No lo había pensado. Pero Balmes encuadra mi
arribo, con dos historias. La primera me trae a la memoria el relato que me hizo de la
tripulación francesa del Winnipeg. Siempre se habla de los refugiados
españoles, lo que está muy bien, pero nunca se habla de la tripulación
francesa. Ya habrá tiempo. La segunda historia tiene que ver con la exposición
francesa que fue montada en el MNBA en 1950 y que produjo en los estudiantes
más conscientes de la escuela de bellas artes una profunda impresión, porque confirmaba
la pintura que ellos querían. Acampamos en el museo mientras duró la
exposición, solía repetir Balmes, para luego pronunciar una pequeña lista: “Le Moal,
Manessier, Singier, Tal Coat”. Esos eran los pintores franceses de los años
cincuenta cuyas obras venían a fortalecer sus propias decisiones como estudiantes
atentos a las aceleraciones formales. Es a propósito de esa exposición,
entonces, que escuché por vez primera el nombre Le Moal.
Antes de venir, Ernesto Muñoz me puso en la
pista de una escultora chilena que vivió en Francia entre 1937 y 1952: Juana
Muller. Luego me señala que fue la esposa del pintor Jean Le Moal. Por cierto,
el mismo cuyas obras estaban en esa exposición. Una década después vendrá a
Chile, acompañando otra exposición francesa. Pero en esa fecha, Juana Muller ya
había fallecido.
Al preparar la batería para la investigación inicial
nos enteramos que había sido publicado un libro sobre Juana Muller, en el 2015,
a cargo de la crítica e historiadora del arte Sabrina Dubbeld. En efecto,
encontramos la fuente y una vez en Paris me di de inmediato a la tarea de
buscarlo. Por cierto, su autora me puso en contacto directo con Anne Lo Moal,
hija de Juana Muller, que me obsequió de inmediato un ejemplar. Me lo envió por correo a mi oficina, puesto
que ella estaría en Londres hasta hace algunos días. Hice la tarea, leí el libro
de inmediato y pude apreciar el trabajo de Sabrina Dubbeld, que mientras hacía
una tesis sobre el escultor Etienne Martin, comenzó a encontrarse en su
correspondencia de manera recurrente con el nombre de Juana Muller. Así pudo
aislar una apreciable cantidad de información, que la conectaba con Zadkine y Brancusi. De ahí comenzó a reconstruir
los vínculos de Juana Muller con un grupo de pintores y escultores, entre los
que encontraban Manessier, Bazaine, Bertholle,
Sthaly, Le Moal, entre otros.
De modo que pudo establecer cuál había sido su
inserción en la escena francesa y la calidad de relación que tenía con los
artistas y los críticos de arte más relevantes de la post-guerra, como Jean
Cassou y Bernard Dorival. No solo eso: Juana Muller fue una gran amiga de Maria
Teresa Pinto, que fue la escultora que recibió a Marta Colvin, en su estudio,
cuando ésta realizó su primer viaje a Paris, en 1949. De este modo, estas tres
artistas forman parte de un momento muy significativo de inserción en la escena
francesa, que es un fenómeno que no ha sido suficientemente estudiado. Es
decir, Gloria Cortés ha sido la única curadora que ha relevado la existencia de
las tres compatriotas en su trabajo de largo aliento por escribir una historia
del arte desde una perspectiva de género.
Heme aquí, entonces, frente a dos libros: Juana
Muller y Jean Le Moal. Balmes jamás pudo haber imaginado que encontraría a Anne
Le Moal para ponerme en contacto con las fuentes de una historia a la que he dedicado esfuerzo. Siguiendo la propia recomendación de Balmes, en mi trabajo por poner
en perspectiva la exposición de 1950, que se llamó “De Manet a nuestros días”,
tendré que regresar a Nantes al Archivo de la diplomacia francesa, no solo a
revisar de nuevo los cartones con el material ya consignado, sino agregar al
estudio esta otra exposición de los años sesenta que Le Moal acompañó.
Nadie podría imaginar que todo esto se me
presentaría como una recompensa inesperada. ¿A quien encuentro, entonces, como
principal intermediadora de esta tarea? A Anne Le Moal, desde cuya elaborada y
sutil comprensión de las condiciones de formación de las obras de sus padres,
puedo reconstruir una hipótesis sobre cómo “hacer visible” unas obras que han sido
destituidas de la historiografía oficial.
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