Patricio Guzmán avanzó a paso lento y cruzó el
escenario para dirigirse al podio,
donde debía pronunciar el discurso de recepción del doctorado honoris causa
otorgado por la Universidad de Bordeaux. Sobre la pantalla del anfiteatro se proyectaba
el retrato de Jorge Müller detrás de la cámara, teniendo a su lado a Patricio
Guzmán, durante el rodaje de lo que después se convirtió en “El primer año”.
Más de 45 años han transcurrido entre la escena
de la palabra y la escena de la imagen. Permanece, espectral, la imagen de
Jorge Müller, a quien Patricio Guzmán no ha dejado de homenajear. Diré que toda
su obra es un homenaje a esa amistad y complicidad profesional. Nada de eso
hubiese ocurrido sin la participación de Chris Marker. Razón por la que en su
discurso, Patricio Guzmán no hizo más que rendir tributo a esa deuda simbólica,
reconstruyendo la historia de su encuentro. De seguro, la fotografía proyectada que
presidía el acto de investidura correspondía a una de las tomas en que Patricio
Guzmán y Jorge Müller estaban utilizando los pies de película virgen que Chris
Marker les había hecho llegar. Era la fijación de un momento al que se
referiría Patricio Guzmán en su discurso en los siguientes términos: “nos
estábamos convirtiendo en cineastas”.
Durante el martes 12 de marzo, la Universidad de
Bordeaux estuvo particularmente dedicada a acoger a Patricio Guzmán. Primero,
con una clase magistral, luego con la proyección de la tercera parte de “La
batalla de Chile”; finalmente, con la ceremonia de investidura. Al final de la
proyección de la tercera parte, creo haber visto una toma del desierto.
Extensión, horizonte, piedras, marcas anticipadas: un paisaje.
En “Nostalgia de
la luz”, recordé, hay unas tomas similares, como si entre uno y otro registro
se saldara la deuda distintiva entre archivo y obra, convertida en la obra
de(l) archivo; sin dejar por ello de proferir al archivo en recuento de las
omisiones de lo que el propio concepto de Poder Popular podía representar en la
investigación de etnografía política que, cámara en mano, desmentía las certezas
del discurso oficial de la Dirección General del Proceso.
Cuando reviso algunas reseñas francesas sobre el
trabajo de Patricio Guzmán, me sorprende leer que en tal momento “colaboró con
Chris Marker”. Este es el tipo de cosas de una mala leche de baja intensidad
que es preciso soportar. ¿El precio a pagar? No lo creo necesario. Ya en Chile
he tenido que soportar estoicamente a unos operadores de Valparaíso descalificar
el trabajo de Joris Ivens y Chris Marker en defensa de una pureza y de una autenticidad
de la imagen propia. Chris Marker,
cuando habló con Patricio Guzmán la primera vez le dijo que había ido a Chile
para hacer una película, pero cuando había visto “El primer año” se había dado
cuenta que lo que él quería hacer, este ya lo había hecho, entonces le ofreció
comprársela. Esto no es falsa modestia.
Las cosas son así. Patricio Guzmán había hecho lo que él hubiera querido hacer.
En ese momento, Chris Marker ya había trabajado
en la redacción del texto que le proporciona un cierre al documental de Joris
Ivens, “A Valparaiso”. Pienso que es el texto de Chris Marker el que resuelve
el film de Joris Ivens, y eso no le quita en absoluto el mérito a éste último.
Por el contrario. Es el propio Joris Ivens el que entrega el “primer corte” y
le dice que de todos modos siente que el documental no está terminado. Es ahí cuando
interviene Chris Marker. Estamos en 1962. Chris Marker está haciendo “Le joli
mai”, con Antoine Bonfanti en el sonido directo. Ese es un momento decisivo de
confianza formal. Y es así como lo pone en escena Patricio Guzmán, porque él y su
equipo estuvieron en el momento oportuno, bajo la mirada adecuada, en 1972.
Entonces, ¿por qué no reconsiderar la obra de
Patricio Guzmán desde esta exigencia ética y formal que le significó el encuentro
con Chris Marker?
De todo esto pensaba mientras escuchaba hablar a
Patricio Guzmán, durante el discurso de recepción, en que insistió ser
traducido. Pudo haberlo hecho en francés. Pidió que la transferencia fuese
evidente y que las pausas de conversión recondujeran nuestro recuerdo hacia
donde las voces han sido precedidas por las marcas en el territorio. Desde un
desierto a otro desierto, revirtiendo el efecto de las tecnologías.
A no olvidar: el desierto fue primero en ser embestido
por las tecnologías de la excavación, incluida la fotografía. Luego, en ese
desierto se instaló la más grande tecnología de prospección supra-lunar. Empleo
un término aristotélico. Solo así puedo abordar lo que resulta común en los
físicos del siglo XVI; es decir, el calco entre el polvo estelar (macrocosmos)
y el polvo terrenal (microcosmos). La historia como degradación tiene lugar en
este último. Y los documentales de Patricio Guzmán hacen el relato de un efecto galileano; a saber, aquel por el que
se descubrió que existía la topografía lunar. En ese sentido, Kepler, eximio
matemático y astrónomo reputado, seguía siendo un poco “astrólogo”, para que no
lo molestara la Inquisición.
Galileo apuntó el telescopio hacia donde no
debía.
En “Nostalgia de la luz”, una mujer que busca
restos de cuerpos, reproduce un acto galileano al expresar su deseo y sostener
que así como el hombre inventa aparatos para escrutar las estrellas, debía
fabricar instrumentos que permitieran descubrir los restos esparcidos como
estrellas en el firmamento de tierra y de piedras.
En el fondo, de eso fue lo que habló Patricio
Guzmán al recibir el doctorado honoris causa el martes 12 de marzo recién
pasado, en Bordeaux.
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