El 20 de enero de 1957, Nemesio Antúnez y un pequeño grupo
de artistas e intelectuales penquistas se dirigen a las fiestas de San
Sebastián de Yumbel. Algunos de ellos
aparecen retratados en el tercer panel del mural que Julio Escámez pinta en las paredes de la
Farmacia Maluje. San Sebastián de
Yumbel es una de las festividades
religiosas más importantes del sur del país.. Durante el transcurso de esta fiesta se
desarrolla una feria popular de envergadura, en la que, entre otras cosas, se
comercializan los “cacharros de greda”
de Quinchamalí, entre otros tantos utensilios pertenecientes al espacio
doméstico de un modo de producción agrario, tal como lo podemos imaginar a fines de los años 50.
Pero sobre todo, en
esta festividad se reproduce un simulacro de dispendio pagano que expresa formas de socialidad que
fascinan a los intelectuales
citadinos, como casos demostrativos de una autenticidad popular que la modernidad amenaza. Más aún,
si estos son intelectuales comunistas, en provincia, que viven la paradoja de
ser conductores de las modernizaciones que tienen lugar en la
organización de la cultura.
El párrafo anterior pertenece al
capítulo sobre las dos filiaciones del
grabado que ya he definido para el libro que he anunciado en una columna anterior . He regresado a esa mención motivado por la visita a la exposición de
fotografía Album de Chile, en el CCPLM.
Me acerco a una vitrina en la que se exhiben especímenes de fotografía minutera. Se sospecha que son piezas de gran valor, asemejando su condición a la de un
daguerrotipo de pobre. De fondo, cuelga la ampliación de una
fotografía de Antonio Quintana, fechada probablemente en 1957. En esta toma se percibe un fotógrafo de
cajón inclinado sobre su aparato, haciendo el retrato de un hombre que está
posando delante de un telón pintado con la imagen del sacrificio de San
Sebastián. Esta es la segunda razón que
motiva a los artistas a viajar hasta Yumbel. Asistir a estas sesiones de pose en
que un telón pintado sustituye al paisaje real.
No hay fotografía minutera sin telón de fondo pintado, de manera
vernacular.
En el grupo de artistas que viajaba
desde Concepción a Yumbel se encontraba Pedro Millar. Otro de los viajeros era el arquitecto Maco Gutiérrez. Este es el
hombre que aparece retratado de espaldas
en la escena de la vacunación en el mural de la Farmacia Maluje. Morirá en Bolivia, en 1972, asesinado durante el golpe militar de Hugo
Banzar. En 1957 proyectó el edificio
para la Farmacia Maluje y en 1961 –junto a Osvaldo Cáceres- ganó el concurso
para el proyecto de la Casa del Arte de
la Universidad de Concepción.
Todos ellos –Maco, Osvaldo, Pedro,
Nemesio- tenían una particular
predilección por las artes populares campesinas, en las que encontraban la
expresión de una pureza formal de
carácter primitivo que revelaba una evidente concepción rousseauista.
La escena del fotógrafo de cajón se
ajustaba a la de un post-grabador que economizaba el procedimiento de registro
y reproducción, teniendo que
delimitar en la plaza pública un
espacio dispuesto a sustituir el salón
establecido para la fotografía burguesa.
Lo significativo es que la
fotografía fue realizada por Antonio
Quintana, el fotógrafo que acompaña la ejecución del mural de Siqueiros en
Chillán, durante el año 1941. Ahora, lo
complejo y contradictorio es que en Album
de Chile, exposición asediada por la
necesidad de cubrir el tema identitario,
homogeniza los momentos de las tomas, aunque marque la data en la ficha
señalética. Al final, en una exposición de esta envergadura, todas las fotos
adquieren una equivalencia que termina por exhibir más bien el efecto de código
que las agrupa.
El gran hallazgo de la exposición
reside en la individuación de una pieza, que en la banalización del sistema
museagráfico se escapa del efecto de código.
En este caso, dicha pieza es esta
ampliación de un momento específico en
la historia de la imagen, en Chile;
escenografía de una transición técnica y social, que anticipa una modificación
radical de lo que se debe entender por “rostro de Chile”, que será el título de la exposición que el propio
Quintana organiza en 1960. En esta toma de Yumbel, Quintana pone en
distancia las distintas edades del rostro, que califican como retrato de
costumbres; entre las cuáles, está la de pararse delante de una cámara de cajón
en la plaza. Lo que hace Quintana es
encuadrar un modo de producción de la imagen.
Me acerqué a la vitrina y le hice
una toma con mi IPhone, recogiendo de manera residual los reflejos de las
imágenes colgadas en el muro de enfrente.
Es la única fotografía que me hirió simbólicamente en la trama de una
subjetividad elaborada, desde los restos de unos acontecimientos que ya habían
sido puestos en escena por el relato de
una pintura mural que reproducía, a su
vez, la escena de una vacunación contra la peste (el imperialismo
americano). Este era el método que
Quintana ensaya para establecer un
momento de anticipación del quiebre.
Toda la empresa de El Rostro de Chile supone el
advenimiento de la Reforma Agraria, que
transforma la imagen de los chilenos respecto de la propiedad y tenencia
de la imagen, así como la aparición de la primeras luchas urbanas de pobladores
sin casa, que solo podrán ser acogidos en la imagen de su inestabilidad.
Momento traumático, entonces, que
precede a la palabra y que sin embargo se había hecho notar en los dibujos
esgrafiados y cubiertos de ceniza que aparecen inscritos en la cerámica negra
de Quinchamalí, como si fueran mensajes encubiertos sobre el fin de una era,
cuando los cacharros de greda pasan a ocupar los estantes de las casas de los
profesionales progresistas, modificando la decoración de interiores en esa
coyuntura. Claro, estamos hablando del
final de la presidencia de Alessandri.
Valga señalar que el último número de Revista de Arte
(1958) está enteramente destinado a la cerámica de Quinchamalí,
proporcionándonos una prueba del interés que tenía un sector minoritario de
artistas comunistas por las artes
populares. Curiosamente, estos artistas
serán desplazados en el propio ambiente comunista por los artistas
ascendentes y cosmopolitas, que se van a tomar el poder académico y político de
la Facultad y que le va a costar la
salida a Tomás Lago, del Museo de Arte Popular Americano, que es quien escribe
el ensayo del número especial de la revista, cuya portada fue diseñada por
Nemesio Antúnez. Sin embargo, lo que
caracteriza a este último en sus relaciones con este grupo de arquitectos y
artistas penquistas es la realización de una serie de litografías que llevan
por título Almorzando en Quinchamali.
La fotografía de Antonio Quintana
no es ajena a este proceso de estructuración de una escena local que permite el cruce del grabado, el
muralismo, la arquitectura y la poesía, en una región que pronto será sacudida
por el gran terremoto del 21 de mayo de 1960.
En este sentido, esta fotografía consigna una escena de antes de la
catástrofe.
Ahora, se entiende que los
comunistas penquistas, y a la zaga, Antúnez, tendrán problemas con los
manchistas balmesianos de la Facultad, entrado los años sesenta. Hay que
recordar que la Casa del Arte de Concepción se está construyendo cuando Balmes, Gracia Barrios, Bonatti y Pérez
exponen en Madrid, en 1962, anunciando
el diagrama de la política que se viene, en la Facultad. En Concepción, no hay escuela universitaria de
arte, todavía, si bien ya existía en la universidad una colección de pintura
chilena. Esto resulta ejemplar, porque
ya en 1960 la universidad posee una colección, antes de tener donde
exhibirla. Para eso construirá la Casa
del Arte, para acoger el mural de
González Camarena y una Pinacoteca.
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