vecindad barrial que fomentaba el tejido de
tramas sociales y simbólicas que lo convertían
en una personaje de excepción en el seno de una Escuela que guardaba,
pese a la Reforma Universitaria, los modelos de fidelidad del “antiguo
régimen”. De modo que su condición de profesor, tanto de pintura como de
historia del arte, jamás estuvo en peligro, puesto que formaba parte de la
oficialidad que se hace cargo de la gobernación de la Escuela.
En
este contexto, la presencia de Couve en el seno de dicha oficialidad constituye
un elemento no menor a la hora de reconstruir la composición de fuerzas de
la Escuela y el rol que ocupaban en ella
las minorías formales. Si bien, la Reforma había significado barrer con la
enseñanza del post-impresionismo,
mantuvo sin embargo la posición de quienes al menos provenían de la
enseñanza de Burchard, aunque Couve representara la figura de un anacronismo tolerado y necesario para señalar
la filiación del manchismo triunfante, en una versión de derecha intimista.
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