miércoles, 27 de abril de 2016

INSPECCIÓN FISCAL DE UN MONUMENTO


A ver si responde. Se supone que el Ministro de Ceremonias debiera ocuparse del estado actual de los emblemas del espíritu novo-mayorista.  Entre ellos, fiel a un populismo  de baja intensidad, está el monumento al General Schneider, tan celebrado por Gaspar Galaz como un hito de la escultura chilena contemporánea, pero que el desarrollo inmobiliario del sector ha convertido en un “chupete helado” solitario condenado a la omisión por una comunidad que considera su permanencia como una agresión.  



Recordemos que está elevada en una  especie de plaza que se encuentra a centenares de metros de la Escuela Militar y de unos edificios ocupados por personal castrense.  El monumento fue emplazado en ese lugar para señalar una advertencia que no fue tomada en cuenta por aquellos a quienes estaba destinada.  Lo que se espera, probablemente, es que el entorno  disuelva su pertinencia y la condene a un rol decorativo primario que la aleja de los motivos por los cuáles fue erigida.  

En esto, debiera entrar a tallar la comandancia en jefe del Ejército. No es posible que el monumento a un general  asesinado no sea tratado con  el respeto debido  por los encargados de  faena. El ministro debiera saber que la defensa de este monumento puede fortalecer la frágil presencia mediática que lo expone como administrador de falencias.  Es cosa que visite él mismo las obras que amenazan la estabilidad  formal del monumento y que actúe como un verdadero inspector fiscal, para así al menos demostrar que una autoridad política  está dispuesta a proteger el patrimonio ejerciendo las atribuciones que le corresponde.

Presento a continuación  una fotografía que me han remitido personalidades del sector para ilustrar esta falta de consideración elocuente.  Incluso,  hay personas que han enviado cartas al Consejo de Monumentos, simplemente para manifestar su preocupación por el estado de la escultura, amenazada por la indolencia de los ejecutivos de terreno.

A dos semanas de la embarrada de Sacyr  en el puente Lo Saldes tenemos todo el derecho a esperar lo peor del criterio de los encargados de las obras.  Pero de la mencionada institución no se dignan responder.  No tienen noción de la urgencia.  En verdad, ya no tienen noción de nada debido a la demolición institucional de que han sido objeto. Es muy probable que sus funcionarios no estén en medida de responder a nada. Es  el efecto visible de la política triunfante conducente a la formación de un ministerio. 

Sería muy considerado de parte de la asociación de  funcionarios  que  realizaran todas las acciones posibles tendientes a que sus autoridades tomen una decisión rápida al respecto. 

Por otro lado, me sorprende que Gaspar Galaz –gran defensor de la obra de Carlos Ortúzar y reconocido intelectual  de la modernidad política- no haya iniciado todavía una campaña pública en favor de la preservación del mencionado monumento, y que no haya iniciado diligencias  ante el ministro, dada las extraordinarias relaciones que sostiene  con el Poder. 

El problema en cuestión tiene que ver con la desprotección del monumento.  Por cierto, se trata de una desprotección frente al entorno; más bien,  habilitada por un sentimiento ideológicamente hostil.   En verdad, la construcción del Hotel  Hyatt lo sometió a la mayor de las ofensas contextuales.   Entonces, ahora solo queda reclamar  por su preservación en la medida de lo posible, porque ya nadie confía en las habilidades sociales finas que las empresas manifiestan en relación a la conservación preventiva de bienes patrimoniales.  




Lo que hay que solicitar de inmediato es la confección de un plan de manejo preventivo, que proteja la dignidad material del monumento.  A menos que ya  se haya comenzado a pensar en su traslado a la explanada del Museo de la Memoria, que ha sido la gran empresa de ghettización simbólica de todo este período.

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