viernes, 15 de diciembre de 2017

LA BRAVATA DE DIEGO PARRA

Diego Parra es un tío que escribe en artischockrevista.com y que tiene la pretensión de realizar estudios de curatoría, para enseñarnos cómo se debiera  practicar esta profesión curiosa y lábil, sin perfiles muy definidos, siendo que no le conozco haber organizado nunca una exposición.  Ahora, para escribir de exposiciones no es necesario haber hecho una. Pero para  escribir informes sobre un coloquio, más que leer, hay que aprender a escuchar.  Y Parra ni lee ni escucha. Es decir, no sobrepasa la primera línea  de la literalidad.

Su ineptitud  se hace manifiesta cuando me objeta  poner en duda la impostura de su propio trabajo respecto del género “arte y política”. En esto, parece que no hace más que ser ventrílocuo de su propia mentora.  Y parece que logré mi objetivo, puesto que picó el anzuelo. 

Mi interés era  señalar que el género “arte y política” no nace cuando Richard publica “Márgenes e Instituciones” o realiza  con Llona el primer  encuentro destinado a forjar el mito, sino que es más bien una forma de relación que forma parte constitutiva de las formaciones artísticas, desde la colonia en adelante. Lo que ocurre, y Parra ni se entera,  es que hay tantas maneras de relacionar arte y política como coyunturas identificables en una historia de larga duración republicana. 

Es decir, hay que ser muy tonto para no entender que la invitación del Estado de Chile a  Fernando Alvarez de Sotomayor para hacerse cargo del curso de pintura en la antigua  Academia de Bellas Artes está pensada para desplazar del “poder de la imagen” a Pedro Lira en la organización del campo artístico. Y eso que le pongo un ejemplo antiguo. No hay para qué excitarse tanto.

Escogí a Escámez, porque además, tratándose del Museo Violeta Parra, y estando retratada en uno de los paneles, permitía hacer unas cuantas menciones al rol que a ella le cupo en esa coyuntura penquista.  Todo esto, para demostrar que un modo específico de relacionar arte y policía se había dado en una coyuntura específica, cuyos elementos me permitían definir cuales eran las condiciones de existencia de una escena local.

Hay que ser poco advertido para no entender que la existencia de Escámez es el síntoma de una formación local compleja que define el modo de existencia política y cultural de un región del país. ¡Vaya! ¿No hacemos trabajo de historia? Más aún: ¿de historia local? Parra busca el éxito en Nueva York. Escribe para Londres.  Su citacionalidad ya está respondida en el prefacio de Sartre. Ah que no sabe a qué me refiero. Le doy una pista: “…. thénon”. 

Parece que en este punto Parra tampoco se lava los oídos, porque sabe perfectamente que mi interés en la “curatoría de infraestructura” solo se justifica, en un determinado momento, para asegurar la crítica historiográfica, porque las universidades no  respondían a dicha exigencia. Y  he agregado en múltiples ocasiones, pero Parra no escucha muy bien, que las condiciones que permitieron formular esa hipótesis, que por lo demás, demostró su utilidad relativa, ya no son las mismas y que lo propio de un trabajo riguroso  consiste en revisar sus presupuestos.

Entonces, lo que Parra  está impedido de comprender es la condensación de las decisiones de relato, porque si me dedico a exponer las condiciones de existencia de una escena local como Concepción,  le demostré de qué manera esta decisión determina mis propias decisiones curatoriales, a lo largo de un trabajo de larga duración, destinado a fortalecer los estudios locales, respecto de los cuáles, puedo decirlo, las exposiciones en las que he trabajado, no han sido más que plataformas sustitutas para la producción de insumos en la crítica histórica.

Pero la sordera epistemológica de Parra no le permiten hacer distinciones finas y termina perdiéndose. Como conoció tarde la existencia de Warburg se siente obligado a mencionarlo como crítica de nuestro desempeño. No sabe que bastaba con Francastel, Hauser, Gombrowicz, Hadjinicolau, Steiner, para hacer  las asociaciones  iconográficas e iconológicas que cualquier curso de segundo año obliga a realizar hasta en la escuela más mediocre.

Aún así, no era necesario pasar por allí sino por la contigüidad formal de los murales mexicanos de Chillán, que Parra debe conocer a revés y al derecho.  ¿Pero Parra conoce el texto que Warburg  escribió después de su visita a los hopis? ¿Cuál sería el problema para relacionar  el retrato de Openheimer  con la pintura de la foto de un estallido nucler en el diario que leer uno de los personajes, mientras que una mujer lanza al vuelo una paloma? Eso es arte y política efectiva de la época en que opera el Movimiento para la Paz. Pero Parra, ¿conoce los pormenores de ese movimiento, en el seno de la política de arte del  bloque socialista durante la guerra fría?

 Disculpa: ¿no es otro caso de arte y política, en el contexto del proyecto de Siqueiros “ante la guerra, arte de guerra”? Para eso no  se necesitaba a Warburg.  Eso lo dejamos para el trabajo metodológico duro. 

Parra se esfuerza en hacer una lista de curadores anglosajones recuperados por lo que parece ser “su generación”.   Se entiende que está terminando un grado académico y necesita exponer unas enseñanza recién aprendidas. Pero lo que hace es un anacronismo: leer a los “antiguos” con las categorías de sus preocupaciones laborales actuales, porque no se sabe si es un diseñador part-time, un pseudo-curador independiente, un historiador menor  apresurado o un ventrílocuo de su mentora. 

El rencor del “ne-pas-encore-arrivé” se trasluce con demasiada nitidez en sus comentarios literales  para revistas de segunda categoría.  Ya  había leído un comentario suyo acerca de mi exposición sobre la Colección Pedro Montes. Ahí me di cuenta que no sabe leer. La dejé pasar. Para qué molestarse.  Pero ya lo hace a sabiendas.  Sabe que su insolencia paga. 

Lo que queda es desmontar, si no su “mala-leche” para con sus  compañeros de generación y virtuales competidores en los escasos puestos disponibles en el mercado académico e institucional, al menos las condiciones de su literalidad y torpeza analítica. En el fondo,  es lamentable ver cómo se  ofrece  para que lo vean como “me patea en el suelo” (deseo de muchos), como gritando “mira mamie, ¿está bien como lo hago?”. (Este si que es un stand-up).

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