La exposición del cuadro de Botticelli ya terminó. Magro
espectáculo para celebrar los diez años del mall
para escolares cuya directora
aprende en la medida que realiza las exposiciones. Este es un caso extremo de formación
profesional por uso y abuso de un cargo. Al menos podemos pensar que la dirección de
una institución termina formando a los directores, cuando no vienen formateados para cumplir el rol
encomendado. El rol, como diría Touraine, termina por determinar el formato.
No se ve todos los días de manera tan evidente que una funcionaria socialista
realice un programa neoliberal para
implementar una programación social-cristiana.
Ni en los mejores tiempos de Veckemans hubiésemos alcanzado algo mejor.
De todos modos, la experiencia con el Botticelli fortalece
la escolaridad del programa de exhibiciones, en su carácter más decisivo:
¡donación de insumos para el consuelo de los pobres de espíritu! De paso,
asociar la Madre con el Niño de La
Moneda con la Patrona de Viña Carmen.
El espíritu de la Concertación se prolonga como política de reparaciones
blandas, para tener que omitir lo fundamental. En esta lógica, Lagos, como la
mayor expresión del Síndrome Centro
Pompidou, da lecciones de historia.
Justamente. La exposición Album de Chile es el caso ejemplar
de una lección de historia. Debió
haber sido LA EXPOSICIÓN destinada a celebrar estos diez años de funcionamiento del CCPLM como empresa de blanqueo
temático. El Rostro de Chile servía de antecedente, pero nadie allí lo
sabía. Salvo Gonzalo Leiva, que tuvo que
resistir el maltrato. Y luego, hacerse cargo de la expansión de la noción de retrato hacia la
representación de la nación; lo que no deja de ser problemático.
No es fácil montar una exposici esta
naturaleza. El CCPLM no esta en medida
de entender que una gran
exposición de fotografía le puede resolver
un problema de destino identitario institucional: “el centro de todos los
chilenos”.
ón de
Una exposición de fotografía pone en escena la disolución de
toda posibilidad de blanqueo simbólico. Las imágenes proyectan la decibilidad de lo
que la propia política del CCPLM ha encubierto por mandato; es decir, la
representación de Chile.
Insisto en que ésta
debió ser la exposición para un aniversario
nacional-popular. Quizás, no lo fue,
porque por debajo de la lógica visual que sostiene la exposición permanece viva
la tradición de la fotografía judicial.
¿Y no queremos esa asociación, verdad?
Otro caso extremo de formación profesional a costa del
erario nacional es el proyecto de Camilo
Yáñez, que disimula una gran obra personal entendida como Obra
Institucional.
En la medida que avanza el proyecto, el artista aprende cómo es posible desmantelar de manera crítica
el trabajo de la documentalidad, para ponerla al servicio de una estrategia de
promoción de acciones reductivas que
busca emular los trabajos de Matta-Clark, pero en este caso, se trata de
forados en centros de documentación que distan mucho de ser edificaciones en
abandono.
Lo fascinante de este asunto es que la Obra Institucional de
Camilo Yáñez exige una producción de
abandono destinada a legitimar el
montaje de los dispositivos de demolición y de secuestro de obras. Esta producción de abandono ha sido la gran
producción histérica del arte chileno concertacionista, que vive de la memoria contra-hecha de la victimalidad
representativa. Nada de esto pudo haber sido mejor pensado, sin haber ensayado con creces
algunas experiencias anteriores de explotación de zonas de fragilidad
institucional. En este sentido, Camilo
Yáñez representa la mejor disposición de la histeria
académica que ha hecho de la ostentación de fragilidad una política de
arte.
Contrariamente a la política del CCPLM, en su enciclopédica
escolaridad, la Obra Institucional de
Camilo Yáñez proporciona reconocimiento oficial a una gran
invención formal, que consiste hacer obra desde el abuso de confianza institucional.
A condición, claro está, de ocupar un lugar relevante en la institución,
para adquirir un conocimiento certero de su fragilidad, como ocurre –por
ejemplo- en el MNBA y en algunas escuelas de arte.
Todo esto indica que estamos en los umbrales de una nueva
era. Camilo Yáñez está haciendo historia.
Si con Correa/Brodsky se consagró el negocio de la memoria, con el Ministro de ceremonias se ha dado
comienzo al “ab/uso de los documentos”, como lo depone en sus evacuaciones
recogidas en el último número de La
Panera. La risible de esta situación es que así como la señora presidenta
escoge a Don Francisco para hacer anuncios nacionales, este ministro escoge la
revista de una galería privada para hacer anuncios nocionales de envergadura
nacional.
No es risible que la
explotación mediana de los cuerpos haya dado lugar a la expoliación mediata de la letra.
Hay que ver de qué manera
el ensayo de esta modalidad de violación material del documento ya fue puesto en forma anticipada como
iniciativa de conocimiento en el espacio universitario, en una operación ejemplar habilitada por el
propio Rector Peña al admitir la contradictoria operación metodológica destinada
a producir el impedimento de lectura (del origen).
El próximo paso, que no debiera sorprender es la selección de esta Obra Institucional como envío a la próxima Bienal de Venecia. Se avecina una férrea disputa interna. Hamilton fue visto en Santiago.
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