El
próximo lunes 4 de diciembre participo en el encuentro sobre prácticas
curatoriales que organiza Carolina Herrera en el Museo Violeta Parra. Una ponencia es una actividad performativa
que durante una unidad de tiempo determinada obliga a dar cuenta del estado de
avance de un estudio o el nivel alcanzado en el desarrollo de una investigación
de largo plazo. En este caso, ni lo uno ni lo otro. El objeto de mi ponencia no
está garantizado por relación alguna con el aparato universitario. Se trataría, entonces, de señalar las
condiciones de pervivencia de un tipo singular de investigación independiente,
conducente a la producción de un determinado tipo de exposiciones. Sin embargo, el objeto de mi ponencia no me
conducirá a realizar ninguna muestra. Más bien, la muestra ya existe y está
localizada fuera de aquí. Más bien,
debiera convencerlos de dirigirse al lugar donde está emplazada la obra a la
que me voy a referir. Y como es mi costumbre, escribo la columna que anticipa la ponencia, para poder disponer
de un tiempo de exposición suplementario que incluye la lectura de un texto que
debe ser entendido como el comienzo de mi intervención. De este modo, el
encuentro ya empezó.
El
objeto de mi ponencia es situar el lugar que ocupa Violeta Parra en el mural de
Julio Escámez. Para eso debo situar primero este mural en la escena pictórica
penquista. Es cosa de entender, primero, que en Concepción hay tres murales que
han jugado un gran rol en la construcción del imaginario local. Esto, los
santiaguinos no lo saben. Desde ya,
partamos con el mural de la Estación, realizado por Gregorio de la Fuente, en
1946. Después, está en Mural de la Farmacia Maluje, de Julio Escámez, pintado
en 1957. Finalmente, está el mural de la Pinacoteca, ejecutado por González
Camarena, el maestro mexicano, en 1962-63.
Entonces, uno va desde Prat con Barros Arana hasta Tucapel con Barros
Arana, y de ahí cruza la plaza de los Tribunales y se dirige a la Casa del Arte
al final de la diagonal que dibujó Emilio Duhart. Es un dibujo que se hace
caminando.
Bien.
Entremos al local de la farmacia. Hay una doble altura especialmente concebida
para acoger el mural. Tenemos tres paneles. El primero, comenzando desde la
izquierda está dedicado a la herboristería mapuche y a escenas rurales; el
segundo se ocupa de reproducir una farmacia en un convento; mientras que el
tercero aborda la ciencia contemporánea, asegurada por la investigación
universitaria y las luchas sociales. En medio de este panel, hay una escena
clave: la vacunación. Pero debajo de
esta escena hay una figura que despierta toda nuestra curiosidad. Es el retrato
de Openheimer, el padre de la bomba atómica. A la izquierda de este retrato,
hay un grupo de personas que lee el periódico en cuya página se reproduce una
imagen de una catástrofe nuclear. Sobre esta imagen de un impreso pintado se
instala otra, de una paloma que es dejada en libertad por una mujer vestida de
enfermera. La escena de vacunación está, también, asegurada por la presencia de
otra enfermera. Se trata de instalar la idea de la inoculación como antídoto.
Es decir, la vacuna del marxismo contemporáneo como ciencia que garantiza el
progreso de la humanidad y como ciencia externa que señala a las masas cual es
el camino de la liberación de los pueblos.
Por eso, la zona que se sitúa a la derecha de la vacunación es ocupada por un grupo de
ciudadanos que representan a los intelectuales y políticos que se han hecho
cargo en la región del comité de campaña de Salvador Allende, cuando se
presentó por segunda vez a una elección presidencial. Pero también aparecen los
albañiles que trabajaron en la construcción del mural, mezclados con poetas y
artistas. Y en medio de este grupo,
Violeta
Parra, con un vestido sencillo de
color violeta y portando en sus manos un
ramo de flores violetas, medias mustias.
La
sola descripción de este mural señala la existencia de un tipo de relación
entre “arte y política” que aparece "giottianamente" fundamentado.
¿Qué
tiene que ver Giotto en todo esto? Tiene todo que ver. Hay que remitirse a la
entrevista que le hacen a Julio Escámez en "Revista de Arte (segunda época)" en
1956, cuando éste regresa de un viaje por Italia. Digamos que de lo único que
habla es de Giotto y de lo que significó en pintura su reforma plástica. O
mejor dicho, lo que significó para la teología de esa época el efecto de una
pintura franciscanizante. Es decir, que entraba de lleno en un debate por el
poder de la imagen y por el poder de la Iglesia como sociedad política.
En
la historiografía chilena, todo el mundo des/avisado considera que “arte y
política” fue una categoría inventada por Richard en el curso de heroicos
debates que asolaron la reconstrucción de las memorias de la dictadura.
Fíjense
ustedes que ya en 1942, en Concepción, tuvo lugar una exposición financiada por
los americanos en el marco de una estrategia de “buenos vecinos” en que el
“hermano mayor” nos traía una exposición magnífica de obras de la colección del
dueño de la IBM. De todo esto, ya se ha escrito. Y no hay que olvidar
que en 1941, Siqueiros y Guerrero pintaban el mural de la Escuela México, en
Chillán. Y de esto, se ha escrito más, aún.
¿Es posible no incluir este
mural en una perspectiva no-política?
Pero no me quiero salir del Mural de la Farmacia.
Todo
indica, al parecer, que se trata de una análisis visual de la coyuntura local, en un momento determinado de la correlación de fuerzas
político-culturales. A la izquierda del
tercer panel están los héroes de la ciencia comunista y de los profesores
eminentes de la universidad. El viejo
profesor Lipchutz y el dentista-escritor
Daniel Belmar, en un solo panel, frente a dibujos anatómicos y retortas de un
laboratorio de química. A la derecha del
panel, como decía, están los personajes que ponen en práctica los efectos de
las luchas de masas en la teoría y en
la escritura.
Me
dirán: eso es ilustrativo. Bueno. ¿Y qué? Esa es la manera que los comunistas
tenían para producir un tipo de relación
entre arte y política, en 1957. Y que
involucraba una manera de concebir sus relaciones con las artes populares, en
tres terrenos: el de la música y de la poesía popular; el de la cerámica; y, el
de la fotografía.
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