sábado, 9 de abril de 2016

CALCULOS TONTOS


En respuesta a unas preguntas de Guillermo Labarca sobre la enseñanza de arte, comencé a  subir una serie de observaciones sobre el mercado de la docencia, para señalar su existencia como un espacio profesional paralelo  a la práctica de inserción en el mercado de galerías. La ausencia de presencia en este último aumenta la inclusión en el primero. Sin embargo, el movimiento no es fácilmente reversible, porque la relación es desigual. Los  docentes-artistas, si bien son más numerosos que los artistas insertos en el circuito de galerías, pueden adquirir mayor peso referencial según su grado de recepción en instituciones museales y centros de arte contemporáneo de prestigio. Hay artistas que poseen un algo grado de inserción en este circuito, aunque su presencia es de segundo orden en el mainstream del arte contemporáneo. El ejemplo más visible es el caso chileno de Cienfuegos. Durante una época fue famoso por vender mucho; sin embargo su obra no era recogida por ninguna institución eminente de arte contemporáneo. Otro ejemplo, en contrario, es que un artista como Gonzalo Díaz no tenga galería y una prácticamente nula presencia en el mercado, cuando por momentos fue un gran referente de la escena.

Hagamos un cálculo bien tonto.  Hay  diez escuelas de arte en el país. No es  exacto. Pero es un número redondo.  En una malla curricular hay, por general, entre 32 y 35 cursos. Eso significa que hay 35  lugares de trabajo, multiplicados por 10. ¿Cuánto da? ¡Genial! Son 350 plazas en todo el país.  Ahora, hay plazas que son ocupadas por un mismo docente-artista, en razón de dos o tres,  por semestre, a lo menos. Entonces, el número de docentes-artistas se ve reducido en un cierto porcentaje que no sabría determinar. Pero imaginemos que esas 350 plazas son servidas por 200 docentes-artistas.  En todo el país. Ese es el verdadero tamaño del mercado de la docencia de artes visuales.

Hagamos otro cálculo, más tonto todavía. En Chile hay 12 galerías asociadas a la Asociación de Galerías de Chile.  Estas galerías poseen sus carteras de artistas.  Imaginemos que cada galería no representa, en términos estrictos, más que a diez artistas.  Esto significaría que los artistas chilenos representados por galerías no superarían la cifra de 120. 

Habría que preguntarse por la cantidad de artistas-docentes representados por galerías.  Pongámosle que no sean más de 100.  Lo cual deja una cifra de 200 artistas-docentes que no poseen inserción en el circuito y que su único criterio de inclusión en la escena es a través del mercado de la docencia.  Este mercado, entonces, posee un peso desmesurado en la organización del campo, llegando sobredeterminar la colocación de sus docentes, como inversiones que se deben traducir en un aumento  de las matrículas y de la fidelización del contingente de estudiantes a lo largo de la carrera.

Haguemos un tercer cálculo, más tonto aún. De estos 200 puestos de trabajo, al menos 30 debieran corresponder a cursos de “teoría e historia”, si convenimos que en una escuela,  en cuatro años de malla, se llega a disponer de entre 8 y doce plazas, que pueden ser asumidas por entre 6 y 8 docentes.  Sin embargo, esos mismos docentes pueden hacer clases en varias escuelas a la vez, lo que reduce el número de prestaciones nominativas por plaza disponible. 

Todos estos datos son muy significativos en cuanto a reconocer el tamaño de un “sector”  en el que sus agentes apenas forman un bloque de interés formado por 200 individuos, cuya incidencia como actividad productiva en la economía es bastante exigua.  De modo que es muy probable que la pregunta por el efecto del Fondart en esta escena pasa a ser más decisiva de lo que se esperaba, ya que de fondo auxiliar pasa a ser concebido como fondo principal para la “producción de obra”; que por lo demás no asegura en nada mejores condiciones de inserción en el mercado, porque la tendencia es atribuir fondos a artistas-docentes de mediana carrera, en cuya aceptabilidad la pertenencia a una escuela juega un rol significativo. Y al interior de dicha franja, los fondos atribuidos a jóvenes docentes de “teoría e historia” están destinados a suplir las fallas estructurales de las unidades de investigación universitaria.  De modo que el Fondart está, directamente, subsidiando la poca investigación universitaria en el rubro.  Y eso que decir investigación ya es mucho decir.

Al final, el contingente decisional del arte contemporáneo en Chile no sobrepasa las 200 personas.  Estoy hablando del “sector”, como lo denominan en el CNCA.  Sería bueno hacer otro cálculo. De cuánto destina el CNCA a las artes visuales y en función de dicho monto, cual es el efecto real que tiene en el fortalecimiento de la escena interna.  Porque si este contingente decisional existe en ese número, es de  imaginar el tamaño real de un sector de agentes que ni siquiera son objeto de subsidio,  es decir, de mirada crítica. 

¿Qué podemos decir de los centenares de profesores de artes visuales de secundaria, en regiones, que todavía realizan una práctica artística? El área de artes visuales, ¿tiene una política para ellos?  Algo más consistente que el programa  Okupa, por cierto, que lo único que logró fue dar trabajo a egresados no-garantizados en la estructura educacional,  generando la inclusión de un agente externo al sistema escolar, que entró a perturbar la  ya desmedrada posición del profesor de artes visuales en el establecimiento. 

¿Y qué de los centenares de pintores y grabadores, que a lo largo del país reproducen sus prácticas, en condiciones tardo-modernas de reconocimiento, pero que forman parte activa en el reconocimiento de sus comunidades de origen? Pongo el caso de la región de Valparaíso, donde hay por lo menos 200 artistas-pintores, que no hacen docencia formal ni tampoco pertenecen a un circuito reconocido por el sistema  CNCA,  pero existen y constituyen la base de una gran vida cultural comunitaria.  En Valparaíso, Recreo y Viña del Mar existen  cuatro galerías privadas.  En general, exponen artistas de fuera de la región. Estos  200  artistas no tienen nada que ver con los primeros 250 de que hablé en un comienzo, pasando a formar un contingente de personas que poseen relaciones más o menos formales con una práctica artística, pero en que ninguna de ellas es reconocida de manera eminente por el sistema chileno de galerías. 

¿Y si pensamos en Puerto Montt? ¿Cuántos artistas no-garantizados por el área de artes visuales podemos encontrar? ¿Y en Valdivia? Fuera de la escuela, ¿cuántos más? Sigamos con Concepción. Encontraremos un número similar al de Valparaíso, debido a la gran cantidad de egresados universitarios que han tenido que dedicarse al trabajo en secundaria, en establecimientos periféricos o directamente rurales.


Gran solución: el área de artes visuales contrata a artistas-docentes ya consolidados en sus escuelas, para brindar un servicio colonial, trasladándose a una macro-zona con el mandato de realizar “residencias”,  nueva denominación que se ha encontrado para designar lo mismo; es decir, visita rápida para “inspirarse” en el paisaje cultural y natural local,  luego regresar rápido a Santiago y producir donde mostrar el registro  de esta experiencia.  

Lo anterior  es un premio a la fidelidad,  destinado a proporcionar insumos  para realizar una estadía que debe ser entendida como “ejemplar”  por los artistas locales.  En verdad, no es un programa que esté pensado para responder a unas demandas locales determinadas,  sino para  formar una corte de deudores afectivo-dependientes.   

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