martes, 5 de abril de 2016

ESCUELITA Y ESCUELOTA (2)



 
Las preguntas de Guillermo Labarca siguen ocupando  nuestro máximo interés. Son preguntas que todo el mundo del arte  evita responder,  justamente porque  es un mundo sustituto  que viene a ser responsable, en parte, del estado actual de la escena.  

¿Cuál es la función de una escuela de arte, hoy?, ¿En que se convirtieron la escuelita y la escuelota? Antes de eso  hay que decir algunas cosas  sobre el estado de la arquitectura.  Sergio Larrain arma una reforma para rentabilizar la modernización de una enseñanza, dirigida a los hijos de sus amigos, que son los que  construyen en ese momento. Pero aquí está el otro destino: la brillante  arquitectura funcionaria chilena, que se va a ocupar de resolver, en lo que pueda, la crisis de la vivienda.  Sergio Larrain ya se había ido del país cuando se construyó  el edificio de la UNCTAD III.  Regresó cuando ese mismo edificio pasó a llamarse Diego Portales.  Buen dato, ¿verdad?

Para saber sobre las invenciones de la arquitectura chilena,  existen dos libros que  no se leen en el mundo del arte.   El primero es  Objetos para transformar el mundo de Alejandro Crispiani (2011).  El segundo es Portales del laberinto, arquitectura y ciudad en Chile 1977-2009, publicado bajo la curatoria de Jorge Francisco Liernur (2009).




No se trata de proporcionar una bibliografía  general, sino tan solo indicar momentos polémicos significativos, que forman parte de un debate más próximo. Debo incluir  a este debate un  artículo de muy mala leche escrito por el inefable historiador argentino de la arquitectura,  Ramón Gutiérrez, sobre Cancha, que era el  título del envío a la Bienal de Arquitectura de Venecia del  año  2012.  Es un artículo “soplado” por un informante local. Tengo alguna idea de quien fue.  No es casual que haya sido publicada en la web de ICOMOS[1].  En concreto, con estos materiales es posible responder en cierto modo a la pregunta de Guillermo Labarca.  

Sin embargo,  lo más interesante  que ha  ocurrido este último tiempo es la manifestación de una bronca académica  cuya expresión ha sido más bien soterrada. 



Me refiero al Premio Pritzker,  otorgado a Alejandro Aravena.  Ayer mismo le fue entregado el galardón en Nueva York.  Ha habido pocos artículos pero significativos, para señalar la existencia de un ambiente  absolutamente tóxico en la producción de crítica, que deja muchos elementos contaminantes flotando en el aire[2].  Es preciso recuperar este debate en lo que corresponde, con mejores argumentos,  para  así  preparar la recepción  local –sobre la que me interesa mucho insistir- , acerca de lo será el envío chileno a la nueva versión de la Bienal de Arquitectura, cuya curatoría general está a cargo del propio Aravena.  Debo recordar que el envío chileno está a cargo de Juan Román, referente de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca[3].

De todos modos,  el malestar de alguna academia y los celos profesionales  en la arquitectura son  muy productivos para dimensionar el peso de la visualidad  en la cultura contemporánea. Lo cual  nos  proporciona un elemento  clave para pensar en el estado de la enseñanza de arte, que es la segunda pregunta que dejó planteada Guillermo Labarca.  


[1] http://icomoschile.blogspot.com.es/2012/09/the-cancha.html

[3] martes, 9 de febrero de 2016, TOMAR PARTIDO,  escenaslocales.blogspot.cl


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