En 1958, cuando en Concepción ya se había realizado la
pintura de Julio Escámez en la Farmacia Maluje, ingresé al Collège Charles de Gaulle. Allí, mi primer profesor fue Monsieur
Espinoza, de quien guardé el más cariñoso recuerdo porque fue quien me introdujo
en el conocimiento del acento circunflexo y de la ce cedilla. Son de las
primeras cosas que se aprende cuando uno incorpora el afecto de la letra.
En términos sociales,
el ingreso al colegio francés era un momento de aceleración de la movilidad familiar. Si bien, para mi padre esa decisión representó
un esfuerzo significativo, fue una operación por la que pude construir un
espacio de dislocación en cuyo
extrañamiento monté la ficción de disponer de “otra” lengua materna.
El acento circunflexo, en la mayoría de los casos indica que
la palabra contenía una letra ahora desaparecida,
porque el fonema que anotaba se había atenuado con el tiempo. Monsieur Espinoza fue la primera persona que
me habló de la desaparición de una
antigua letra s, que ya en el siglo XI se atenuó delante de una consonante,
acarreando consigo una prolongación compensatoria. La palabra théâtre, en verdad, hay que pronunciarla alargando la letra a. Pero donde más se nota la presencia anterior
de una s es en château, âge, fête, abîme,
etc. ¿Qué era lo importante para mi? Que
el signo tenía la forma de un
techo, más que de un sombrero. Como tal, entonces, remitía a la formalidad
de una animita. O sea, una edificación
ceremonial funeraria. El acento
circunflexo siempre señaló el lugar de un cuerpo de letra faltante.
Haciendo clases la semana pasada, escribí en la pizarra una
palabra con acento circunflexo. Un alumno me objetó la grafía porque el signo había sido excluido en la nueva
reforma de la ortografía. ¡No podía
ser!, ¡No me podían hacer esto! Salí después de clases hacia la sala de
profesores y pregunté si era cierto que una reforma de la ortografía estaba en
curso de destruir las bases de mi apego a la lengua. Me confirmaron, efectivamente, que había una
reforma, pero que no era obligación obliterar el signo.
Sin embargo, este incidente era un signo que me anunciaba
algo; era una amenaza de la pérdida de otra cosa.
Pero recordé que había otra razón para mi apego a la lengua
francesa: la ce cedilla. Se trata de una c con una virgulilla debajo.
Siempre quise entender que ese signo era un anzuelo, para
pescar o recolectar un sentido fugitivo
de las cosas. De todos modos, en su
función de gancho: función materna, tener algo de qué agarrarse. Porque al contrario del acento circunflexo
que señala una pérdida, la cedilla indica una marca suplementaria que tiene
lugar como signo gráfico sub-versivo; si
entendemos que la versión normalizadora de la frase ocurre en superficie. El acento circunflexo y la cedilla están
fuera de la versión normal y señalan lugares de excepción en el afecto por la lengua franca. Eso es: franc-parler
(expresar libremente el pensamiento). El
ejercicio de la crítica como lengua franca. Más bien, como un gran desvío de la
lengua francesa, traducida para versar en otra lengua su condición
fuera-de-lugar. La cedilla
permanece como un signo gráfico en la versión subordinada de la letra y es la
encargada de acarrear consigo toda la filiación de los textos.
De acuerdo a lo anterior, mi trabajo crítico se instala
entre la acentuación de un faltante y la marca de una pronunciación
enfática. Eso se lo debo a Monsieur
Espinoza. Pero sobre todo, a mi padre, que en la ficción de acceso a una lengua extranjera deseaba, a la vez, tapar una falta de origen y proporcionarme un mot-de-pase (una contraseña).
La advertencia de mi alumno era exacta: me anunciaba la
desaparición del signo de la desaparición, en el mismo momento en que el techo
gráfico señalaba su condición de animita.
Mi padre ha muerto.
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