miércoles, 3 de enero de 2018

LA ACADEMIA Y LA CRITICA DE ARTE EN LOS MEDIOS


(Segundo comentario a la columna que escribió Ignacio Szmulewicz  sobre el libro de Waldemar Sommer, en “La Panera” de diciembre del 2017)

Hice el corte de la columna anterior en el momento en que  Szmulewicz quiebra el régimen de su propia columna. Más bien, le imprime una aceleración argumental.  A su juicio, la academia recién hoy día comienza a valorar la crítica de arte como fuente para la investigación.  Aunque no especifica si es la crónica o la crítica, en sentido estricto.  Pero esto me conduce a preguntar:  ¿Cuál academia?, ¿“la Chile”,  la Alberto Hurtado, “Estética de la PUC”? ,   ¿De qué otro tipo de academia se puede hablar en Chile? , ¿O es posible estar fuera de la universidad y escribir de manera académica?  Todo eso, en el supuesto de que  se constituya una escritura académica, de relativa consistencia.  Ahora bien:  impartir cursos de historia y publicar algunos libros no hacen, necesariamente, una academia.  Sobre todo, cuando  existe un ítem para publicaciones en el presupuesto de las unidades de formación.

Además, lo que se entiende por academia se ha dejado infiltrar por la propia sordidez epistemológica de los medios, porque  -entre otras cosas- ha sido convertida en recurso de validación referencial para la propia escritura de Szmulewicz.  Lo cual puede ser entendido nada más  que como un recurso de estilo. 



Siempre es bueno inventarse una academia a la medida para cimentar  una auspiciosa carrera universitaria.  Pero, como también se sabe, la universidad ya no es garantía, nunca lo ha sido, si alguna vez lo pretendió,  de escritura crítica. Muchas veces las escrituras independientes son más productivas y más decisivas que la productividad de unidades de investigación declaradas.  Es cosa de comparar las textualidades en disputa.

Sin embargo, la semejante academia  ha tardado en  efectuar la tarea  de reconocer la crítica  de arte publicada en los Medios, como fuente.   Sugiero no mencionar este hecho como una gran conquista, porque la única que queda mal es la propia academia, frente a la comparación con sus correlatos extranjeros.  Sobretodo si se quiere hacer pasar una crítica como “fuente primaria”.  Sin contar con el hecho de que los jóvenes investigadores se han visto obligados a leer la prensa de fines de los años setenta y comienzos de los ochenta, porque sus profesores dejaron de proporcionar  informaciones veraces acerca de procesos  de los que fueron testigos. 

Pero hay que tener en cuenta que   estos investigadores iniciaron sus estudios después del año dos mil diez y no tuvieron formación metodológica básica en historiografía, sino que fueron violentamente introducidos en el uso de una vulgata metafórico-filosofémica que busca imágenes  solo para ilustrar las ensoñaciones de sus profesores.

Pero aquí no es posible seguir sin hacer una observación sobre precedencias. No es Machuca un ejemplo concluyente para demostrar la hipótesis de Szmulewicz.  Me parece que es absolutamente necesario  reconocer el trabajo pionero de Carla Macchiavello al respecto.  Pero claro,   su tesis fue inscrita en Nueva York y todavía no está traducida. Lo interesante de su trabajo es que permitió “desmetaforizar” los discursos de posteridad de las obras y reconstruir sus condiciones de producción al abrigo de las manipulaciones de autores y de artistas, que en la actualidad se han convertido en magistrales retocadores profesionales.

 Es preciso insistir en que ya desde un comienzo, desde la propia crítica de arte consideramos que la “crítica” de los medios era “fuente”, sobre todo,  a partir del “análisis del discurso” que estaba implícito en la crítica colaborativa que de manera autónoma elaborábamos, algunos,  desde 1985 y 1987.  El peligro es que al descubrir la pólvora se sobre valora la unicidad de la fuente y se olvida el trabajo sobre las determinaciones, no pesquisando  la existencia de los rudimentos de trabajo colaborativo efectivo entre artistas y críticos no periodísticos. 

Regresemos a “La Panera”: se equivoca Szmulewicz  al pensar que la crítica de arte y las crónicas de antaño son “páginas oxidadas” en las que los jóvenes académicos  de hoy encuentran insumos para una nueva historia.  Siempre, los jóvenes académicos creen escribir una nueva historia.  La metáfora, sin embargo,  apunta a reconocer su función como  operadores de W40.  Si tan solo escribieran historia, nada mas. Las fuentes siempre han estado ahí.  La idea que los anima es que las fuentes oxidadas deben ser destrabadas.   Sin embargo, los jóvenes académicos han llegado tarde; muy tarde. Demostrando, a la vez,  una gran indigencia  en los métodos y en el propio ejercicio analítico,  como si pidieran permiso para todo. 

Lo que pasa, también,  es que ahora hay más facilidades para imprimir las tesis y hay elaboraciones cuyos efectos quedan impunes. ¡Es cosa de revisar el estilo de conducción de tesis de licenciaturas y de maestrías!  La ventaja es que todo eso puede ser encontrado en internet. 

Pero cuidado: los  jóvenes académicos tampoco forman una categoría.  Son contados los textos de valor. Y los hay.  Más bien, habría que hacer referencia a producciones específicas y no agrupar a estas escrituras bajo el apelativo reductor de jóvenes académicos, como si fuesen un gremio.


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