En respuesta a unas preguntas de Guillermo Labarca sobre la
enseñanza de arte, comencé a subir una
serie de observaciones sobre el mercado de la docencia, para señalar su
existencia como un espacio profesional paralelo
a la práctica de inserción en el mercado de galerías. La ausencia de
presencia en este último aumenta la inclusión en el primero. Sin embargo, el
movimiento no es fácilmente reversible, porque la relación es desigual.
Los docentes-artistas, si bien son más
numerosos que los artistas insertos en el circuito de galerías, pueden adquirir
mayor peso referencial según su grado de recepción en instituciones museales y
centros de arte contemporáneo de prestigio. Hay artistas que poseen un algo
grado de inserción en este circuito, aunque su presencia es de segundo orden en
el mainstream del arte contemporáneo.
El ejemplo más visible es el caso chileno de Cienfuegos. Durante una época fue
famoso por vender mucho; sin embargo su obra no era recogida por ninguna
institución eminente de arte contemporáneo. Otro ejemplo, en contrario, es que
un artista como Gonzalo Díaz no tenga galería y una prácticamente nula
presencia en el mercado, cuando por momentos fue un gran referente de la
escena.
Hagamos un cálculo bien tonto. Hay
diez escuelas de arte en el país. No es
exacto. Pero es un número redondo. En una malla curricular hay, por general,
entre 32 y 35 cursos. Eso significa que hay 35
lugares de trabajo, multiplicados por 10. ¿Cuánto da? ¡Genial! Son 350
plazas en todo el país. Ahora, hay
plazas que son ocupadas por un mismo docente-artista, en razón de dos o
tres, por semestre, a lo menos.
Entonces, el número de docentes-artistas se ve reducido en un cierto porcentaje
que no sabría determinar. Pero imaginemos que esas 350 plazas son servidas por
200 docentes-artistas. En todo el país.
Ese es el verdadero tamaño del mercado de la docencia de artes visuales.
Hagamos otro cálculo, más tonto todavía. En Chile hay 12
galerías asociadas a la Asociación de Galerías de Chile. Estas galerías poseen sus carteras de
artistas. Imaginemos que cada galería no
representa, en términos estrictos, más que a diez artistas. Esto significaría que los artistas chilenos
representados por galerías no superarían la cifra de 120.
Habría que preguntarse por la cantidad de artistas-docentes
representados por galerías. Pongámosle
que no sean más de 100. Lo cual deja una
cifra de 200 artistas-docentes que no poseen inserción en el circuito y que su
único criterio de inclusión en la escena es a través del mercado de la
docencia. Este mercado, entonces, posee
un peso desmesurado en la organización del campo, llegando sobredeterminar la
colocación de sus docentes, como inversiones que se deben traducir en un
aumento de las matrículas y de la
fidelización del contingente de estudiantes a lo largo de la carrera.
Haguemos un tercer
cálculo, más tonto aún. De estos 200 puestos de trabajo, al menos 30 debieran
corresponder a cursos de “teoría e historia”, si convenimos que en una escuela,
en cuatro años de malla, se llega a
disponer de entre 8 y doce plazas, que pueden ser asumidas por entre 6 y 8
docentes. Sin embargo, esos mismos
docentes pueden hacer clases en varias escuelas a la vez, lo que reduce el
número de prestaciones nominativas por plaza disponible.
Todos estos datos son muy significativos en cuanto a reconocer
el tamaño de un “sector” en el que sus
agentes apenas forman un bloque de interés formado por 200 individuos, cuya
incidencia como actividad productiva en la economía es bastante exigua. De modo que es muy probable que la pregunta
por el efecto del Fondart en esta escena pasa a ser más decisiva de lo que se
esperaba, ya que de fondo auxiliar pasa a ser concebido como fondo principal
para la “producción de obra”; que por lo demás no asegura en nada mejores
condiciones de inserción en el mercado, porque la tendencia es atribuir fondos
a artistas-docentes de mediana carrera, en cuya aceptabilidad la pertenencia a
una escuela juega un rol significativo. Y al interior de dicha franja, los
fondos atribuidos a jóvenes docentes de “teoría e historia” están destinados a
suplir las fallas estructurales de las unidades de investigación universitaria. De modo que el Fondart está, directamente,
subsidiando la poca investigación universitaria en el rubro. Y eso que decir investigación ya es mucho
decir.
Al final, el contingente decisional del arte contemporáneo
en Chile no sobrepasa las 200 personas.
Estoy hablando del “sector”, como lo denominan en el CNCA. Sería bueno hacer otro cálculo. De cuánto
destina el CNCA a las artes visuales y en función de dicho monto, cual es el
efecto real que tiene en el fortalecimiento de la escena interna. Porque si este contingente decisional existe
en ese número, es de imaginar el tamaño
real de un sector de agentes que ni siquiera son objeto de subsidio, es decir, de mirada crítica.
¿Qué podemos decir de los centenares de profesores de artes
visuales de secundaria, en regiones, que todavía realizan una práctica
artística? El área de artes visuales, ¿tiene una política para ellos? Algo más consistente que el programa Okupa, por cierto, que lo único que logró fue
dar trabajo a egresados no-garantizados en la estructura educacional, generando la inclusión de un agente externo
al sistema escolar, que entró a perturbar la
ya desmedrada posición del profesor de artes visuales en el
establecimiento.
¿Y qué de los centenares de pintores y grabadores, que a lo
largo del país reproducen sus prácticas, en condiciones tardo-modernas de
reconocimiento, pero que forman parte activa en el reconocimiento de sus
comunidades de origen? Pongo el caso de la región de Valparaíso, donde hay por
lo menos 200 artistas-pintores, que no hacen docencia formal ni tampoco
pertenecen a un circuito reconocido por el sistema CNCA, pero
existen y constituyen la base de una gran vida cultural comunitaria. En Valparaíso, Recreo y Viña del Mar
existen cuatro galerías privadas. En general, exponen artistas de fuera de la
región. Estos 200 artistas no tienen nada que ver con los
primeros 250 de que hablé en un comienzo, pasando a formar un contingente de
personas que poseen relaciones más o menos formales con una práctica artística,
pero en que ninguna de ellas es reconocida de manera eminente por el sistema
chileno de galerías.
¿Y si pensamos en Puerto Montt? ¿Cuántos artistas
no-garantizados por el área de artes visuales podemos encontrar? ¿Y en
Valdivia? Fuera de la escuela, ¿cuántos más? Sigamos con Concepción.
Encontraremos un número similar al de Valparaíso, debido a la gran cantidad de
egresados universitarios que han tenido que dedicarse al trabajo en secundaria,
en establecimientos periféricos o directamente rurales.
Gran solución: el área de artes visuales contrata a
artistas-docentes ya consolidados en sus escuelas, para brindar un servicio
colonial, trasladándose a una macro-zona con el mandato de realizar “residencias”,
nueva denominación que se ha encontrado
para designar lo mismo; es decir, visita rápida para “inspirarse” en el paisaje
cultural y natural local, luego regresar
rápido a Santiago y producir donde mostrar el registro de esta experiencia.
Lo anterior es un
premio a la fidelidad, destinado a
proporcionar insumos para realizar una
estadía que debe ser entendida como “ejemplar”
por los artistas locales. En
verdad, no es un programa que esté pensado para responder a unas demandas
locales determinadas, sino para formar una corte de deudores afectivo-dependientes.
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