lunes, 18 de marzo de 2019

EFECTO GALILEANO



Patricio Guzmán avanzó a paso lento y cruzó el escenario  para dirigirse al podio, donde debía pronunciar el discurso de recepción del doctorado honoris causa otorgado por la Universidad de Bordeaux.  Sobre la pantalla del anfiteatro se proyectaba el retrato de Jorge Müller detrás de la cámara, teniendo a su lado a Patricio Guzmán, durante el rodaje de lo que después se convirtió en “El primer año”.

Más de 45 años han transcurrido entre la escena de la palabra y la escena de la imagen. Permanece, espectral, la imagen de Jorge Müller, a quien Patricio Guzmán no ha dejado de homenajear. Diré que toda su obra es un homenaje a esa amistad y complicidad profesional. Nada de eso hubiese ocurrido sin la participación de Chris Marker. Razón por la que en su discurso, Patricio Guzmán no hizo más que rendir tributo a esa deuda simbólica, reconstruyendo la historia de su encuentro.  De seguro, la fotografía proyectada que presidía el acto de investidura correspondía a una de las tomas en que Patricio Guzmán y Jorge Müller estaban utilizando los pies de película virgen que Chris Marker les había hecho llegar. Era la fijación de un momento al que se referiría Patricio Guzmán en su discurso en los siguientes términos: “nos estábamos convirtiendo en cineastas”.





Durante el martes 12 de marzo, la Universidad de Bordeaux estuvo particularmente dedicada a acoger a Patricio Guzmán. Primero, con una clase magistral, luego con la proyección de la tercera parte de “La batalla de Chile”; finalmente, con la ceremonia de investidura. Al final de la proyección de la tercera parte, creo haber visto una toma del desierto. Extensión, horizonte, piedras, marcas anticipadas: un paisaje. 

En “Nostalgia de la luz”, recordé, hay unas tomas similares, como si entre uno y otro registro se saldara la deuda distintiva entre archivo y obra, convertida en la obra de(l) archivo; sin dejar por ello de proferir al archivo en recuento de las omisiones de lo que el propio concepto de Poder Popular podía representar en la investigación de etnografía política que, cámara en mano, desmentía las certezas del discurso oficial de la Dirección General del Proceso.

Cuando reviso algunas reseñas francesas sobre el trabajo de Patricio Guzmán, me sorprende leer que en tal momento “colaboró con Chris Marker”. Este es el tipo de cosas de una mala leche de baja intensidad que es preciso soportar. ¿El precio a pagar? No lo creo necesario. Ya en Chile he tenido que soportar estoicamente a unos operadores de Valparaíso descalificar el trabajo de Joris Ivens y Chris Marker en defensa de una pureza y de una autenticidad de la imagen propia. Chris Marker, cuando habló con Patricio Guzmán la primera vez le dijo que había ido a Chile para hacer una película, pero cuando había visto “El primer año” se había dado cuenta que lo que él quería hacer, este ya lo había hecho, entonces le ofreció comprársela.   Esto no es falsa modestia. Las cosas son así. Patricio Guzmán había hecho lo que él hubiera querido hacer.

En ese momento, Chris Marker ya había trabajado en la redacción del texto que le proporciona un cierre al documental de Joris Ivens, “A Valparaiso”. Pienso que es el texto de Chris Marker el que resuelve el film de Joris Ivens, y eso no le quita en absoluto el mérito a éste último. Por el contrario. Es el propio Joris Ivens el que entrega el “primer corte” y le dice que de todos modos siente que el documental no está terminado. Es ahí cuando interviene Chris Marker. Estamos en 1962. Chris Marker está haciendo “Le joli mai”, con Antoine Bonfanti en el sonido directo. Ese es un momento decisivo de confianza formal. Y es así como lo pone en escena Patricio Guzmán, porque él y su equipo estuvieron en el momento oportuno, bajo la mirada adecuada, en 1972.

Entonces, ¿por qué no reconsiderar la obra de Patricio Guzmán desde esta exigencia ética y formal que le significó el encuentro con Chris Marker? 

De todo esto pensaba mientras escuchaba hablar a Patricio Guzmán, durante el discurso de recepción, en que insistió ser traducido. Pudo haberlo hecho en francés. Pidió que la transferencia fuese evidente y que las pausas de conversión recondujeran nuestro recuerdo hacia donde las voces han sido precedidas por las marcas en el territorio. Desde un desierto a otro desierto, revirtiendo el efecto de las tecnologías.

A no olvidar: el desierto fue primero en ser embestido por las tecnologías de la excavación, incluida la fotografía. Luego, en ese desierto se instaló la más grande tecnología de prospección supra-lunar. Empleo un término aristotélico. Solo así puedo abordar lo que resulta común en los físicos del siglo XVI; es decir, el calco entre el polvo estelar (macrocosmos) y el polvo terrenal (microcosmos). La historia como degradación tiene lugar en este último. Y los documentales de Patricio Guzmán hacen el relato de un efecto galileano; a saber, aquel por el que se descubrió que existía la topografía lunar. En ese sentido, Kepler, eximio matemático y astrónomo reputado, seguía siendo un poco “astrólogo”, para que no lo molestara la Inquisición.

Galileo apuntó el telescopio hacia donde no debía.

En “Nostalgia de la luz”, una mujer que busca restos de cuerpos, reproduce un acto galileano al expresar su deseo y sostener que así como el hombre inventa aparatos para escrutar las estrellas, debía fabricar instrumentos que permitieran descubrir los restos esparcidos como estrellas en el firmamento de tierra y de piedras.

En el fondo, de eso fue lo que habló Patricio Guzmán al recibir el doctorado honoris causa el martes 12 de marzo recién pasado, en Bordeaux.

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