sábado, 9 de diciembre de 2017

FALLIDO INTENDO DE ARMAR UNA OFICINA DE MATERIALES PARA LA PRODUCCIÓN DE INSTALACIONES.



Hace muchos años atrás,  cuando armamos unas acciones bajo el nombre de Jemmy Button Ink, conversamos  mucho con Cristián “Mono” Silva  para montar un negocio que nos haría ricos. Pensamos en abrir una empresa que iba a producir insumos para los artistas conceptuales, con entrega a domicilio y servicio post-venta incluido. Es decir, podríamos  ofrecer bodegaje para sustancias peligrosas y ocuparnos de la conservación de restos de obra, susceptibles de ser re/investidos (invertidos) en nuevas obras. 

De inmediato nos pusimos a la tarea de imaginar nuestra carta de ofertas, entre las cuáles, como si fuera una clasificación borgesiana  hilvanada por una  encubierta pulsión flaubertiana (Bouvard&Pecuchet), consideramos tres tipos de materias básicas: materiales consistente provenientes de terrenos arcillosos, elementos fabriles desmontados provenientes de una tradición ferroviaria y elementos orgánicos recolectados en el curso de rigurosas campañas de prospección, que por si mismas ya configuraban un diagrama de obra corporal, reconocible dentro del género de  artista-caminante. 

La primera oferta era la sección de piedras; luego venía la de alambres, planchas de latón y clavos, de preferencia oxidados. En la sección de piedras, por un lado estaban los gaviones, por otro los adoquines, para finalmente acopiar grandes bloques de roca granítica, rocas sedimentarias, materiales no consolidados y materiales volcánicos.  También habría restos de postes telefónicos para la producción de instalaciones duras.

Las instalaciones blandas tendría su propia sección y se caracterizarían por una amplia exhibición de sillas, sillones, mesas de arrimo, pero también cajones manzaneros de los años setenta a los que se aplicaría un lavado de agua con cloro para dotarlo de una impronta pseudo-constructiva; luego, cajones de tomates y cajas de embalaje de menaje, recuperadas en empresas de mudanzas.  En seguida vendrían los objetos agrícolas: picotas, rastrillos, arados, correas, riendas, restos de monturas, canastos, botellas, damajuanas, tejas, ladrillos recuperados, fragmentos de vigas patrimoniales, junto a restos de máquinas agrícolas de comienzos del siglo XX.  Pero sobre todo, ladrillos de adobe, para “trabajos en el espacio”, de preferencia en galerías-de-bolsillo, en cuyo interior adquirían un peso visual mayor, si bien se hacía más complejo el registro fotográfico.

Luego vendría la sección de grasas y jabones, considerando la necesidad de escoger la mejor grasa de cerdo para acciones para-beuysianas, que debían ser acompañadas por una cierta cantidad de frazadas dadas de baja del Ejército, que debían ser presentadas, ordenadas, dobladas y desinfectadas, sobre mesas de primeros auxilios correspondientes a consultorios de atención diurna que  habían funcionado hasta entrada la primera mitad del siglo.  Este tipo de mesa era muy requerido para las instalaciones-video, mientras que las sillas escolares de madera servían,  más que nada, para exámenes rápidos de fin de semestre sobre desplazamientos del grabado, donde era común clavar trozos de mobiliario sobre un muro para luego levantar un discurso sobre las modernizaciones fallidas. Luego de lo cual vendrían los distintos de cable paralelo,  ojalá con mucho uso, de modo que los añadidos pudieran adquirir la visibilidad  propia de un ambiente clculadamente precarizado.  A los cables paralelos le sucedería la sección de alambre de cobre recuperado, junto a los rollos de alambre de púas.

 Ahora, en lo que se refería a residuos de material eléctrico, el más preciado debía ser el que se recobra después de una instalación de faena, porque exhibe de manera adecuada un estado satisfactorio de usura no crítica.  Habría que tener, además,  un gran stock de ampolletas incandescente de bajo consumo con sus respectivos soquetes externos. Que quede claro: no seríamos productores, por lo que la producción de frases en neón no formarían parte de nuestros activos. En cambio, haríamos un gran espacio para acumular y guardar en las mejores condiciones, bandejas de tubos fluorescentes, recuperadas de remodelaciones de arquitectura interior. Es decir, en un estado de uso mínimo.

En el terreno más íntimo, habría costureros, hilos de todos tipos y colores; de seda y de algodón. También, pelotas de cáñamo grueso y cordelería de distinto calibre. Particular interés habría por herramientas ya perimidas de talleres al borde de la quiebra simbólica y social; como por ejemplo, toda la utilería propia de un zapatero remendón, con sus pelotas de cera y con la aguja correspondiente; sin olvidar, los talabarteros, los herreros, los carpinteros, etc.  Es decir,  todo tendría que corresponder a un oficio limítrofe –citadino- en vías de desaparición.  

Al final, vendría la sección de frascos antiguos recuperados de farmacias históricas, reforzados por  grandes cantidades de  botellas vacías, sucias, de diversa proveniencia. No podría faltar, tampoco, grandes cantidades de carbón de espino y otras  cantidades medianas de carbón piedra, en sus respectivos sacos. Lo cual conducía de inmediato a la sección de sacos y papeles. Allí debía disponer de todo tipo de sacos de tela de yute paquistaní, pero también del nuevo tipo de saco de plástico tejido y reforzado.

Ahora bien: los sacos debían estar divididos entre sacos nuevos y sacos remendados. Respecto de estos últimos, estos debían estar divididos entre sacos parchados con adjunción de tela y sacos simplemente sometidos a reforzamiento a máquina. También habría sacos harineros con la marca de fábrica impresa y en buena condiciones de visibilidad. Esta condición era fundamental para el negocio, porque no solo las cosas debían parecerse, sino que los índices de verosimilitud debían de los más altos.

En el montaje de este negocio habría una sección Premium, que reuniría un cierto tipo de antigüedades de "filiación"  clase-mediana, portadoras de un dolor ascendente fácilmente perceptible. A esta sección corresponderían piezas de loza Penco y de cerámica inglesa importada a fines del siglo XIX cuyos despojos todavía circulaban en las ferias; a lo que  se agregarían todo tipo de maletas y bolsos de cuero o de tela marinera.  La joya de  la corona, por así decir, estaría en una máquina Singer de comienzos del siglo en perfecto estado y funcionamiento.

En la época que planteamos este proyecto no existía la noción de  “capital semilla” y este tipo de emprendimientos carecía de legitimidad en la cultura de los primeros gobiernos de la Concertación.  Y por lo demás, el arte oficial de la transición fue en un primer momento la pintura neo-expresionista, de modo que toda iniciativa volcada hacia la objetualidad  semi-dura estaba de antemano condenada al fracaso.

 Hace unos días, hice este relato ante un grupo de jóvenes curadores, en un encuentro institucional.  Varios de ellos saludaron la iniciativa, no porque estuviesen interesados en  montar el negocio, sino porque el enunciado les pareció un “buen cuento”,  susceptible de ser  convertido en  “proyecto de obra” en el marco de un mundo totalmente fondarizado. 


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