En relación a Cálculos
Tontos, Guillermo Labarca y Edgardo Neira,
el primero desde Madrid y el segundo desde Concepción, me hacen
observaciones críticas. El primero me
hace descubrir como ejemplo de análisis social confirmativo la obra de Balzac, Fisiología del matrimonio.
La conyugalidad es tan solo un telón de fondo para trabajar
sobre estadísticas que convierten a la escena plástica en una escena
conyugal. Desde que se inventara la
fatalidad descriptiva de la “escena de avanzada”, toda la plástica chilena no
ha sido más que una declinación del modelo del salón cortesano, en que bajo una
higuera, una gran matrona controlaba las
disputas de un nicho paranoico destinado
a revelarse como una escena de
arte.
Sin embargo, hay algo maravilloso en todo esto, ya que me
hace recordar una frase que sostyvo Enrique Correa en plena Unidad Popular,
para denunciar la ilegitimidad del acuerdo político entre el Partido Nacional
y la Democracia Cristiana, que
establecen las bases jurídicas que les
debe autorizar moralmente el derrocamiento de Allende.
Correa los acusa de
concluir un matrimonio sin
libreta. ¿No es acaso significativa esta metáfora que define el carácter de una alianza
mediante el recurso a la figura del concubinato? ¡El pacto de la oposición es
sometido a la comparación de una referencia de conyugalidad perturbada! Esta metáfora nos aclara, a cuarenta años de
distancia, cual era el tipo de relaciones que el propio Correa tenía con la
noción de legitimidad.
Sigamos: Guillermo Labarca me señala una frase de Alain
Touraine, el gurú de la sociología
flacsiana –resguardada hoy día por Peñailillo-, por la que sostiene que Balzac es el mejor
analista de la sociedad francesa; es decir, el pater familias de la disciplina. ¡Y vaya que no!. La sociología chilena se ha
convertido en una gran escena de la vida conyugal.
Pero a propósito de Touraine, no puedo sino conectar dicho
nombre con la observación que me hace Edgardo Neira, al reclamar la existencia
de “producciones de nicho” que pasan a
sustituir la producción de arte. Más
bien, me da a entender que las
producciones de arte son producciones de nicho.
Y que al final, estas columnas no
hablan del espacio de arte, sino de otra
cosa.
Entonces, Touraine aparece
citado como autor de un libro publicado en 1966: La conciencia obrera. Libro
difícil de encontrar hoy día. Lo que no
se sabe (mucho) en el ambiente de arte, es que existe un estudio sobre la
conciencia obrera en dos empresas chilenas, las minas de carbón de Lota y la
usina de Huachipato, realizado por el Instituto de Investigaciones Sociológicas
de la Universidad de Chile, en 1966. Traduzco
la ficha francesa. Lo interesante es que
el estudio está firmado por Torcuato Di Tella, Jean-Daniel Reynaud y Alain Touraine. Habrá que buscar el texto original, publicado
en 1966, a partir de un estudio realizado en años anteriores. El ejemplar debe estar en la biblioteca de
Flacso. ¡Huy, que miedo!
Lo que sospecho es que Touraine arma su prestigio a partir de este
estudio, que no es, nótese bien, sobre conciencia de clase, sino solo “conciencia
obrera”, lo cual denota la vigencia de
su momento pre-marxista, cuando todavía no se convierte en el operador, no ya
de la sociología de las transformaciones sociales (sic), sino de los productores de insumos en
asesoría política de los gobiernos de la Concertación Inicial.
Touraine me tiene sin cuidado. Me importa su discurso solo por lo que dice de Lota, cuando ya no hay
esperanza. Solo es posible estudiar la conciencia obrera cuando ésta se
presenta en un estado avanzado de deterioro.
Ninguna novedad. Esto proviene de Alfred Métraux, el maestro de la etnología francesa,
que sostiene que solo es posible estudiar a las sociedades “primitivas”, cuando éstas presentan un
avanzado estado de descomposición.
Cuando están “un poco podridas”.
Touraine escribe después de la gran huelga de 1960, que quedó en segundo
plano de las noticias porque vino el terremoto del 21 y 22 de mayo. Sin embargo, hay que consultar el blog de
Virginia Vidal, para obtener una información de importancia capital para la
historia regional, en la cual Edgardo Neira es un especialista.
Virginia Vidal[1]
entrevista a doña Carmen Pinto Luna, que
fuera secretaria del gerente general de
ENACAR en 1973, Isidoro Carrillo.
Doña Carmen relata:
“Treinta y cinco mil personas marchamos a lo largo de 40 kilómetros, en
medio de un bosque impresionante de banderas. Al salir de Coronel, en un lugar
llamado Escuadrón, se sumaron a la marcha los mineros provenientes de
Curanilahue y Lebu. Los estudiantes de la Universidad de Concepción y
representantes de los sindicatos de empresas de la provincia, estaban apostados
a la vera del camino con bebidas, alimentos y material de primeros auxilios. Al
llegar al puente sobre el río Bío Bío, fuerzas de carabineros intentaron
impedirnos el ingreso al centro de la ciudad. Recuerdo haber sentido mucho
temor en la travesía pues el puente se cimbraba al paso interminable de tanta
gente. Pocos días después quedó inutilizado por efecto del doble terremoto, el
del veintiuno de mayo en Concepción y del veintidós de mayo en Valdivia”.
¡Como no voy a recordar ese día! Los colegios cerraron antes y nos enviaron
a la casa. La ciudad sería “invadida” por las hordas de mineros. Entonces, con
unos compañeros del colegio francés, nos dirigimos a mirar hacia la zona de la
plaza de los Tribunales, donde sería la concentración. Mi madre, con sus amigas
de un grupo de Iglesia, atendía un stand que servía sándwiches y otros alimentos a las mujeres de los
mineros. Mis compañeros y yo seguíamos a distancia prudente a los grupos de
mineros, algunos de ellos rezagados, que marchaban por la calle Chacabuco.
Pero Virginia Vidal hace una cosa extraordinaria, al describir la siguiente
situación:
“En enero de 1960, los
poetas Allen Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti asistieron al Primer Encuentro de
Escritores Americanos, con los auspicios de la Universidad de Concepción,
organizado por Gonzalo Rojas. Éste los invitó a bajar a la mina. Y bajaron.
Ferlinghetti escribió un poema sobre esta experiencia de eso, llamado “Puerta
escondida”. Cuando le preguntaron los periodistas qué le había impresionado más
de Chile, respondió:”Lota, Lota,
Lota”. Dijo que no podría olvidar las caras de los mineros cuando bajan
en la jaula a la mina, hasta un kilómetro bajo el nivel del mar”.
Para terminar: en el colegio, a mi hija Catalina le han dado
a leer Sub-Terra, de Baldomero Lillo, para un control de lectura que tendrá lugar los
primeros días de mayo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario