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domingo, 30 de junio de 2019

ALLÁ


Si Borges decía que la felicidad se podía encontrar sorpresivamente a la vuelta de la esquina, también es posible enfrentarla en la lectura de un título o en la captura de una atención flotante que asegura la conexión con la palabra Berlín a propósito del check point Charly, que me conduce irremediablemente al título de la novela escrita por Anne Wiazemsky en el 2009,  “Mi bebé de Berlín”, justamente, porque es una historia de post-guerra, donde hay un sector americano y un sector soviético de la literatura, como si dijéramos que en el primero se levanta la semi-abstracción púdica de la escuela de Paris y que en el segundo se escurre la figuración ilustrativa de un arte destinado a la propaganda fide[1]. Marcando, desde ya, la distinción espacial en torno a la cual se organiza la exhibición de cinco mujeres en el Musée des Beaux Arts de Brest bajo el título “la vraie vie est ailleurs” (la verdadera vida está más allá), que aborda historias de artistas que  atravesaron  fronteras para  forjar una posición de obra[2]. Cuestión, entonces, de sellar una polémica sobre la visibilidad de las mujeres artistas en la coyuntura de los años cincuenta, cuando se consideraba “natural” que ocuparan la segunda línea. De eso hablaría Beatrice Josse cuando fue al CEdA[3] en el 2017 y se refirió a la persistencia de la misma naturalización respecto de la adquisición de obras de artistas mujeres en los fondos regionales de arte contemporáneo, en la Francia (muy) republicana. Lo escribo en condicional porque no se ha podido demostrar avance significativo en la materia. Sin embargo, persiste la división de los sectores sostenidos por quienes firman la capitulación de los otros, hasta que encuentro la cita que aproxima la imagen dialéctica con la palabra puesta en reserva, previniendo que la designación de la primera esté contaminada por el benjaminismo canónico practicado en una determinada escena chilena de lectura, mientras la segunda expropia la referencia de un manual de etnología que sirve para delimitar la extensión temporal de expediciones en territorios recientemente anexados a la gran empresa de narratividad conectiva, donde el apellido Winckler opera como un caza-bobos, trasladando un encubrimiento de filiación a través del pseudónimo de Martin Winckler[4], que remite indefectiblemente a la obra de Georges Perec y a ciertos principios de restricción formal que conectan novelas médicas con relatos en los que la heroína, vamos a decir, es una enfermera de la Cruz Roja francesa que sigue a las tropas aliadas hasta Berlín[5] en ruinas para ocuparse de la búsqueda, encuentro y rescate de los olvidados; trabajo en el curso del cual se enamora de un oficial de enlace con quien contrae matrimonio y de quien tiene un hijo que es traído al mundo gracias a los cuidados de un extraordinario médico alemán, que le salva la vida, en un parto por lo demás difícil. Días después, el mismo médico es apresado por los aliados, enjuiciado como criminal de guerra y condenado a morir en la horca. En cambio, veinte años después, otro médico, francés esta vez, queda viudo a raíz de un atentado que le cuesta la vida a su mujer, durante la batalla de Argel[6].  Esto es lo que llamo, novela médica; es decir, novela de la recomposición de los cuerpos.  Veinte años más tarde, unos pintores chilenos realizan obras que reproducen las condiciones de trazabilidad de las huellas, como único indicio gráfico de la hipótesis de secuestro permanente. Entonces, la novela persigue a la historia, narrando  las secuelas de la guerra de Argelia y las consecuencias insospechables de Mayo 68,  donde la trampa referencial se verifica en la verosimilitud de  títulos escogidos, como si formaran parte de un protocolo a  descifrar, para entender el título de la exposición de las mujeres en Brest, formado por dos fragmentos de frase, expropiables gracias a la fragilidad de los materiales de segunda mano convertidos en la piedra de toque de la escritura.  De ese modo, “la verdadera vida” hace alusión –por un lado- a otra novela de separación migratoria, pero escrita en 1967 por Claire Etcherelli (“Elisa o la verdadera vida”), que condensaba la ilusión de la vida en una joven de provincia que se traslada a Paris para trabajar de obrera en los talleres de Citroën, -y por otro lado- fijaba el doble sentido de la palabra ailleurs, que puede significar algo que está “más allá” o que proviene “de allá”, pero que también designa la marca lingüística para verificar que siempre hay algo que agregar, ya sea en la forma de una digresión o de una adjunción. La novela médica cuya escena está localizada en 1945 será sustituida por la novela fabril de 1961, cuyo impulso narrable terminará en los peldaños de la escalera de acceso a la estación de metro Charonne[7]. Sin embargo, en 1937, nacida en el seno de una familia de migrantes alemanes, Juana Muller logró construir su verdadera vida fuera del Natal. Dejó la enseñanza viril de Lorenzo Domínguez, maestro de escultura en la escuela de bellas artes, para acceder a la enseñanza no menos viril de Zadkine y Brancusi, maestros de habilitación, señalando la existencia de otra piedra de toque,  en la escultura[8].



[1] Arte de solidaridad.

[2] La vraie vie est ailleurs. Artistas mujeres en torno a Marta Pan: Simone Boisecq, Charlotte Calmis, Juana Muller, Vera Pagava, Judit Reigl. Musée de beaux arts de Brest, Bretagne, France. Del 27 de junio 2019 al 5 de enero del 2020. Esta exposición, comisariada por Marie-Jo Bonnet, historiadora del arte y de las mujeres, rinde homenaje a estas artistas extranjeras que tuvieron el coraje de dejar la tierra natal para instalarse en Francia y vivir la “verdadera vida”  de la creación artística, desde  un cierto exilio.

[4] WINCKLER, Martin. Les histoires de Franz (Las historias de Franza) es la continuación de un proyecto narrativo inaugurado en el 2016 por “Abraham e hijo”, en que un padre nacido en Argel es repatriado junto a su hijo de once años y se instala en una amplia y vieja casa en Tilliers en 1963, pequeña ciudad de la región de la Beauce. Allí conoce a Claire, una viuda, junto a su hija, con quienes elucidan el enigma en torno a unas familias judías que se habían escondido en ese lugar en 1942. Novela polifónica, “Las historias de Franz” evoca la Francia de los años sesenta a través de otras fuentes que los libros de historia, como la literatura de aventura y de misterio, los folletines, las series de televisión y las noticias de diarios.

[5] WIASEMSKY, Anne. “Mon enfant de Berlin”, Gallimard, 2009.
[6] ZENITER, Alice, “L´art de perdre”, Flammarion, 2017.

[7] Desde hacía meses los clandestinos de la OAS multiplican sus atentados contra funcionarios de un gobierno al que acusan de entregar Argelia al FLN. El 7 de agosto de 1962 una carga de plástico estalló en el domicilio de André Malraux. Restos de vidrio hieren de gravedad a una niña de cuatro años. Direcciones políticas  y dirigencias sindicales llaman a la población a expresar su rechazo a los atentados convocando a una manifestación para el día siguiente en la plaza de la Bastilla. El ministro del interior prohíbe la manifestación y el prefecto de polcía despliega importantes efectivos para impedir el acceso a la plaza. Los manifestantes logran agruparse en las inmediaciones y comienzan a enfrentarse con la policía. Para escapar a los golpes de matraca, algunos grupos huyen hacia la entrada del metro Charonne, no sabiendo que el acceso estaba cerrado desde hacía horas. Hacia las 20 horas, cuando la manifestación comienza a disolverse, la policía carga sobre el grupo que intenta refugiarse en la estación. La multitud se desespera y la presión ejercida revienta las rejas. El saldo final es de ocho muertos, por asfixia y por paro cardíaco. En los años 81, el artista Ernest-Pignon-Ernest fue invitado a Chile para realizar una intervención serigráfica en el Taller de Artes Visuales. En ese momento venía de conocer a Carlos Leppe, de modo que fui “citado” a un encuentro que el artista iba a tener con gente “acreditada” por el Salón Florida. Le hice una observación que molestó en demasía a los anfitriones. Entendí que mi presencia era parte de una operación de amedrentamiento y que mi propia autonomía estaba en peligro.  Simplemente le pregunté por un artista francés que había realizado un trabajo que me había interesado tanto, mientras estudiaba en Francia. En las revistas que llegaban a la Biblioteca Méjanes y que eran de libre consulta, había algunas de arte contemporáneo, en la que hacían un reportaje al artista en cuestión. El hombre había impreso en el suelo de las escaleras del metro Charonne imágenes de cuerpos caídos, dibujados en tamaño natural, tramados y traspasados en serigrafía. Luego, había otro, le comenté, en que para protestar por los accidentes del trabajo en Francia, había impreso (uno a uno) el retrato de un obrero en ropa de trabajo y había tapizado el muro perimetral de muchas fábricas. Entonces, el tipo sonrió, me miró y me dijo: “soy yo”. Leppe no tardó en mostrar su malestar.  

[8] Juana Muller nace el 12 de febrero de 1911, hija de Alfred Muller, negociante en textiles, y de Juana Reese Goldmann. Durante la Primer Guerra mundial vive sola con su madre en Alemania, mientras su padre permanece en América del Sur. En los años siguientes volverá a viajar a Europa en varias ocasiones. Sin embargo, permanece en Chile para realizar sus estudios en la escuela de bellas artes bajo la dirección de Julio Antonio Vásquez y luego de Lorenzo Dominguez, entre 1930 y 1933. Muy implicada en la vida de la escuela se convierte en ayudante del taller de escultura entre 1933 y 1937. Participa en salones y concursos obteniendo reconocimiento local inmediato, que se traduce en la obtención de una beca de estudios para dirigirse a Francia en 1937. (Ver  http://escenaslocales.blogspot.com/2019/02/hacer-visible.html)


domingo, 3 de marzo de 2019

PINTURA MODERNA DE TRADICIÓN FRANCESA


El placer historiográfico existe. Pensar en la obra de Jean Le Moal, cuyo nombre me fue pronunciado por José Balmes en 1984, me significa reconstruir el espacio de la crítica francesa de post-guerra, donde circulan los nombres de Jean Cassou, Bernard Dorival y Jacques Lassaigne. Pero hay otros dos señores que van a ocupar funciones administrativas en la estructura de difusión internacional del arte francés; se trata de Gaston Diehl y Raymond Coignat. No lamento repetirlo: son nombres que siempre estuvieron asociados a la exposición paradigmática de 1950. 

Balmes y Gracia Barrios viajan por vez primera fuera del país en 1954. El viaje a Europa comenzaba en Buenos Aires. Mientras esperaban abordar el barco, recorrían las colecciones privadas argentinas, gracias a una carta de recomendación de Pettoruti. Luego, en Paris, encontrarían a los pintores cuyas obras habían podido apreciar en 1950 en el MNBA. Después de eso, hay que buscar cual era la obra con la que Balmes ganó el gran salón de 1958. Todo esto está impreso. Es cosa de investigar en la Revista de Arte (segunda época). Hay una foto en blanco y negro. La pintura es muy cercana a la abstracción lírica. Lo primero es eso. En vez de andar repitiendo tonteras que a su vez repiten otras tonteras.

Es una tontera decir que Balmes depende y proviene de Tapies. Diré que es hasta de mala leche subordinarlo sin fundamento comparativo. La obra inicial de Balmes no tiene nade que ver con la “elegancia zen” de Tapies. Tampoco la obra de comienzos de los sesenta, cuando viaja de nuevo a España y se conecta con el Grupo El Paso. Menos, la obra de los setenta, que se acerca mucho más a los sígnicos italianos. Pero ¿Tapies? Esa es una invención de críticos que escriben una historia rápida en los ochenta, cuando se les ocurre inventar el catalanismo pictórico de Balmes, para desterrarlo por segunda vez.

Balmes no es un pintor catalán, si bien se instala en Chile teniendo en la retina a Mir y Meifren. El catalanismo de Balmes es una cosa fabricada a la medida del discurso victimalizante desarrollado en dictadura por quienes quieren desnacionalizar su origen. Eso no había ocurrido entre 1948 y 1973. A nadie se le había ocurrido reivindicarlo como pintor catalán.  Desde que se bajó del Winnipeg lo único que hizo fue convertirse en un pintor chileno, nacido en Cataluña. Es más. Pudo haber sido pintor mexicano. Pero su familia, que estaba inscrita primero en un barco para México, fue incluida finalmente en el barco que venía a Valparaíso. Paradojas de la historia.

Ahora, para ser sinceros, nunca ha sido elocuente la posición de la oficialidad cultural catalana respecto de la obra de José Balmes.

Entonces, regreso a Le Moal. El sub-título de la exposición de 1950 es “pintura moderna de tradición francesa”. No deja de ser. Es una tentativa rigurosa, en la post-guerra, la de enfrentarse a la versión americana que necesita inventar una modernidad pictórica propia, a riesgo de quitarle –justamente- a los franceses, el poder de nominación. Lo de “Manet a nuestros días” es una decisión de política de difusión de antes de la guerra. En Nueva York, en 940, queda bloqueada durante toda la duración del conflicto, una exposición que se llamaba “De Jacques-Louis David a nuestros días”.  El arte siempre viene a la saga de la política, pero anticipa su derrumbe.  La exposición en Chile tiene lugar dos años antes del fallido raid franco-británico sobre Suez. Para quienes aman subordinar las obras a los contextos, aquí hay un ejemplo: Suez. Luego vendrá, Indochina.

Por el momento, hay que preguntarse qué significa, en los años 50, hablar de “tradición francesa”. En 1941, Le Moal forma parte de un grupo de artistas reunidos por Jean Bazaine y André Lejard de la galería Braun, en París, que exponen bajo el titulo “Veinte jóvenes pintores de tradición francesa”. Entre ellos se cuentan Bazaine, Desnoyer, Manessier, Singier, Tal Coat. Sus nombres se van a repetir diez años más tarde, en la exposición del MNBA: “De Manet a nuestros días”. Lo que en Chile, los académicos de la Facultad no se darán cuenta es que recién hacía cinco años había terminado la ocupación alemana de Francia.

Bazaine dirá tiempo después que todos estos pintores estaban de acuerdo en la resistencia necesaria de la pintura. La resistencia, en este contexto, significa ser fieles a la tradición del modernismo francés; lo que significaba abandonar, en diversos grados, ¡la representación!, revigorizando la herencia del color fauve y de la forma cubista, al tiempo que se rendía homenaje a la pintura francesa histórica, sobre todo, el arte románico. Esta exposición sería un faro que serviría para señalar la vía a una nueva generación de pintores no figurativos, que debían formar el núcleo de una nueva Escuela de Paris de post-guerra.

Antes de seguir con la resistencia, me detengo en la mención al arte románico. Esto no es casual ni tampoco desprovisto de importancia. Una de las características de la pasión de Juana Muller será su admiración por el arte románico, que está en la base de la serie de tótems que realiza entre 1945 y 1950. No podría ser otro modo, puesto que comienza a formar parte del entorno pictórico de estos mismos pintores, porque en 1944 contrae matrimonio con Jean Le Moal.

Ahora bien: en el estudio que hice en Nantes, en los Archivos de la diplomacia francesa, una de las cosas que más me sorprendió fue encontrar recortes de prensa santiaguinos en los que los académicos más renombrados de la Facultad de Bellas Artes advertían del peligro que la pintura fauve y el cubismo podía significar para la formación de los estudiantes. Esto sucedía en 1950. Pero como no recordar el texto de Carlos Humeres, a mediados de la segunda guerra, en la introducción de esa lamentable y humillante exposición de pintura chilena que tuvo lugar en Ohio, como una acción compensatoria, donde repite orgulloso que la pintura chilena está en un buen pie, porque se ha enfrentado con éxito contra el fauvismo y el formalismo francés. Declara que la “pintura de la facultad” de los años cuarenta ha logrado el éxito de haber obstruido la modernidad pictórica.

Lo anterior lo he repetido en varias ocasiones y la gente de arte cree que lo digo de mala onda. El fragmento a que me refiero aparece citado por el doctor Ramón Castillo en el catálogo de la primera sección de la exposición “Chile Artes Visuales 100 años”. A él le correspondió organizar la muestra sobre el arte chileno de la primera mitad del siglo XX.  Nadie le ha dicho nada por eso. La cita de Humeres la leí en el contexto de su trabajo historiográfico y entendí que estaba orgulloso de esta exposición de arte chileno en la ciudad de Toledo, en EEUU, y que aprobaba el propio texto institucional del académico en cuestión. No deja de ser: Humeres reproducido por Castillo, para reproducir –a su vez- condiciones análogas de mediocrización administrativa para el arte chileno.

Para terminar esta columna, entonces, hay que decir que la “tradición francesa” cuyo emblema llegaba a ser exhibido en 1950 en el MNBA, se vio confirmada por la actitud del grupo de estudiantes que, prácticamente, acampó en el museo durante toda la duración de la exposición, porque –contra Humeres- confirmaban la existencia  de la pintura que ellos estaban buscando.