En
la minoría pictórica que representaba y por la que jamás fue molestado, Adolfo Couve
atravesó con su anacronismo un período de gran complejidad que le exigió un
tipo de compromiso partidario del cual se las arregló para permanecer a
relativa distancia. Sin embargo, una vez
realizado el golpe militar y estando José Balmes escondido a la espera de
ingresar a la Embajada de Francia, éste recibió un mensaje de Couve,
solicitando una cita porque para entregarle una información fundamental. Eran
esos días en que Brugnoli se empeñaba en citar a reunión del Consejo Normativo
para emitir una declaración sobre el golpe militar y que Nemesio Antúnez
esperaba que Pinochet le remitiera la banda de presidente al entonces presidente
del Senado, que lo había enviado de agregado cultural a los EEUU, años antes.
José
Balmes recibió el mensaje y abandonó su escondite gracias a la complicidad de
Fernando Ortíz. Ambos se dirigieron al punto en la citroneta de este último y
recogieron a Couve en una esquina. Una vez en el coche, mientras Ortiz conducía
sin rumbo fijo, Balmes le pregunta a
Couve por el mensaje. Es en ese momento
que Couve introduce una de sus manos al
bolsillo del que extrae un limón ocre y se lo muestra con ostentación, para decirle: “!Balmes, aquí está la verdad
de todo!”. Es probable que haya dicho
“aquí está todo”. Eso hace una gran diferencia. He recogido ambas versiones.
Una
vez que hubo mostrado y agitado el limón
ocre delante de los ojos de Balmes y Ortíz, les solicitó que detuvieran el
coche para descender. Se bajó, literalmente, de ese-carro-de-la-historia. Balmes había dejado su escondite para recibir
lo que Couve debía decirle: un gran reproche.
La
historia anterior es diagramática. Lo que Couve no tuvo el valor de preguntarle
a Balmes mientras compartían la hegemonía en la Escuela, lo hizo cuando éste último no tenía cómo
responder, despojado del poder que hasta entonces ostentaba. Couve sabía que poseía un poder con el que
Balmes no contaba: la continuidad de una filiación cuya historia personal no
había podido perturbar siquiera. La
pintura oligarca se había declinado en pintura plebeya por agotamiento de la
primera y no por conquista meritocrática de la segunda. Couve pasa a expresar en la Escuela de 1962 la persistencia de esa derrota
des/fallecida que la mediocridad
instituyente del post-impresionismo logra encaramar y enquistar en la década de
la Reforma, que es una “década-de-excepción” en la historia de “larga duración”
de la Facultad, desde 1932 en adelante.
En
el incidente del limón ocre, Couve tuvo la audacia de ser extremadamente claro
en su propósito, ya que hizo que Balmes
arriesgara su seguridad personal para hacerlo responsable de la
catástrofe del arte chileno, porque había traicionado la enseñanza original de
Burchard, del cual el limón ocre era su significante imaginario.
Allí
estaba el secreto de la pintura y de la dimensión histórica de su expansión:
“aquí está todo”. Balmes los había
conducido, a su juicio, a un callejón
sin salida. Es el mismo argumento que
exhibirá Romera, en contra de Balmes, cuando sabe que ya está fuera del país.
En la columna publicada en febrero de 1974, en que analiza el “año plástico” de
1973, acusa a Balmes de ser autor de la catástrofe del arte chileno, poniendo
en relevancia el trabajo de Antúnez a la cabeza del MNBA. Este es el texto que Ramón Castillo no quiso
leer para montar la Hipótesis Heroico-Paródica
de los Impactos de Bala en la Colección.
Es que nunca leyó Wanted!, un
libro de los años setenta que se encontraba en la biblioteca de Derecho de la
PUC, sobre la deuda que tiene el arte contemporáneo con la ciencia
criminalística. Era un libro de uso
común en la Escuela de Arte de la misma universidad en la época de los
desplazamientos de las técnicas clásicas del grabado. O sea, cuando Arturo
Duclos y Mario Soro eran estudiantes.
Ramón
Castillo tampoco tomó en cuenta el debate
implícito entre el limón ocre depresivo y el gesto impresivo del
manchismo historizante de las luchas del movimiento popular, acomodando el
lugar de enunciación para la pintura ilustrativa de Iván Vial. Eso significa relevar el rol de las prácticas
subordinantes en el seno de la Escuela, en la coyuntura de 1972. Falta agregar la inflación heroica de Ramón
Castillo y Camilo Yáñez sobre el relato que hace Bonatti de la operación de decoración-de-interior del edificio de
la UNCTAD III, como expresión máxima de
la alianza entre arte y partido.
Los
encargados de montar la colección del MAC y los académicos que la sostienen,
debieran explicar de qué modo la escuela de 1972 mantiene, como núcleos de
influencia específica, a gente tan disímil como Bonatti-Vial, por un lado, y
Couve, por otro. Digamos que
Bonatti-Vial eran el “centro” de la conversión de la abstracción geométrica en
el arte público decorativo y ceremonial
de la época.
Hay
que entender que estas reivindicaciones curatoriales de servicio apuntan a
validar, tanto en la fisura política
como en la placa académica, una
estrategia de conquista de los museos y
de la documentalidad, en provecho de una
nueva empleabilidad laboral, en el marco del proyecto de Nuevo Ministerio. No es más que eso. De ahí toda esta inflación administrativa en
la que Castillo colaboró para que la
Comisión Antúnez permitiera la aprobación del Proyecto de Intervención de la
Remodelación del Edificio Gabriela Mistral.
Si nos
remitimos a la coyuntura de 1972, la
decoración de la UNCTAD III no fue determinante en el debate pictórico. Más que nada, era un ejemplo de subordinación
del arte a los imperativos del brutalismo productivista de sus
arquitectos. Su conversión en mito
reconstructor de la unidad-arte-y-gobierno
es el producto de una inflación
historiográfica actual, sobre cuyos fundamentos es preciso debatir. La voluntariosa actitud de rebajar el peso
del debate pictórico en provecho de una sobredimensión de una arte público cuya
única pieza es la decoración urbana del paso bajo nivel de Santa Lucía, termina
siendo de una arbitrariedad que se empeña en declarar a la Unidad Popular como
el asentamiento inicial de la contemporaneidad del arte público.
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