En "El Mercurio" del 26 de diciembre, en la doble página con
que se da inicio a la lectura de la zona editorial, hubo dos columnas que
hilvanaron concertadamente la consistencia interpretativa de la escena
post-electoral.
La primera fue escrita por
Eugenio Tironi, quien sostuvo que gracias a un gesto de filiación laguista, Piñera logró
establecer una distinción radical entre “primera” y “segunda” vuelta, obteniendo así un caudal considerable de
votos de centro izquierda. Pero su hipótesis apunta a reconocer la flexibilidad
política del Piñera de la segunda vuelta, que a juicio de Tironi, podría ser
garantía de un buen gobierno.
La segunda columna fue escrita por Raúl Donckaster, que hizo
una severa autocrítica a la gestión política
de los partidos de la centro izquierda y de la izquierda, en un intento muy
leal por salvar la gestión del gobierno.
Tironi habla de por qué Piñera ganó en segunda vuelta, apostando al futuro, mientras Donckaster
endosa la responsabilidad política de la derrota a los partidos, remitiéndose
al pasado. La posición de ambas
escrituras, sin embargo, pareciera denotar que forman una secuencia.
Donckaster deja establecido que no fue
Piñera quien ganó; sino que su conglomerado fue el que perdió. Aunque admite que no supieron dar confianza.
En el fondo, Tironi aborda el tema por esa vía, pero poniendo el gesto de Lagos
–en 1999- como punto de quiebre. Piñera
solo dio confianza efectiva una vez que hizo el gesto.
Entiendo que a nadie pueda interesar este tipo de
observaciones. Solo menciono las
columnas porque fueron objeto de mi recorte ritual de zonas de interés
editorial. Al final, lo que me importa es ver “cómo se hacen las cosas”; es
decir, de cómo se explican situaciones en función de los intereses de quienes
sostienen las escrituras.
De acuerdo a lo anterior,
sostengo la hipótesis de las “escrituras de interés”, en contra de la noción de “escrituras interesadas”. Toda escritura es, finalmente, interesada. Lo
que hay que hacer es plantearse una
“pregunta comunista”: ¿a qué intereses
sirven las escrituras? Obviamente, los intereses de la clase dominante, que
oculta cuáles son sus “verdaderos propósitos” en la Historia, mientras las
clases populares –conducidas por el partido- solo se expresan a través de la transparencia de
sus acciones.
Pensé en esta distinción y en la “legalidad jurídica” de su
implementación a la hora de recoger un ejemplar gratuito de la revista "La
Panera", en un dispensador ubicado a la
entrada de la Estación Mapocho. Yo buscaba la Sala Pedro Prado, donde debía
firmar el convenio para realizar el Proyecto Fondart nº 446849 (Cuerpo de Obra: Victor Hugo
Codocedo). Tomé el ejemplar y me dispuse a leer, esperando pacientemente mi
turno.
Al abrir la revista,
pude considerar de inmediato que la sección Guía de Exposiciones,
directamente destinada a abordar la coyuntura santiaguina,
podía ser asociada a la doble-página editorial de "El Mercurio". De manera encubierta, la doble-página (18/19) de "La Panera" es por si misma una zona editorial destinada a esclarecer cuáles eran
los verdaderos intereses, no ya de los objetos referidos, sino de quienes
escribían; es decir, Ignacio Szmulewicz,
Monserrat Rojas y César Gabler.
Hay un primer pequeño
detalle: el análisis de “la situación internacional” –como en todo buen Informe
Político- está a cargo, en páginas precedentes, de dos
textos de Juan José Santos. Así las cosas, una vez resuelto el carácter
de la fase internacional de las luchas por la designación del arte contemporáneo,
corresponde ejecutar la mirada sobre la “situación nacional” del arte
post-electoral.
Hay un segundo pequeño detalle: las tres columnas sobre
análisis de exposiciones se caracterizan por compartir, todas, una abstención
de juicio, llegando a confeccionar eficientes descripciones de un objeto aislado de toda contingencia.
Doy por supuesto que de manera indirecta, tiene que haber
algo más decisivo acerca de las obras de Luis Poirot, Gerardo Pulido y Pilar Quinteros, que
justifique las columnas. A “simple vista” eso no es advertible. No existe “la
simple vista”. Pero existe la conexión
orgánica entre las instituciones que acogen las exposiciones: MNBA, MAVI y GGM.
Lo que da a pensar que en esta coyuntura
post-electoral, a alguien le
interesa reivindicar la fuerza
propositiva de instituciones que están lejos del “barrio alto”, como si en este gesto se quisiera re/editar
una vieja hipótesis insurgente elaborada
hace una década, acerca de la necesidad
de constituir un “bloque” de
instituciones anti-Alonso-de-Córdova. Algo así como levantar un frente de clases en contra del
“arte-de-arriba”.
La paradoja es que en la actualidad, "La Panera" pareciera cumplir el rol de “órgano
ideológico” del Centro Cultural Patricia Ready, que satisface la completud invertida de una verdadera
“Galería-Metropolitana-del-barrio-alto”. Lo cual no deja de ser extremadamente gracioso.
Ahora bien: las tres columnas denotan el hecho que a través de una exhaustiva
descripción de las obras, reprimen la analítica efectiva acerca de lo que cada
una de esas obras significa en el seno de una escena.
Por ejemplo, existe una visible y sospechosa retención para
convertir las exposiciones de Pulido y Pilar Quinteros en verdaderas ofensivas
formales. Nadie se atreve. Porque si
pongo atención a lo que escribe Juan José Santos en las páginas precedentes,
debiera pensar -a lo menos- que las obras de Pulido y Pilar Quinteros “tienen
algo muy importante” que decir, tanto en relación a la resaca de Kassel como a la
expansión de Münster. Caracterización que comparto plenamente. Aunque no se sabe, a ciencia cierta, si la
resaca de la una es un fiel reflejo de la expansión neo-decorativa de la
otra. Por esta razón, hay una cierta
mezquindad analítica. Pulido y Pilar Quinteros desmontan, tanto la resaca como
la expansión; pero los autores no toman el riesgo de decirlo.
Al final, en el extremo derecho superior de la
doble-página que “signa” la lectura editorial de la coyuntura ha sido impresa la
columna de Ignacio Szmulewicz, dedicada
al análisis, no de una exposición, sino de un libro. Pero tampoco analiza el libro. Dice, por el contrario, cosas muy extrañas
sobre las reales capacidades estructurales que tendría Waldemar Sommer para
escribir sobre Leppe, Dittborn y Dávila.
Entre otras aseveraciones en que me involucra y que puedo tomar como una
velada insolencia hacia mi trabajo.
Entonces tenemos que en el diseño de la zona editorial las columnas sobre exposiciones se abstienen
de formular juicios, mientras que la columna sobre un libro enumera una cierta sobre dimensión de
pre/juicios, que termina por sellar el propósito del “bloque” de clases implícito que hilvana por debajo de la
organización simbólica de la lectura de la coyuntura.
Me ocuparé en otra columna del análisis en particular de la
factura del texto. En lo inmediato, solo queda saludar la transparencia
implícita de la revista "La Panera" al
hacer explícito un “natural” deseo de mercurialidad, atacando
directamente el indicio de la
discursividad en que la mercurialidad
del arte chileno se sostiene. Todo esto
es sinónimo de un deseo de ejercer una hegemonía, del que "La Panera" sería una especie de síntoma
concertacionista de efecto tardío.
Al final, lo que Szmulewicz
aplaude desde sus “intereses de
escritura” es la ineficacia de un libro
que termina siendo inútil hasta para la propia mercurialidad. Lo que debía ser
un análisis de la escritura de Sommer, no pasó de ser una mención fóbica sobre el trabajo de edición de una entrevista y de unos textos, pero
tampoco lo dijo con todas sus letras.
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