domingo, 31 de marzo de 2019

CASA ROMANA


Después de haber sido agregado en el coloquio sobre los poderes del cine en la Universidad de Tours, paso a ser  espectador en la proyección de “Santiago, Italia” de Nanni Moretti en un cine independiente del Quartier Latin. El debate cultural en el que la película se propone intervenir plantea un enigma para cuya resolución en exilio chileno es la parte visible de una excusa formal, destinada a plantear la necesidad de reconstruir el vínculo con algo que se ha perdido.

Desde ya, el título propone la primera demarcación de lo pensable, al establecer una relación disfuncional entre el nombre de una ciudad y el de un país. La paradoja es que es en esa disfunción que se juega la eficacia emocional del documental, intermediada por una casa romana. Empleo el término para trabajar sobre la doble significación: casa, romana. Un espacio cerrado, hospitalario, que apela a una tradición republicana. Es la Roma de la República y no la del Imperio la que aparece aquí refrendada, para citar el inicio inter/textual del 18 Brumario. Ya que, a fin de cuentas, de lo que se habla es de ruptura y de continuidad. Es decir, de la frontera entre lo deseable y lo posible, que parece fundar toda política.



La casa romana remite a la realidad de una jurisdicción que no puede ser violentada por unos perseguidores, de acuerdo a unos determinados acuerdos internacionales. Entonces, lo que importa es cómo está hecho el documental. La forma es tanto o más importante. Ya lo sabemos. Entonces, tenemos entrevistas cuidadosamente elegidas y ordenadas en torno a dos ejes: primero, cómo se hizo el ingreso a la casa; segundo, como fue acogido cuando se hizo efectivo el arribo al territorio efectivo del que la casa no era más que un enclave políticamente expresivo.

El documental es un monumento al habeas corpus y a la trans/territorialidad. De lo que más se habla es de los cuerpos perseguidos, alcanzados, torturados, asesinados. El horror extremo  tiene lugar en la única ocasión en que el sujeto político no hace ingreso  por sus propios medios, sino que es lanzado a través del muro, como un “peso muerto”, para amedrentar, incriminar; pero sobre todo, para humillar.

Creo recordar que el cuerpo de Lumi Videla es el único cuerpo fotografiado, porque es el único cuerpo yaciente. El soporte de la prensa se exhibe como cuerpo-del-delito. Probablemente Nanni Moretti nunca conoció la caricatura de Lukas. La fotografía es un yacimiento inerte, porque es en este cine documental donde el movimiento de la imagen está sostenido por la palabra. Justamente, la eficacia emocional está basada en el montaje de las palabras de Allende, y no tanto en los comentarios sobre su muerte. Esto se llama, retórica de la anticipación, como efecto de un diseño de escena donde el guión “ya estaba escrito”: el imperialismo norteamericano iba a impedir que la experiencia chilena sentara un precedente para una posibilidad de alianza que podía concretarse, no en América Latina, sino en Francia o en Italia. Esa es la tesis que Nanni Moretti  pone en boca de uno de sus entrevistados.

El problema sobre el que se arma el documental se construye con fragmentos de un discurso histórico elemental, que consiste en reconocer el poder de fuerzas estructurales poderosas que van a impedir de manera sobredeterminada un destino, del que los agentes locales parecen no haber tenido consciencia. En este sentido, la eficacia funciona como una tragedia griega básica: existe un enigma; hay unos agentes que van a colaborar con su resolución, mientras habrá otros que lo van a impedir; finalmente, no hay autonomía de los sujetos que creen representar el sentido de una historia.  La verdad, en sentido estricto, aquí no hubo enigma alguno, sino el advenimiento potencial de un fatum, en que a uno de los agentes le correspondió  pagar el costo mayor.


Ya estaba escrito. Allende lo prefigura en el primer discurso, cuando dice que no lo van a obligar a renunciar y que terminará su mandato como el pueblo se lo ha encomendado, en una pieza oratoria de alto impacto. El segundo discurso es el de su despedida, en La Moneda incendiada. Toda la tragedia es radiofónica, como si se grabara un nuevo capítulo del “gran radioteatro de la historia”. Al fin y al cabo, Allende era un héroe radiofónico. 

Retóricamente, Nanni Moretti  introduce la segunda parte implícita del documental, que habilita la existencia de la casa romana, como la he llamado. Da por supuesto que existe un gran pater familias que está dispuesto a acoger al otro, como extensión introvertida del discurso de la Iglesia, vehiculado por el rol atribuido al cardenal en el mismo documental. La Iglesia “de antes”, está claro. Y de paso, a lo mejor sin siquiera proponérselo, desmonta las bases de la credibilidad demócrata-cristiana italiana, propiamente, como si se empeñara en demostrar que ya no hay hombres como él.  Es decir, como los de antes. Un guiño a Aldo Moro. Pero tampoco hay partido comunista, como aquel que ocupaba la escena política al momento del arribo de los exilados chilenos, en 1973 y 1974.  La historia que relatan es la de un trauma de origen. Al cabo de cuarenta años son expuestos a una cámara inquisitiva frente a la que algunos(as) se quiebran, porque se les remueve el piso.

Entonces, ¿cuál es el imperativo de este montaje? Demostrar la existencia de una amenaza que, en un momento determinado, pasa al acto: bombardeo de La Moneda, el emblema democrático. Luego, describir el mecanismo de la represión (reducción y castigo del cuerpo social). Señalar, entre medio, la “política de masas” de la dictadura; primero, por la constatación de que hay una parte de la población que celebra la catástrofe; y segundo, la mención estadística –convertida en argumento político- de que Allende solo había sido elegido con el 36% de los votos y que eso no lo habilitaba para iniciar las transformaciones escritas en su programa explícito.

Vuelta atrás: un entrevistado apela a la descripción de los dos ejes que terminaron por hacer naufragar a la Unidad Popular; por un lado, “avanzar sin transar”, y por otro,  hacer “unas reformas sin asustar a la burguesía”. Pero de inmediato se aclara: ha sido el dilema de la izquierda.

Luego, la contraparte: las FFAA solo han conjurado la amenaza de una guerra civil. Era necesario demostrar la puesta fuera de la legalidad de Allende. En este sentido, el documental no es suficientemente explícito, como lo es, por ejemplo “La espiral” (Mattelart/Marker, 1974), cuando estos trabajan sobre la hipótesis de la insurrección leninista de la burguesía chilena y reproducen una entrevista a Eduardo Frei en la que éste expone su punto de vista anti-allendista; por qué no decir, golpista. Pero no. El objetivo de Nanni Moretti es otro. No le interesa hablar de Chile, sino de la situación italiana actual, por efecto de demostración regresiva. Es decir, mediante un anacronismo de gran eficacia simbólica, para cuya operación los moradores de la casa romana se prestan juiciosos y reconocidos. 

Por eso, Nanni Moretti lanza una pregunta a uno de los entrevistados: “¿Qué significó para ti la militancia?” Lo curioso es que se trata del único momento en que la palabra es pronunciada y es lanzada como un dardo envenenado a la consciencia del sujeto que confiesa que no lo ha pensado. A tal punto, que se ve impedido de articular palabra, en relación directa con la perturbación de la pregunta, para terminar como se debe, respondiendo: “Bello”. No tenía otra. Era como decir “pleno”. Era una existencia plena y nos arrebataron la completud. Había una ética; una estética. Todo eso fue aniquilado. Esa es la dimensión de lo perdido.


Nani Moretti intenta recuperar la épica del militante para fijar la imagen de esa belleza como una sombra acarreada.

El objeto de su mención convierte el documental en un requisitorio programático, en que se hace manifiesto el deseo reversivo, en el curso del cual la casa romana de Santiago debe convertirse en un emblema para reconstruir la Italia contemporánea, como una casa romana sin necesidad de ser impresa en cursiva.  

Incluso, a riesgo de expandir la noción de refugio hacia una dimensión que cubra toda migración. El migrante de hoy es el refugiado de ayer, porque en todo desplazamiento forzado obra una estructura que define una política cuyo triunfo está basado en la exclusión de los otros. Los EEUU respecto de Allende, Salvini en relación a la “amenaza identitaria”. Finalmente, en este asunto, siempre habrá un chivo expiatorio.

Solo que en “Santiago, Italia” Nanni Moretti intenta exponer el caso ejemplar de una casa romana que funcionó como refugio y que  hizo la diferencia entre la cultura y la barbarie.

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