Preparar una ponencia de cuarenta minutos para
un coloquio sobre cine, poderes y libertad, en la Universidad de Tours
representa un esfuerzo performático de primer orden. ¿Bajo qué concepción de(l)
poder habrá que trabajar[1]?
Escogí hablar de un film: “El chacal de Nahueltoro”, realizado en 1969. Sin embargo, debo admitir que es una excusa
para hablar de otra. Ya explicaré cual.
En lo inmediato, planteo la necesidad de explorar la proximidad de otro film
realizado ese año: “Valparaíso, mi amor” (Aldo Francia). Hay que pensar que “Largo
viaje” (Kaulen) es de 1967. Pero los
tres arman el triángulo del naufragio. Imagino que Aldo Francia organizó el
Cine Club de Viña del Mar, nada más que para construir el público que
necesitaba. Es una buena hipótesis: construyó su propio público. Pero aquí
surge la pregunta: ¿cuál es la deuda que tiene el cine chileno de Aldo Francia
y de Miguel Littin con el neo-realismo italiano? Lo cual es una pésima
pregunta. Tendríamos que hablar de neo-realismo tardío. Lo que hubo fue otra
cosa, cuya singularidad defiendo en contra de la subordinación formal. Algunos
han hablado, simplemente, de cine imperfecto.
En algún momento leí que en el encuentro de
cineastas latinoamericanos vinculado al Festival de Cine de Viña del Mar, allá
por el año 1969, tuvo lugar un áspero intercambio entre Raúl
Ruiz y algunos de los que venían de realizar “La hora de los hornos” (1968). ¿Habrá sido Gettino? ¿Solanas? No lo sé. Pero
ellos, por extensión, fortalecidos por la circulación del cine cubano en Chile,
proclamaban la necesidad de un canon
para un cine de la liberación, que terminó siendo un cine de la resistencia.
Pero este es otro asunto.
Recuerdo el efecto de esta película en un grupo
de pobladores que esperaba pacientemente que tuviera lugar la toma de terreno
que debían realizar en un predio junto a la Facultad de Arquitectura en
Cerrillos. La reunión del comité-sin-casa tenía lugar en una casa-quinta de San
Pablo. Había que cruzar la ciudad en unas micros, que pasarían como a las doce
de la noche a recoger a los pobladores. Pero había que tenerlos concentrados
con suficiente antelación, para no despertar sospechas. A alguien se le ocurrió
proyectarles “La hora de los hornos”, que duraba más de cuatro horas. Entonces,
unos compañeros universitarios trajeron una proyectora de 16 mm y así todo el
contingente de la toma pudo realizar la espera. Cuando la película terminó,
subieron a las micros. Era fines de julio y hacía frío. De inmediato, debido al
aliento de la gente arriba de las micros, se empañaron de inmediato los
vidrios, de modo que no se veía nada hacia adentro. Esto daba para realizar un
film que desmentiría, probablemente, el deseo de canon. Todo eso, hoy día, hubiese sido registrado en video.
Pienso en “El chacal de Nahueltoro” y entiendo
el alcance de las objeciones de Raúl Ruiz y de los cineastas chilenos, que eran
reacios a firmar manifiestos radicales para una nueva cinematografía. Es como
si dijéramos que solo querían hacer cine.
Recién fue durante la Unidad Popular que Miguel Littin y Sergio Castilla
redactaron, como se dice, un manifiesto de apoyo de los cineastas al gobierno
popular; que no quería decir lo mismo que esperaban que se dijese de parte de
nuestros amigos argentinos, ya fueran peronistas, ya fueran trotskistas. De todos
modos, ellos podían percibir con mayor claridad que nuestro problema era no
disponer de una (verdadera) vanguardia revolucionaria.
Simplemente, lo más suave que se va a sostener en
esos años es que nuestro cine se parecería a una degradada versión de un neo-realismo
ya tardío. Acabo de leer un ensayo publicado en una revista universitaria de
estética donde se aborda esta cuestión, pero está escrito desde un sociologismo
que se hunde en anécdotas de contexto, sobredeterminadas por el deseo de
disponer de una dialéctica del espectador
que nunca aborda cuestiones formales básicas, relativas a lo que dicen
las obras.
En este sentido, “El chacal de Nahueltoro”, “Largo
viaje” y “Valparaíso, mi amor”, forman un triángulo “reformista”, absolutamente
maníaco-depresivo, que estaba muy distante de los postulados del “cine-de-la-liberación”. Hasta diría que son tres films que recomponen la relación con lo sagrado. El hecho es que se trata de tres filmes en los que no hay imagen alguna de
vanguardia obrero-campesina, sino que los poderes de la imagen reproducen la
constatación objetiva de una etnografía urbana que no ofrece ninguna “alternativa
de lucha”.
Veamos: “El chacal… “es una ficción retóricamente
documentalizada en la que al final de cuentas se hace el relato de una
redención derrotada. No es una película
que propugne un cambio social. Más allá del deseo explícito de Littin. No hay
mención alguna a la reforma agraria. La mención es por demostración invertida. De
hecho, es una película donde la trama referida precede a dicha reforma. Nadie
puede sostener que fuera un film destinado a “crear consciencia”. Es más que
nada un reflejo cuyo efecto de deseo
es diferido. Toda obra es, de alguna
manera, “consciencia en acto”.
Ahora bien: “Largo viaje” es una desesperada
epopeya que combina la cultura popular urbana con otra derrota simbólica. Es
una película de la redención frustrada. Y por su parte, “Valparaíso, …” es una
epopeya de la desagregación del vínculo familiar. O sea: puras derrotas. No hay redención.
Lo curioso es que todo remite a una realidad
anterior al Gobierno Popular que este no podrá conjurar, y que en esa medida el
cine chileno de entonces reconstruye la base testimonial de un poder de la
imagen que hace del desfallecimiento un síntoma distintivo. “El chacal de
Nahueltoro” resume, de este modo, la inevitable puesta en orden de un sujeto excluido
que debe ser educado para comprender la dimensión de una falta constitutiva, por
cuya realización podrá entender –finalmente- la naturaleza del crimen por el
que deberá ser –necesariamente- condenado. La Justicia podrá cumplir su
cometido, a condición de haber incorporado al sujeto al imperio de la Ley.
[1]
Colloque International,
Cinéma, pouvoirs et libertés en Amérique Latine. 28-29 mars, Université de Tours,
Tours, France.
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