En un correo eficaz, Edgardo Neira me recomienda
no clavar la pintura de Gracia Barrios, sino que (simplemente) la cuelgue. Lo
grave es que me pone en relación con un recuerdo de infancia –otro más- que
viene a confirmar lo que ya le manifesté a Juan Carlos Ramírez en la reciente entrevista
para Revista Capital. Respecto de la francofilia penquista de base, debo
repetir el relato que en alguna ocasión ya he sostenido. Nunca fui un buen
estudiante. Solo hablaba bien en francés y con eso (suponía) me bastaba. Craso
error. De este modo, por mi incomprensión de lo real me pasé muchas veces en la
oficina del inspector general.
A veces, este me hacía esperar frente a
reproducciones en blanco y negro de pinturas de los museos de Francia, que
decoraban el sitio. Había una, en particular, que llamaba mi atención. Esto ya
lo he contado. Era una pintura de François Clouet, “Retrato de Elisabeth de
Austria” (1571), esposa de Charles IX. No puedo dejar de mencionar que este es
el rey sindicado como responsable de la masacre de la Saint-Barthélemy. Todo esto se relaciona con nuestra escena
local. Hay una pintura realizada por Monvoisin en 1834, relativa a la muerte de
Charles IX. Es de las pocas pinturas por lo que se le recuerda en Francia y
sirve para ilustrar este acontecimiento. Resulta inquietante el hecho de
confirmar que en el origen del viaje a Chile, no solo está la hipótesis del
conflicto conyugal, como ya se sabe, sino que Monvoisin no tenía lugar en Francia.
Tenía que venir a “hacerse (de) un lugar” en un país en el que todavía no se
había introducido el claro-oscuro.
De no creer: en la pintura de Monvoisin aparece
pintada Elisabeth de Austria, tratando de consolar al rey moribundo, mientras
su madre –Catherine de Medicis- le exige la firma del documento por el que éste
la debe nombrar su regenta. Charles IX la mira con horror. Su retrato habrá
sido realizado a partir del que ya había pintado François Clouet. ¡De nuevo! El
mismo pintor del retrato de la reina.
Solo que Charles IX morirá exudando sangre a raíz de una extraña
enfermedad, además de la tuberculosis. Sudor de sangre que algunos
comentaristas le atribuyen que corresponde con su responsabilidad en la
masacre. En la escena aparece señalando con el dedo una de las ventanas del
castillo de Vincennes, por donde penetra la luz (de la verdad) que lo
perseguirá hasta su muerte.
El hecho es que en el colegio siempre me ponían
de pie, frente a la pintura de François Clouet, de la que me impresionaba tanto
la tersura de la piel de Elisabeth como la exquisitez representativa de su
vestuario. La elaborada carnación y la abigarrada factura del vestido me hacían
tomar distancia para mitigar la humillación escolar. Siempre me salvó esa
pintura, que dejé de ver cuando mi familia tuvo que emigrar a Santiago y
experimenté el primer exilio; el abandono forzado de la tierra natal.
Hasta que un buen día, en segundo año de la
universidad, recuperé el hilo de aquello que me tenía clavado y que, en cierto
modo, definía mi filiación contra-hecha. El nombre del pintor era François
Clouet. Pero se pronuncia como “cloué”; como un clavo. François me tenía
clavado. Con la ventaja, además, que en la configuración de la letra presentaba
una cedilla. Siendo esa una de las razones de por qué estoy clavado por la
lengua francesa. He mordido el anzuelo.
La cedilla es un anzuelo que permite arrastrar las palabras. Como si se dijera
que existen “les mots portés” de la misma manera como Da Vinci escribe que
existen las sombras acarreadas.
Entonces, existirían para mí, palabras
acarreadas gracias a este anzuelo que retiene el sentido en la boca misma. ¿No
será mucho? Entre esas palabras que anticipan las sombras de un pensamiento
encontré el fragmento en el que Lévi-Strauss elabora su teoría del arte como modelo reducido. Ahí, entonces, en el
librillo publicado por FCE bajo el título de “Pensamiento Salvaje”, encontré la
reproducción en blanco y negro del retrato que me tenía “cloué”.
Me he dado todo este trabajo para responder a
Edgardo Neira y decirle que Gracia Barrios me ha tenido clavado desde que me he
ocupado de su obra; en el entendido que lo hice porque ya me había clavado con
el anzuelo de la polisemia, en pintura.
En la pared de la izquierda está colgado el
“Homenaje a los degollados”, de José Balmes, mientras en el muro de la derecha
estará colgada la pintura de Gracia Barrios.
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