Hace
muchos meses atrás me fue obsequiado el catálogo de una exposición titulada Operación Verdad, la verdad de la operación. Había estado trabajando en Valparaíso y algunas de las más brillantes acciones de mis
colegas metropolitanos me pasaron inadvertidas.
Solo pude acceder a ellas mediante documentación diferida.
Esta
columna está motivada por mi re-encuentro con este catálogo y con las vicisitudes jurídicas y políticas
que ha acarreado consigo el recuerdo que
tengo de la solución que Enrique Correa propuso en los comienzos de la
Transición Interminable. Me refiero –nuevamente- al secuestro de las obras del
Museo de la Solidaridad por parte de la Fundación Allende.
Vuelvo a
insistir en este caso, porque este último tiempo existe la seria amenaza de
montaje de un gran proyecto que se propone fundar
una nueva era en lo que a archivos y coleccionismo público se refiere.
Lo
repetiré: la próxima decisión del Ministro
de Ceremonias se basa en estudios
que la comunidad que trabaja en archivos y documentación desconoce y cuyos objetivos se han mantenido en un
enfermizo secretismo, en medio de extorsivas prácticas de negociaciones
aparentes.
Al
parecer, esta es la “verdadera” verdad de
la operación que se ha gestado desde el gabinete y el área de artes
visuales del CNCA. Si este
proyecto reproduce, por ejemplo, tan
solo el diagrama que sostiene el
catálogo que he mencionado, lo que se puede esperar es una severa manipulación de las fuentes,
comprometiendo peligrosamente lo que ya se ha alcanzado en la materia. El trabajo
de profesionales que han demostrado su real valía en la prospección y
conservación de documentos corre el
riesgo de ser desmantelado. Este es,
dicho sea de paso, un ejemplo de cómo desde la formulación de proyectos de
exposición se puede intervenir contemporáneamente, la no contemporaneidad.
¿Por qué
relaciono el catálogo y el “proyecto secreto” del área de artes visuales del
CNCA? Porque expresan una misma voluntad de forzamiento
de un “trabajo de historia” que se
instala con total impunidad, acarreando
consigo la implícita complicidad de un aparato académico.
Propongo,
entonces, regresar al comienzo; es decir, a la Operación Verdad como la matriz histórica del Museo de la
Solidaridad. Es preciso entender la
cuenca semántica en la que una iniciativa de esta naturaleza fue concebida.
La
estrategia comunicacional del aparato de prensa de La Moneda en 1971 apuesta a la superioridad ética y ontológica
de los hombres prestigiosos e irreprochables que vendrían de visita a Chile,
para luego regresar a sus países de origen donde harían el relato de lo que
habrían visto como esfuerzo de un pueblo por alcanzar su liberación. Todo esto es lengua de los setenta. El propósito sería combatir el poder de las operaciones de intoxicación
informativa llevada a cabo por el Departamento de Estado, la Sociedad
Interamericana de la Prensa y El Mercurio, que se habían concertado para emular en soporte de papel el rol que había jugado
la radiofonía “libre” en los alzamientos de Hungría en el 56. Incluso existen historias de cómo El Mercurio
podría haber funcionado en
clandestinidad, previendo (deseando) la censura del gobierno.
Frente a
esta operación del cerco informativo
promovido por el imperialismo americano era preciso montar una alternativa que
desarrollara la pulsión de los
“corresponsales obreros” del bolchevismo de la primera época. El prestigio de
los intelectuales y artistas bastaría para garantizar la Verdad Histórica del Proceso. La “verdad de las obras” bastaría para poner en evidencia la justeza y la justicia
de un programa. Sin embargo, el catálogo
que instala la verdad de la operación,
en un poco ocurrente retruécano que satiriza la operación de partida, pero al
modo ladino, queriendo instalar una crítica radical del gesto político de
1971, pero-nunca-tanto, para entrar a
modificar una ocasión en la que finalmente se trataba de “interpelar”
las obras del Museo Allende desde la creación contemporáneo de los
profesores-docentes de una escuela. En
rigor, Relaciones Públicas a costa del museo.
Bien. En
una entrevista a la que se puede acceder en Internet, María Eugenia Zamudio
repite la versión de José Balmes sobre
la formación del Museo de la Solidaridad y hace el chiste sobre José María
Moreno Galván, según el cual pudo viajar
a Chile porque no le tocaba estar en la cárcel.
Este fue el crítico español que bautizó como Grupo Signo a los artistas de la Facultad (Balmes, Bonatti, Pérez,
Gracia Barrios) que expusieron en Madrid en 1962. ¿No se les ocurrió a los brillantes
conceptualizadores de la exposición Operación
Verdad, la verdad de la operación trabajar sobre el “origen” del gesto
pictórico y político que culmina con la formación del museo? El propósito salta a primera vista y
deja en claro la voluntad de forzar la des-información que ellos mismos
promueven entre los autores de los textos del catálogo que he mencionado. Allí no hay más que banalización de la
historia en provecho de un cálculo académico de corto alcance. No es así como
yo trabajo.
Importa
señalar que era de justicia que diez años más tarde, en 1971, estos mismos
artistas hicieran posible la visita a Chile de quien los había inscrito en la historia del arte
chileno. Esto quiere decir que la iniciativa del museo como respuesta
institucional al cerco comunicacional del imperialismo corresponde a una
concepción sesentera de la lucha política y de la solidaridad internacional.
Efectivamente,
no es el mismo concepto de solidaridad con que operan los comentaristas de
glosa de hoy día, que no desean saber de la proximidad de esta “operación
verdad” como condición de un trabajo que precede al año 1971 y que se hace ver
en las propias páginas de una prensa que los historiadores de arte
recientemente habilitados por la academia
de la crítica institucional no conocen.
¿Cuál es
esta precedencia? Basta con revisar archivos. Y en ese sentido, no puedo sino
recordar la fotografía de Dean Reed ingresando a la Embajada de los EEUU
llevando en una mano un balde de latón
lleno de agua y detergente, y en la otra, la bandera de los EEUU. Entonces se
detiene y se pone a lavar la bandera estadounidense manchada con la sangre de
los vietnamitas que deben soportar el efecto de los bombardeos estratégicos
sobre Vietnam del Norte. Nadie se imagina lo que pesaba en esa coyuntura, la
solidaridad con los pueblos de Laos-Vietnam-y-Camboya,
en una sola frase. (Ho-Ho-Ho-Chi-Minh,
lucharemos hasta el fin).
El Museo
de la Solidaridad tiene que ver con este tipo de determinaciones de la memoria
política, en la que el factor anti-imperialista era decisivo. Hoy día, los artistas, lo primero que desean
es llegar a los EEUU. Es muy legítimo. Todo bien. Solo quiero dejar en claro
que hoy no es posible hablar de solidaridad, sino de internacionalización
pactada.
El único
artista que ha incorporado la
figura/fisura de Dean Reed en el arte chileno, sin manipular las fuentes en provecho propio es Mario Navarro. Hay que
reconstruir de qué manera de figura pasó a ser la expresión de una fisura; una
escara en la representación de la historia. ¡A ver si esta soporta una
(pequeña) verdad operativa para instalar mediante un catálogo una impostura política e historiográfica!
Es luego
de esta anécdota sobre José María Moreno Galván que María Eugenia Zamudio se
refiere a Mario Pedrosa y Aldo Pellegrini, para enseguida afirmar que el
trabajo de solicitud de obras y de recepción superó las capacidades del
Instituto, porque lo del Museo de la Solidaridad en su etapa inicial había sido
una tarea para la cual no estaban preparados.
De estas “verdades de la operación”
hay solo palabras insuficientes
en el catálogo re-encontrado.
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