viernes, 6 de diciembre de 2019

MADRID


Mientras la prensa madrileña comenta el otorgamiento del Premio Velásquez a Cecilia Vicuña, en el Reina Sofía se ha montado una retrospectiva de Jörg Immendorff, que bajo el título “La tarea del pintor” me hizo recordar la obra de un artista cuya vocación era la de alguien que se concebía como parte de una sociedad en transformación. Frases como éstas son las que me dejan petrificado. No hay sociedad que no experimente transformaciones profundas. Lo cual, en los años ochenta, era bastante fácil de llevar a cabo como programa, en Chile. Bastaba compartir al enemigo común. Todo el resto era equívoco.  

Es preciso recordar  la frase de Sartre cuando afirma que jamás (se) había sido más libre que bajo la Ocupación. Y agregaba: porque éramos perseguidos, cada uno de nuestros gestos tenía el peso de un compromiso. Por ese entonces, durante la dictadura chilena, las obras parecían ser portadoras de señales, difundían informes y propagaban consignas. Todo indicaba que, corriendo los riesgos que había que correr, el compromiso era la inversión con que los artistas aseguraban su futuro. Cuál no sería mi estupor cuando en el texto de presentación, impreso en el folleto de rigor, se deja en claro que los primeros cuadros de Immendorf, en torno a 1966, denotaban desde ese momento un interés marcado, tanto por el aspecto corriente de los objetos cotidianos como por el cariz artesanal de la práctica pictórica. Era obvio que después habría que decir que estaba interesado en el análisis de la historia de la pintura, así como en el desarrollo de su tradición técnica. Es decir, ¡no hacía más que cumplir con la tarea! Pero sostener eso en Santiago, en 1976, era un anatema.  En 1966, José Balmes, ya había cumplido lo suyo: en 1965 ya había pintado la serie de Santo Domingo. Compartía, entonces, con Immendorf, el compromiso formal que articulaba la historia individual con la historia general. En 1967 pintará “Homenaje a Lumumba”, cuadro que hoy día está perdido.

Nada de esto escapaba al artista cuya obra pasó a representar el espiritu oficial del siglo, que en 1984 se caracterizaría por recomendar a sus alumnos ir a leer las revistas de arte que llegaban a la biblioteca del chileno-norteamericano, porque era la mejor manera que tenía para sacárselos de encima. Estos últimos se tomaban en serio la consigna y terminaban arrancando las páginas, para regresar a la escuela a pegar los recortes en los ángulos de las planchas aglomeradas que les servían de soporte en aquellas flojas clases de dibujo. Gran parte de la pintura neo-expresionista que cubrió el horizonte de la pintura ascendente de esos días provino de dicha degradación editorial.

Sin embargo, el momento más perturbador de la experiencia de recorrer la retrospectiva madrileña de Immendorf tuvo lugar cuando abrí al revés el folleto de sala, en el que se reproducía una pintura cuyo título me resultó inquietantemente ejemplar: “¿Donde te sitúas con tu arte, compañero?”(1973).



Es preciso describir el cuadro: mientras un pintor trabaja en su taller, al interior de una vivienda, protegido por una lista de palabras (por-art, realismo, arte conceptual, land art, etc) y las huellas seminales realizadas con la ayuda de un pincel sobre una tela, un trabajador le abre la puerta -lo interrumpe- y le formula la pregunta que dará origen al título, mientras afuera, en la calle -que ocupa la otra mitad del cuadro-, tiene lugar una manifestación obrera gráficamente densificada.

En alguna ocasión, escuché que Augusto Boal, el dramaturgo brasileño, contaba que luego de una función de teatro en el nordeste, donde al final de la pieza los oprimidos se rebelaban contra los coroneles, se le acercó un grupo  de campesinos que le manifestaron su aprobación por la representación y le indicaron que tenían las armas listas para ir a deshacerse de los coroneles de la región. Los campesinos no habían entendido que el teatro solo estaba para instalar en lo real (de las dramaturgias de la opresión), las reglas de una consolación que no les estaba destinada.

La pregunta del cuadro de Immendorf se había trasladado de sitio.  Su escenografía estaba planteada para saber cómo, desde la pintura como simulación de segundo orden, era posible responder esta misma pregunta, hoy día, en diciembre del 2019, sabiendo que toda la inversión orgánica se resolvía en la construcción de una distancia crítica, que dejaba a la objetualidad conceptual de los años ochenta en una posición de oportunísima y necesaria ingenuidad.




1 comentario:

  1. Esta interpelación "donde te sitúas?... es del universo comunista, antes de la revolución de 1917 no se emplazaba a los artistas en esos términos y después que el PC pasó a la irrelevancia, arrastrando a gran parte de la izquierda (irrelevancia ética sobre todo) tampoco se les exige una definición como la del cuadro que comentas. Antes del 1917 por supuesto que hubo artistas motivados políticamente, hubo otros que trabajaron para los que tenían el poder en sus manos pero no era un imperativo ético que se comprometieran con una causa política o, al menos, con revindicaciones políticas o sociales.

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