La disputa en torno a “Residencia en la Tierra
“ y
“Canto general” era una excusa para abordar las relaciones entre la
poesía de Neruda y la de Parra, en el terreno de las traducciones. Debiera
agregar al debate la traducción de Raúl Zurita. No está mal. Al menos hay un
bloque de lengua. Un frente de la poesía, en palabras de González Tuñón. Pero
no. No es el mismo frente. No todos serán reconocidos en una misma lengua,
valga repetirlo. Son diversas lenguas, son múltiples estratos, para una misma
cuenca semántica, por decir.
Ahora, el tema, por sí mismo, tampoco parece
justificado. Me enfrenté a él desde la lectura de “Violeta y Nicanor”, la
novela de Patricia Cerda publicada por Planeta en el 2018. El bloque cambia de
frente. En este caso, el de la articulación filial de doble registro, en que
Violeta y Nicanor expresarían una misma lengua, la primera, siendo su estrato
arcaico, el segundo, su expresión erudita (académica).
En el fondo, hay otra distinción: la cantora
popular desafiliada, por un lado, y el poeta-profesor institucional (sobre
afiliado), por otro. Quien descubre el habla popular es Violeta, escuchando
hablar a los borrachos en el mercado de Chillán. Nicanor aprende que existe la
décima espinela leyendo al profesor Lenz. Violeta la traía consigo, en el
cuerpo. Y aquí empiezan los problemas. Porque la novela plantea, siempre, un
enigma. A saber: ¿de qué manera Nicanor sostuvo a su hermana? Es una pregunta
sin retorno. ¿Qué significó para Nicanor, la presencia de Violeta? Es una
pregunta sobre la noción de sostén. El hermano sustituye al padre faltante y la
hermana completa el ciclo de la transmisión maternal de la lengua. Violeta sostiene
a Nicanor, porque traza un itinerario ascendente desde el vitalismo rural a la
urbanización del pensamiento.
Él es quien le dice que recopile canciones. Él
sabe de la reproducción impresa de la palabra y no quisiera que la voz de
Violeta se la llevara el viento. El posee sentido práctico. Sabe que la
radiofonía es la antesala de la discografía[1].
Violeta le rompió una guitarra en la cabeza a
Pablo de Rhoka por hablar mal de su hermano; pero nunca dejaron de ser amigos.
En cambio, Julio Escámez fue un ilustrador permanente de Neruda. Violeta nunca
fue nerudiana. Era abajista. Neruda, arribista. De algún modo, la figura del
gavilán le cae encima, también, al vate. Pero una pena grande de amor está en
el origen de una de sus más extraordinarias composiciones; que significa una “vuelta
de tuerca” en la tradición del canto a lo humano. La estructura es la de una
tragedia griega. Es preciso recordar que en Tereo y Filómela, el violentador es
convertido en gavilán, mientras la víctima, en ruiseñor.
La novela de Patricia Cerda está construida a
partir de dos registros paralelos, que en un momento determinado, uno de ellos
se adelgaza para incorporarse en el otro relato, para transformarse en una
puesta en abismo que conduce a una fatalidad institucional. La narradora
omnisciente combina la ficción biográfica de los hermanos –Violeta y Nicanor-
con la ficción biográfica de quien ha venido –desde lejos- al país, a sufrir la
experiencia de sus instituciones bibliográficas fallidas, para estudiar las
primeras publicaciones del hermano, y se descubre atraída por lo está fuera de
la biblioteca, en la calle, en el Paseo Ahumada[2],
reproduciendo en diferido la imagen degrada de la edición prínceps convertida en repetición terminar, conjurando la ansiedad
por el origen mediante el recurso a la
expansión lenguajera de Violeta.
Sin embargo, la novela de Patricia Cerda no
relata la vida de dos hermanos como entidades separadas, sino que construye un
bloque significante, donde no se sabe quién es el que hace el trabajo de
infraestructura. La novela es ese bloque
textual que se expone como una encarnación específica del espíritu del siglo, buscando instalar un
efecto historiográfico destinado a desplazar el daño analítico provocado por la
vertiente Sarmiento, para reivindicar a Lastarria como un intelectual orgánico
que supera la maniquea dicotomía colonialista mediante la articulación
reversiva, que pone la barbarie en el centro de la “civilización” y que
descubre una cultura en el seno de la “barbarie”, como condición operativa de la lengua-violeta-nicanor, como bloque.
[1] Patricia
Cerda estaba en Paris, la semana pasada, para discutir con sus editores la
posibilidad de que una de sus novelas fuese traducida al francés. Era la única
escritora chilena que participaba en Livre Paris. Es decir, una plataforma de
negocio editorial; no una feria de libreros.
[2]
La recurrencia al Paseo Ahumada en la novela de
Patricia Cerda no puede ser desestimada. Esto es un guiño a la obra de Enrique
Lihn. Sugiero lectura complementaria de la siguiente nota de Francisca
Lange,
http://www.letras.mysite.com/el221006.htm
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