Diego Parra es un tío que escribe en artischockrevista.com y que tiene
la pretensión de realizar estudios de curatoría, para enseñarnos cómo se
debiera practicar esta profesión curiosa
y lábil, sin perfiles muy definidos, siendo que no le conozco haber organizado
nunca una exposición. Ahora, para
escribir de exposiciones no es necesario haber hecho una. Pero para escribir informes sobre un coloquio, más que
leer, hay que aprender a escuchar. Y
Parra ni lee ni escucha. Es decir, no sobrepasa la primera línea de la literalidad.
Su ineptitud se hace
manifiesta cuando me objeta poner en
duda la impostura de su propio trabajo respecto del género “arte y política”.
En esto, parece que no hace más que ser ventrílocuo de su propia mentora. Y parece que logré mi objetivo, puesto que
picó el anzuelo.
Mi interés era señalar
que el género “arte y política” no nace cuando Richard publica “Márgenes e Instituciones”
o realiza con Llona el primer encuentro destinado a forjar el mito, sino
que es más bien una forma de relación que forma parte constitutiva de las
formaciones artísticas, desde la colonia en adelante. Lo que ocurre, y Parra ni
se entera, es que hay tantas maneras de
relacionar arte y política como coyunturas identificables en una historia de
larga duración republicana.
Es decir, hay que ser muy tonto para no entender que la
invitación del Estado de Chile a
Fernando Alvarez de Sotomayor para hacerse cargo del curso de pintura en
la antigua Academia de Bellas Artes está
pensada para desplazar del “poder de la imagen” a Pedro Lira en la organización
del campo artístico. Y eso que le pongo un ejemplo antiguo. No hay para qué
excitarse tanto.
Escogí a Escámez, porque además, tratándose del Museo
Violeta Parra, y estando retratada en uno de los paneles, permitía hacer unas
cuantas menciones al rol que a ella le cupo en esa coyuntura penquista. Todo esto, para demostrar que un modo
específico de relacionar arte y policía se había dado en una coyuntura
específica, cuyos elementos me permitían definir cuales eran las condiciones de
existencia de una escena local.
Hay que ser poco advertido para no entender que la
existencia de Escámez es el síntoma de una formación local compleja que define
el modo de existencia política y cultural de un región del país. ¡Vaya! ¿No
hacemos trabajo de historia? Más aún: ¿de historia local? Parra busca el éxito
en Nueva York. Escribe para Londres. Su
citacionalidad ya está respondida en el prefacio de Sartre. Ah que no sabe a
qué me refiero. Le doy una pista: “…. thénon”.
Parece que en este punto Parra tampoco se lava los oídos,
porque sabe perfectamente que mi interés en la “curatoría de infraestructura”
solo se justifica, en un determinado momento, para asegurar la crítica
historiográfica, porque las universidades no
respondían a dicha exigencia. Y
he agregado en múltiples ocasiones, pero Parra no escucha muy bien, que
las condiciones que permitieron formular esa hipótesis, que por lo demás,
demostró su utilidad relativa, ya no son las mismas y que lo propio de un
trabajo riguroso consiste en revisar sus
presupuestos.
Entonces, lo que Parra
está impedido de comprender es la condensación de las decisiones de
relato, porque si me dedico a exponer las condiciones de existencia de una
escena local como Concepción, le
demostré de qué manera esta decisión determina mis propias decisiones
curatoriales, a lo largo de un trabajo de larga duración, destinado a
fortalecer los estudios locales, respecto de los cuáles, puedo decirlo, las
exposiciones en las que he trabajado, no han sido más que plataformas
sustitutas para la producción de insumos en la crítica histórica.
Pero la sordera epistemológica de Parra no le permiten hacer
distinciones finas y termina perdiéndose. Como conoció tarde la existencia de
Warburg se siente obligado a mencionarlo como crítica de nuestro desempeño. No
sabe que bastaba con Francastel, Hauser, Gombrowicz, Hadjinicolau, Steiner,
para hacer las asociaciones iconográficas e iconológicas que cualquier
curso de segundo año obliga a realizar hasta en la escuela más mediocre.
Aún así, no era necesario pasar por allí sino por la
contigüidad formal de los murales mexicanos de Chillán, que Parra debe conocer
a revés y al derecho. ¿Pero Parra conoce
el texto que Warburg escribió después de
su visita a los hopis? ¿Cuál sería el problema para relacionar el retrato de Openheimer con la pintura de la foto de un estallido nucler
en el diario que leer uno de los personajes, mientras que una mujer lanza al
vuelo una paloma? Eso es arte y política efectiva de la época en que opera el
Movimiento para la Paz. Pero Parra, ¿conoce los pormenores de ese movimiento,
en el seno de la política de arte del
bloque socialista durante la guerra fría?
Disculpa: ¿no es otro
caso de arte y política, en el contexto del proyecto de Siqueiros “ante la
guerra, arte de guerra”? Para eso no se
necesitaba a Warburg. Eso lo dejamos para
el trabajo metodológico duro.
Parra se esfuerza en hacer una lista de curadores
anglosajones recuperados por lo que parece ser “su generación”. Se entiende que está terminando un grado académico
y necesita exponer unas enseñanza recién aprendidas. Pero lo que hace es un
anacronismo: leer a los “antiguos” con las categorías de sus preocupaciones
laborales actuales, porque no se sabe si es un diseñador part-time, un pseudo-curador
independiente, un historiador menor apresurado o un ventrílocuo de su
mentora.
El rencor del “ne-pas-encore-arrivé”
se trasluce con demasiada nitidez en sus comentarios literales para revistas de segunda categoría. Ya
había leído un comentario suyo acerca de mi exposición sobre la
Colección Pedro Montes. Ahí me di cuenta que no sabe leer. La dejé pasar. Para
qué molestarse. Pero ya lo hace a
sabiendas. Sabe que su insolencia
paga.
Lo que queda es desmontar, si no su “mala-leche” para con
sus compañeros de generación y virtuales
competidores en los escasos puestos disponibles en el mercado académico e institucional,
al menos las condiciones de su literalidad y torpeza analítica. En el
fondo, es lamentable ver cómo se ofrece
para que lo vean como “me patea en el suelo” (deseo de muchos), como
gritando “mira mamie, ¿está bien como
lo hago?”. (Este si que es un stand-up).
el texto pa matón.
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