martes, 5 de abril de 2016

EL CUERPO DE LA LETRA


En 1958, cuando en Concepción ya se había realizado la pintura de Julio Escámez en la Farmacia Maluje, ingresé al  Collège  Charles de Gaulle.  Allí, mi primer profesor fue Monsieur Espinoza, de quien guardé el más cariñoso recuerdo porque fue quien me introdujo en el conocimiento del acento circunflexo y de la ce cedilla. Son de las primeras cosas que se aprende cuando uno incorpora el afecto de la letra. 

En términos  sociales, el ingreso al colegio francés era un momento de aceleración  de la movilidad familiar.  Si bien, para mi padre esa decisión representó un esfuerzo significativo, fue una operación por la que pude construir un espacio  de dislocación en cuyo extrañamiento  monté  la ficción de disponer de “otra” lengua materna.

El acento circunflexo, en la mayoría de los casos indica que la palabra contenía una letra ahora desaparecida, porque el fonema que anotaba se había atenuado con el tiempo.  Monsieur Espinoza fue la primera persona que me habló  de la desaparición de una antigua letra s, que ya en el siglo XI se atenuó delante de una consonante, acarreando consigo una prolongación compensatoria.  La palabra théâtre, en verdad, hay que pronunciarla alargando la letra a.  Pero donde más se nota la presencia anterior de una s es en château, âge, fête, abîme, etc.  ¿Qué era lo importante para mi? Que el  signo tenía la forma de un techo,  más que de un sombrero.  Como tal, entonces, remitía a la formalidad de una animita.  O sea, una edificación ceremonial funeraria.  El acento circunflexo siempre señaló el lugar de un cuerpo de letra faltante. 




Haciendo clases la semana pasada, escribí en la pizarra una palabra con acento circunflexo. Un alumno me objetó la grafía porque  el signo había sido excluido en la nueva reforma de la ortografía.  ¡No podía ser!, ¡No me podían hacer esto! Salí después de clases hacia la sala de profesores y pregunté si era cierto que una reforma de la ortografía estaba en curso de destruir las bases de mi apego a la lengua.  Me confirmaron, efectivamente, que había una reforma, pero que no era obligación obliterar el signo.

Sin embargo, este incidente era un signo que me anunciaba algo;  era una amenaza de  la pérdida de otra cosa.

Pero recordé que había otra razón para mi apego a la lengua francesa: la ce cedilla. Se trata de una c con una virgulilla debajo. Siempre  quise entender  que ese signo era un anzuelo, para pescar  o recolectar un sentido fugitivo de las cosas.  De todos modos, en su función de gancho: función materna,  tener algo de qué agarrarse.  Porque al contrario del acento circunflexo que señala una pérdida, la cedilla indica una marca suplementaria que tiene lugar  como signo gráfico sub-versivo; si entendemos que la versión normalizadora de la frase ocurre  en superficie.  El acento circunflexo y la cedilla están fuera de la versión normal y señalan lugares de excepción en el afecto por la lengua franca.  Eso es: franc-parler (expresar libremente el pensamiento).  El ejercicio de la crítica como lengua franca. Más bien, como un gran desvío de la lengua francesa, traducida para versar en otra lengua su condición fuera-de-lugar.  La cedilla permanece  como un signo gráfico  en la versión subordinada de la letra y es la encargada de acarrear consigo toda la filiación de los textos.  



De acuerdo a lo anterior, mi trabajo crítico se instala entre la acentuación de un faltante y la marca de una pronunciación enfática.  Eso se lo debo a Monsieur Espinoza. Pero sobre todo, a mi padre, que en la ficción de acceso a una  lengua extranjera deseaba, a la vez,  tapar una falta de origen y proporcionarme un mot-de-pase (una contraseña).   

La advertencia de mi alumno era exacta: me anunciaba la desaparición del signo de la desaparición, en el mismo momento en que el techo gráfico señalaba su condición de animita.  

Mi padre ha muerto.

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