martes, 19 de diciembre de 2017

RODOLFO ANDAUR


Hace diez años, con Rodolfo Andaur montamos la exposición HUELLAS CIVILES, en la “vieja estación” de Iquique.  Por allí pasaron centenares de hombres, mujeres y niños que se dirigían a reforzar la huelga minera que terminó en la masacre que todos conocemos.  Hoy día, la estación está ocupada por las oficinas del Registro Civil. ¿No les parece oportuno que nos hayan invitado a un proyecto de este tipo? Esta fue la ocasión del comienzo de una estrecha colaboración curatorial con Rodolfo Andaur, en el curso de la cual pude conocer el trabajo de Bernardo Guerrero, Patricio Advis, Gloria Delucchi y el premio nacional de historia Sergio González, todos ellos extraordinarios conocedores de Tarapacá. Una amplia colaboración y resonancia  textual se estableció entre nosotros, hasta culminar en el histórico proyecto de viaje a Pisagua que organizó Andaur bajo el contexto de Transcripción_Local (2011) junto al mismo Bernardo Guerrero y Carlos Flores  Delpino.

Lo que estaba en nuestro horizonte de preocupaciones era el cuerpo deportivo y las conexiones con los ritos coreográficos presentes en diversas fiestas religiosas en la región, como una prueba de que sus efectos estéticos podían ser más consistentes que muchas obras de arte contemporáneo. Siendo ésta, una de las enseñanzas más claras que he podido extraer de estos viajes, organizados y producidos por Rodolfo Andaur.

Luego, estas iniciativas que elaboramos las pusimos en práctica en el proyecto de la Trienal de Chile. Por ejemplo, algunas de ellas ponían el acento en otros efectos, de tipo simbólico, digamos antropológico y religioso, como elementos de anclaje en la invención del paisaje altiplano, como fue el caso de las chullpas y de las relaciones que tensionamos con algunas prácticas de la escultura contemporánea. Frente a este tipo de construcciones, difícilmente se puede sostener la primacía de lo espectacular que determina cierto modelo de residencias de artistas. Después vinieron los proyectos diagramados a partir de los geo-glifos y petro-glifos de la región de Tarapacá, como anticipaciones significas de las “lenguas de la pampa”.

Lo anterior nos condujo a compartir algunas nociones y conceptos que habían sido elaboradas en el desarrollo de mi trabajo; a saber, las “condiciones de inscripción” de las obras, la “construcción de escenas locales”, la hipótesis sobre las tasas mínimas de institucionalización,  las filiaciones formales perturbadas, los diagramas de composición de los efectos estéticos, por nombrar los más relevantes.  Ciertamente, en el curso de su propia experiencia curatorial estas nociones experimentaron algunas variaciones, pero se mantuvieron en el marco de una estructura referencial compartida.  De modo que de estas iniciativas y de su sistematización fuimos configurando un gran trabajo de autonomía que se tradujo en su libro “Paisajes tarapaqueños” en 2015, y de mi parte, en el libro “Escenas locales”, ese mismo año. Allí está reunida parte de nuestras propuestas acerca de los modos de construcción y reproducción de la escenas locales.  Noción, ésta última, que ha demostrado de manera suficiente una gran utilidad analítica.

En medio de estas decisiones y complicidades formales, Rodolfo Andaur ha llegado a elaborar grandes proyectos junto a Mario Navarro; proyectos que no han tenido curso efectivo, pero que sin embargo señalan un cierto rumbo en el trabajo colaborativo de largo alcance. Algo similar ocurre con Ale Prieto y Gonzalo Cueto, por mencionar a algunos de los artistas jóvenes más relevantes.  De seguro cometo alguna injusticia al no mencionarlos a todos.

Un elemento que no puede dejar de ser considerado son los viajes de trabajo. Un curador es un viajero; y en cierto sentido, un “etnógrafo de pacotilla”, que sabe simbólicamente donde las papas queman, como cuando a través de un whatsapp me entero que está por ingresar a territorio kurdo, siguiendo las pistas para un proyecto que lo conduciría hasta Teherán, a la que aprecia como una “escena local” cercana; para luego, en esta analogía de estructuras y procedimientos, regresar a Istambul, donde realiza otras tantas interlocuciones que reproducen el diagrama ya ensayado en el paisaje de Tarapacá.  Esas son, en sentido estricto, las huellas civiles que han inscrito y modelado su trabajo durante esta década.


Para desarrollar todo este trabajo, han sido necesarios miles de correos, centenares de miles de kilómetros recorridos, miles de imágenes de referencias, horas y horas de conversación con artistas provenientes de todos los horizontes del planeta,  para convertir todo esto en un tipo de autonomía personal y profesional que me ha resultado ejemplar y que se autoriza, de sí mismo, como uno de los emprendimientos curatoriales más significativos que ha tenido lugar en la escena chilena.

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