martes, 2 de enero de 2018

TESTIGO PRIVILEGIADO DEL ARTE CHILENO (Primer comentario a la columna que escribió Ignacio Szmulewicz en “La Panera” de diciembre del 2017).

Ya lo dije. Leí “La Panera” porque estaba en un dispensador a la entrada de la Estación Mapocho. Tomé un ejemplar y me puse a leer mientras esperaba ser atendido por el equipo de firma de convenios del Fondart.  Es como  leer las revistas en las peluquerías o en la sala de espera del dentista.  Y se encuentra uno con algunas cosas  a las que de otro modo  no tendría acceso.  Pero, justamente, en estas ocasiones se pueden encontrar algunos textos muy interesantes. Y creo, fue lo que encontré.  Sobre todo si pienso que son textos para una lectura rápida a los que, finalmente, no se atribuye mayor importancia. Pero van cuajando un estilo de abordaje de problemas sobre el que decidí poner atención.  Hay cosas que quizás merecen no quedar sin comentario.


Seguiré la columna de Ignacio Szmulewicz  en revista “La Panera” de diciembre del 2017, en el movimiento de la letra, desde el título policial: “Al fin”. Es decir, como si dijera: “al fin este Waldemar Sommer se muestra; ha quedado al descubierto”.  Reprochándosele, por añadidura,  haber mantenido, siempre, un bajo perfil.  Y la verdad es  que  lo tenemos desde hace cuatro décadas en Artes y Letras, presente, como una atención ineludible.   Pero el hecho de que  sea objeto de una operación editorial, ¡lo criminaliza! ¡Que curiosa manera de comenzar un análisis!

Nunca he visto a un “descubierto” más conocido que  Waldemar Sommer.  Por eso me sorprende el tono  policial inicial que convierte al critico de “El Mercurio” en un auto-delatado que identifica su  propio delito: escribir.  Es muy probable que para el lugar desde el que escribe Szmulewicz,  la escritura de Sommer  deba parecer delictiva.  En el sentido  que no le correspondería a Sommer, ni contribuir al mejoramiento del léxico  de arte contemporáneo  desde 1977, ni tampoco a ocuparse más que se manera inusual del CADA, de Dávla, Dittborn y Leppe.  ¡Sorprendente!  ¡La renovación del léxico y la adecuación al tema son tareas propias de una supuesta izquierda plástica discursiva, que tendría el patrimonio de la crítica! 

Sin embargo,  al menos,  se le  identifica como un testigo privilegiado del arte chileno que almacena en su retina un cuerpo de obras solo comparable a las bibliotecas visuales de Romera, Lihn, Galaz, Ivelic  (y talvez)  de Machuca y Mellado.  La estructura de la frase está escrita  para  agregar a Sommer el delito del contrabandista: almacenar en la retina como quien guarda imágenes para ofrecerlas en el  mercado negro. Pero esto habla, de modo eficiente, de los fantasmas de escritura del propio Szmulewicz; lo que no está nada de mal.

El caso es que Szmulewicz emplea un recurso en el que, a partir del uso delictivo de la figura de Sommer, nos incluye en la misma tradición.  Perteneceríamos todos a la misma secuencia.  Lo cual, no solo me parece de una  audaz insolencia analítica,  no solo por el alcance reductivo de la asociación que borra toda diferenciación, sino porque nos ubica en un bloque cuya existencia tampoco es efectiva. 

Si bien Galaz/Ivelic completan y sociologizan a Romera, renovando el léxico, no es posible poner a Romera en la misma  “biblioteca visual” que Lihn.  No es posible. Es un forzamiento inaceptable. Los textos de Lihn  de 1956 y 1957 están ahí para establecer una diferencia analítica sideral.  Entonces, ¿el propósito era ofender de manera  elusiva el trabajo de Machuca y mío? Tal vez.  

Pero, ¿qué quiere decir Szmulewicz cuando habla de “bibliotecas visuales”?

Al parecer, habrá que entender por ello una “bibliografía”. Es decir, un conjunto de escritos producidos durante un período largo, a raíz de los cuáles pasaríamos a ser testigos privilegiados, por extensión.  Se podría entender –también-  como un “reservorio de imágenes”  al que los críticos de hoy no tendrían acceso.  ¿Y eso sería admirable?  Por que si se trata de cuantificar la producción,  Romera escribió desde 1950 hasta 1974 (aprox.) en El Mercurio.  Sommer lo hace entre 1974 y el día de hoy.  Son más de cuarenta años de trabajo, a una columna por semana. Saquen la cuenta.  El problema no está en la acumulación de lo que vio, sino en cómo lo vio. Etc.  Parece increíble que se tenga que decir estas cosas. Pero fui agredido por una asociación que desnaturaliza mi trabajo. ¿Qué puedo hacer?, ¿Lo dejo pasar?

Por ejemplo, Galaz no escribe  ni se reconoce como crítico de arte, sino como académico de larga data.  Lihn escribe sobre artes plásticas cuando está en Revista de Arte (segunda época); es decir, en torno a 1956, y después, cuando está en el Departamento de Estudios Humanísticos.  Durante la dictadura leí profusamente a Lihn. Nadie quería reconocer que había escrito esos textos.  Yo accedí a la colección de Revista de Arte en los 80´s y pude apreciar los textos sobre Escámez, Antúnez, Burchard.  Romera no podía escribir de ese modo.  A lo que hay que agregar que Lihn fue compañero de Balmes y Gracia Barrios, porque estudió con Burchard.  Bueno. Eso lo hace diferente.  Aún así,  en 1956 escribe de un modo más radical de lo que podrá hacerlo Couve, en 1985, cuando escribe sobre Velázquez, para enseñarle pintura a Foucault. 

Entonces,  se trata de “bibliotecas visuales” extremadamente diferenciadas.  

Ahora:  les aseguro que ni Machuca, ni Galaz, ni yo, “miramos” una obra de la misma manera.  No almacenamos en nuestra retina las mismas obras.  Ni reconocemos los mismos cuerpos. Y si así lo fuera, no hay “certezas” acerca de cómo las clasificamos.  

Le sugiero a Szmulewicz que realice una prospección de las “bibliotecas” de algunos de los autores mencionados, nada más para verificar la inmensa diferencia y antagonismo en la configuración de sus bases de lectura. Es obvio que ni Galaz, ni Machuca, ni yo, leemos de la misma manera el  texto de Lyotard sobre la pintura como dispositivo libidinal, que fuera clave para el trabajo realizado en torno a los años 1981 y 1984, en lo que a mi respeta, al menos.   Romera traslada la noción de “razón plástica” desde un lugar difícil de identificar y Lihn escribe desde un cierto “existencialismo” plástico que dinamiza el análisis de obra.   Someter a Waldemar Sommer  a la comparación de esta secuencia forzada de nombres me resulta innecesario y metodológicamente ineficaz.  ¿Para qué hacerlo? Ya había criminalizado su escritura.  ¿Nos criminalizaba, a  todos,  mediante esta extensión encubierta?, ¿Cuál sería su propósito?  Guardaré mi hipótesis.

Ahora bien:  no es ningún hallazgo que para ningún agente del sistema de arte local la escritura de Waldemar Sommer resulte  indiferente. Pero, ¿podría ser de otro modo siendo el crítico de arte de  “El Mercurio”?.   Si no lo fuera, sería realmente un escritor solitario. El diario es un autor institucional.  Si Szmulewicz dejara de escribir en “La Panera”, no significa nada, porque la revista es irrelevante.  Su definición como escritor no está definida por ella.  Eso es lo que se llama “determinación estructural” del Medio.  

Volviendo a Sommer, eso habla  del peso simbólico de El Mercurio en la organización de la cultura.  Por eso, en mi última columna mencioné el deseo de mercurialidad de “La Panera”, para ser algo. Es necesario decirlo.  La efectuación de este deseo tiene que ver con el lugar que ocupa el propio Szmulewicz  en la organización de los aparatos de comentario, en un soporte editorial que se distribuye en forma gratuita y que, al parecer, está destinado a encubrir de manera “cultural” el fracaso del modelo de negocio de una galería de arte. 


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