Hablemos, entonces, del original. El Rector Peña señaló el alcance del
catálogo, como si asumiera la impostura de la operación con la sabiduría del
historiador de fondo. Lo menciono en
relación al título de la novela de Alan Sillitoe, La soledad del corredor de fondo.
Entonces, hablemos del original.
En septiembre de 1991 se realizó en el MNBA el ingreso y restitución de las obras del Museo
de la Solidaridad y del Museo de la Resistencia. La exposición tuvo por título Reinauguración del Museo de la Solidaridad. El primero, como se sabe, fue secuestrado
desde el MAC, mientras que las obras del segundo fueron recibidas por esta
nueva estructura inventada a propósito. La paradoja de este asunto es que dos de los “enemigos
históricos” del Museo de la Solidaridad, no estuvieron en el momento de la
inauguración de la exposición, en que la
pintura de Frank Stella ocupó un lugar eminente. Recuerdo, además, haber conducido la mesa en
que estuvo Aracy Amaral, invitada especial para proporcionar a Carmen Waugh la
perspectiva histórica que a ésta le hacía falta.
Para septiembre de 1991, el propio director Antúnez programó
un viaje privado fuera del país, que lo
“salvó” de estar en esta fiesta que comprometía a personajes históricos de la antigua Facultad. Brugnoli no estaba ni cerca, todavía. No sé si se acepta saber que la Facultad y el MNBA son dos entidades
en abierta disputa entre 1969 y 1973.
Nadie quiere recordar que el decreto de nombramiento oficial de Nemesio
Antúnez como director del MNBA está fechado en agosto de 1970, menos de un mes
antes de que Frei dejara la presidencia.
Un buen ejemplo documental de la disputa a la que me
refiero puede ser encontrado en la
columna que Antonio Romera escribe en El Mercurio, en febrero de 1974. Siempre
la menciono. Nadie la lee teniendo en el
horizonte la dimensión política de sus alcances para interpretar esa
coyuntura. Lo menciono pensando en otro
análisis, que vendrá, sobre la situación del MNBA entre septiembre y noviembre
de 1973.
El hecho es que el 3 de septiembre de 1991 Gabriel Valdés llegó al museo cuando ya se
habían cerrado las puertas. Tuvo que esperar a que terminara la ceremonia de
apertura, a la que había asistido el Presidente Aylwin. La escolta presidencial cerró el recinto
mientras duró la ceremonia. Gabriel
Valdés estaba furioso. No podía dejar de pensar en el valor que
tenía su ausencia y la de su amigo, Nemesio Antúnez, en esa instancia.
Estos “enemigos” del MSSA en 1971 y 1972 se re-encontraban
en el mismo frente político que ahora asumía el gobierno. Por eso el
“recomienzo” del MSSA era un golpe duro para quienes no estaban dispuestos a
que el comunismo de la antigua Facultad ejerciera algún rol en la nueva cultura
de la Transición.
En ausencia del director del MNBA, fue Carmen Waugh que actuó como la gran receptora
simbólica del MSSA, que “regresaba” del
Exilio. El negocio era completo y
coincidió con la restitución de los bienes a la familia Allende. Allí se gestó
la hipótesis del “secuestro legal” de las obras del museo, en provecho de la
Fundación. De esta manera tan poco feliz se resolvió por vía administrativa un
conflicto que habían mantenido desde siempre, la Facultad y el MNBA.
Solo que ahora, es decir, en 1991, “no había”
(la) Facultad de antes que se
imaginan todos los de hoy, sino la
recién estrenada figura de una fundación que acogía jurídicamente el ingreso de
las obras de la segunda recolección y que las juntaba con la primera. Esto fue, como diríamos, para parafrasear a Mosquera
y Galende, “el origen del déficit”, en la configuración misma del museo, que
impide que hoy, a más de veinte años, este no pueda ser leído a causa de las
intervenciones sobre su historia, que bien podría ser un capítulo privilegiado
de una historia (más) de intervenciones
de la historia.
¿Para qué sirven los “orígenes” sino para reinventar sus efectos en el presente, “utopizando”
las condiciones de un déficit que debe ser colmado mediante el
forzamiento de las fuentes? No participo
de la habilitación del modelo
implícito de investigación e intervención historiográfica que
sostiene Operación verdad: o la verdad
de la operación. En términos de
infraestructura conceptual, proporciona una base de verosimilitud al proyecto de Camilo Yáñez, en
que ya no se sabe si es un caso –objetable- de “política pública”, o si tan
solo tenemos que verlo como una obra personal que asume el formato de un caso
de política pública. Esto es lo que yo
denominaría convertir un abuso de confianza en crítica institucional. Podré elaborar más delante de qué manera se
configura el abuso, a partir de la explotación de una determinada fragilidad
institucional.
En esta medida, el
proyecto de Camilo Yáñez participa del mismo tipo de “intervencionismo” de colecciones puesto en forma por la exposición
que justifica el catálogo, bajo la conducción de Ramón Castillo. Lo cual, en términos orgánicos, afecta gravemente la consistencia futura
de las instituciones ligadas a la
producción de archivo y a la constitución de colecciones públicas.
Señalar esta situación no constituye deslealtad académica
alguna. La queja expresada al respecto –como única respuesta a estas
objeciones- es una prueba gravísima de
que las
“lealtades académicas” son formas de control y de silenciamiento de la crítica. Lo cual señala la existencia de un déficit de origen que tendrá graves
consecuencias.
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